Está comprobado que los animales salvajes recurren, habitualmente, al consumo de hongos o plantas con propiedades psicoactivas. Lo anterior nos invita a preguntarnos sobre una cierta tendencia psicotrópica implícita en una buena parte de los organismos vivos en este planeta. Curiosamente el consumo de drogas psicoactivas en la historia de la humanidad se asocia, por un lado, con un sentido de neuro-exploración y, por otro, con una búsqueda ritual, en algunos casos religiosa y en otros de espiritualidad autodidacta, de contactar los planos etéreos de la naturaleza de las cosas (o quizá mejor dicho, de las anti-cosas). Tomando en cuenta lo anterior resulta aún más sorprendente, y apasionante, el hecho de que los animales salvajes se vean naturalmente atraídos por estas sustancias.
Recientemente el neurocientífico David J. Linden publicó su libro The Compass of Pleasure: How Our Brains Make Fatty Foods, Orgasm, Exercise, Marijuana, Generosity, Vodka, Learning, and Gambling Feel So Good, en el que afirma que los animales salvajes «voluntaria y repetidamente consumen plantas y hongos psicoactivos». En la lista recopilada por Linden se incluyen aves, elefantes y monos, que gustosamente ingieren moras naturalmente fermentadas, así como gorilas, cerdos salvajes y puercoespines, que prefieren el singular viaje de la raíz de iboga, una planta altamente psicodélica que se encuentra en ciertas regiones de África. A esto hay que sumarle otros casos como los famosos renos que consumen ávidamente los hongos alucinógenos amanita muscaria que tienen a su alcance (razón por la cual tal vez son capaces de trasladar a Santa Clos volando alrededor del mundo).