Mientras vemos señales de descontento en distintas partes del mundo, con un reclamo básico de inconformidad ante la clase política y el sistema capitalista-consumista que explota tanto a las masas como los recursos del planeta, sin ninguna conciencia o ética, surge naturalmente la pregunta de cuándo veremos un movimiento de protesta ciudadano, no cooptado o generado por la misma CIA, al interior del Leviatán de este orden mundial: Estados Unidos y la élite corporativa. Justamente porque la revolución tiene que ser interior —en la mente— pero también dentro del cuerpo cancerígeno que expande su sistema no sólo económico, sino de producción de realidad, de estilo de vida y de aquello que es deseable… Por esto resulta indispensable que los estadounidenses derroquen la maquinaria de su Estado supuestamente democrático, sofisticadamente totalitario. Algo que, porque los mecanismos de control —mental y militar— son más duros en casa, cerca de la fuente, parece tan improbable como indispensable.
El periodista ganador del premio Pullitzer, Chris Hedges, ha escrito un interesante texto (el cual puede ser escuchado en una lectura animosa en el video aquí presentado) sobre su visión un poco pesimista del estado actual de las cosas y la necesidad de que la revolución nazca primero en Estados Unidos. Actualmente los discursos revolucionarios, en la era en la que el marketing ha cooptado todo, después de haber visto miles de camisetas del Che Guevara y no poderlas distinguir bien de las miles camisetas de Britney Spears o de U2 que usan indistintamente los adolescentes en todo el mundo, parecen un poco ingenuos y poco estimulantes. Sin embargo, como parte del planeta y ante el estado crítico en el que se encuentra la civilización humana, la pobreza económica e intelectual, la explotación, la desigualdad y otros males afines, y sobre todo ante la destrucción del ecosistema y aparentemente del balance de la naturaleza, en cierta medida una afrenta al organismo rector de nuestro biosistema, la Madre Tierra, es necesario idear un plan para cambiar las cosas. Si bien se debe empezar siempre en el plano individual, si uno logra superar la amargura y el pesimismo, siempre será provechoso organizarse y unirse para crear un efecto exponencial, quizás del tipo 100 monos. Y si bien la revolución suena como algo de lo que hablamos después de que vemos una película inspiracional de Hollywood o nos comemos un ácido con la cara de Mickey Mouse —después de que leímos a Lovelock, a Marx, a Baudrillard, a Chomsky y nos emocionamos antes con el Subcomandante Marcos y luego con WikiLeaks— como seres políticos en el planeta no tenemos muchas otras opciones —además de irnos al cerro, hacer nuestra vida, quizás contribuir con nuestro ejemplo y nuestras semillas vibracionales (“poniendo nuestro granito de arena”, como dice la frase futbolista hiper-trillada) y esperar que pase la tormenta y un día podamos salir juntos al sol a crear una nueva civilización. La “revolución”, algo que hoy en día es usado por las élites occidentales para cambiar gobiernos incómodos en países árabes o en países subdesarrollados, de alguna forma, en alguna de sus transformaciones, tendría que servir, al límite, quizás antes del fin del proyecto humano, para cumplir los sueños del proyecto humano...
Hedges, con cierta razón, cree que las corporaciones ya han ganado (somos el ganado) y que este resultado no es extraño: salvo algunos apriscos históricos, la historia de la humanidad es la historia de la tiranía por distintos medios. Sin embargo, lo que está ocurriendo actualmente es que el capitalismo corporativo con su globalización, su sistema basado en el consumo, dependiente de combustibles fósiles e interminables guerras (que brotan como hongos), ha mostrado una incapacidad para dirigir al planeta con un plan sustentable a largo plazo (su única vision y deseo es más, siempre más). En una economía que se basa en el crecimiento infinito se conciben recursos naturales infinitos y, bajo esta frenética marcha, vivimos por primera vez bajo la amenaza de la extinción y el agotamiento (tanto de especies biológicas como de minerales y compuestos químicos).
Escribe Chis Hedges:
“Reaccionan a esta gran revelación pretendiendo que nada está pasando. Están desesperadamente tratando de mantener un sistema capitalista-corporativo condenado a fracasar. Cantan el mantra de que el mercado debe de determinar el comportamiento humano, al tiempo que el imparable mercado sin regulaciones llevó a la economía mundial a una convulsión y a la evaporación de 40 mil millones de dólares”.
Mientras esto sucede, este miope saqueo, los medios y el sistema de producción cultural (de realidades) envuelven la mente colectiva en una burbuja con una serie de minidramas de celebridades (Angelina Jolie salva a los niños en África, el congresista Wiener mandó fotos de su pene por Twitter...).
Del otro lado de la moneda, alimento, agua y seguridad básica cada vez se alejan más del alcance de la población mundial. Desde el 2008 los precios en los alimentos en el mundo han subido 61%. Esto es bastante grave cuando ganas en un año lo que gana en una hora un CEO de una compañía del Fortune 100.
Para que todo esto pueda seguir ocurriendo las masas deben permitirlo. En Estados Unidos y en buena parte del mundo occidental aún se sostiene, y se defiende al pie del cañon, la sagrada democracia (“la democracia es la gran superstición de nuestro días”, dijo alguna vez Borges). Se representa una película con papeles antagónicos según el esquema del drama aristotélico —pasando por Maquiavelo y Bernays y Brezinski— y entonces tenemos a los demócratas que defienden las cuestiones liberales y se oponen férreamente a los republicanos, que defienden los temas conservadores. Y según aparecen en la TV debaten como enemigos… aunque en el fondo ambos defienden los mismos intereses (toman distintos caminos y a distintas velocidades para llegar al mismo lugar).
“Fomentando la ilusión en una clase sin poder que sus intereses pueden ser una prioridad, el Partido Demócrata pacifica y de esta forma define el estilo de un partido de oposición en un sistema totalitario invertido”, escribe Sheldon Wolin sobre el sistema canadiense, pero que podría aplicarse para buena parte del mundo.
La ilusión de la libertad es probablemente el máximo obstáculo a la libertad.
"¡Que no vengan a alabarnos el mérito de Egipto y de los tiranos tártaros! Estos aficionados antiguos no eran sino unos maletas petulantes en el supremo arte de hacer rendir al animal vertical su mayor esfuerzo en el currelo. No sabían, aquellos primitivos llamar “señor” al esclavo, ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra para liberarlo de sus pasiones”, escribe Louis Ferdinand Celine.
Si bien es innegable que existe un cierto avance en la libertad y en el acceso a la información, que una mayor diversidad de temas y opiniones se discuten en los medios y ocurre un mayor intercambio cultural, también es cierto que esto se da solamente en la medida que “pacifica” y mantiene en un estado de relativo contento a las masas. Exigimos más canales de TV, más productos en el supermercado y que se hable de más cosas, pero no exigimos que renuncien los políticos que otorgan contratos a las corporaciones para monopolizar nuestra existencia —o no logramos exigir orquestada y masivamente que renuncien o que aprueben tal o cual ley, porque la mayoría estamos relativamente satisfechos, en el estupor de la televisión o procurando alimentar a nuestra familia sin concebir que es posible exigir y tomar de la élite lo que pertenece a todos. La sofisticación del totalitarismo y de la tiranía opera con inigualable eficacia cuando hace que los ciudadanos crean que son ellos los que deciden y tienen control del destino —o cuando este control simplemente deja de importarles, por el ennui o por la radical distracción.
“¿Quién quiere rebatir el mito de que la raza humana está evolucionando moralmente, que puede continuar su saqueo de recursos no-renovables y sus niveles hedonistas de consumo, que la expansión del capital es eterna y nunca cesará?
“Las civilizaciones moribundas comúnmente prefieren la esperanza, aunque sea absurda, a la verdad. Hace la vida más fácil de llevar. Hace más fácil divergir la atención de las decisiones difíciles que se tienen que tomar para refugiarse en la certidumbre de que Dios, la ciencia o el mercado los salvarán”, dice Hedgres.
¿Marcharemos en aquiescencia hacia nuestra lenta desaparición o hacia nuestra completa esclavización, tal vez sin ni siquiera darnos cuenta que estamos siendo guiados a un cómodo e indolente matadero? Hedges de cierta manera pide una revolución en Estados Unidos, pero es realista (¿o pesimista?) y no lo hace con mucho convencimiento. ¿Cómo proceder para lograr esto? ¿Cómo organizar a la gente? ¿Cómo despertar a las masas? ¿Es esto absurdo, un poco de estéril contrapropaganda? ¿O todavía se puede encender la mecha que altere significativamente nuestra realidad colectiva?