Aunque Drácula y otros filmes y relatos de vampiros nos acostumbraron a pensar que el murciélago se alimenta únicamente de sangre, lo cierto es que solo unas pocas especies de este mamífero volador basan su dieta en el más vital de los líquidos corpóreos. La mayoría, un 75% de las especies, se alimenta de frutas, néctar de las flores y especialmente insectos.
En Portugal, esta preferencia entomófila ha rendido un inusitado beneficio a las dos bibliotecas más antiguas del país luso, la que resguarda la Universidad de Coimbra y la del Convento de Mafra, la primera asentada definitivamente en dicha ciudad desde 1537 y el Convento fundado en 1715.
Aunque se sabía ya de la presencia de los murciélagos en la biblioteca universitaria (también llamada “Joanina” en honor al rey D. João V, el “Rey Magnánimo”) solo hasta hace poco un investigador de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Lisboa, Jorge Palmeirim, se apostó una noche en el recinto llevando todo tipo de aparatos de medición sonora para conocer con certeza qué variedad reside entre las bóvedas y los anaqueles desde hace al menos doscientos años. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, Palmeirim tuvo que conformarse con evidencia recogida posteriormente: «No pude ver, solo oír, pero llegué a la conclusión, por los excrementos que encontré, que ahí habitan al menos dos especies de murciélagos».
En el Convento de Mafra esta peculiar relación se refuerza gracias al revestimiento de madera antigua de las altas paredes que rodean la biblioteca, condición que se cree sumamente propicia para que los murciélagos hayan elegido este lugar como guarida y al mismo tiempo se resistan a abandonarla y mudarse. Además, ese mismo material ha permitido la óptima conservación de los libros, según Teresa Amaral, la responsable del recinto.
La capacidad de caza y alimentación de insectos de un solo murciélago ronda los 500 diarios, de ahí que se crea sumamente posible que a pesar de las hendiduras y ductos de ventilación y comunicación comunes en este tipo de edificios antiguos de Portugal, los libros ahí resguardados no hayan sufrido hasta la fecha ningún deterioro que pudiera achacarse al efecto voraz de insectos que, como los psocópteros, tienen fama de devorar bibliotecas enteras —literalmente.