Mucho se ha dicho sobre la Alegoría de la Cueva de Platón, especialmente en los últimos años con el nacimiento del concepto memético de la Matrix y las simulaciones computacionales, renovando la vigencia de la sempiterna metáfora de Platón, el gran iniciado.
Un mundo —el que experimentamos cotidianamente— en el que, debido al condicionamiento, solo percibimos la sombra de una realidad más luminosa, en el que lo que vemos son meras proyecciones y ecos de una realidad superior, del mundo de las ideas que solo es accesible para la mente liberada que puede percibir los arquetipos, más allá de la ilusión material: los cuerpos de luz, la energía y el código... esta metáfora y la enseñanza que contiene es, con sus variaciones, la tarea central de la experiencia humana.
"Es la tarea del iluminado no solo ascender al conocimiento y ver el bien sino tener la voluntad de descender de nuevo con los prisioneros y compartir sus honores y sus miedos... y eso deben de hacer aun con el prospecto de la muerte", dice la poderosa voz de Orson Welles, haciendo referencia al destino del verdadero filósofo que como un bodhisattva se libera a sí mismo pero también regresa al mundo de las cuitas para liberar a los demás.