En las últimas semanas la situación del Coronel Quaddafi se ha vuelto incierta. Por un lado, el avance de las fuerzas leales a su régimen ha encontrado enorme resistencia fuera de Tripoli (la capital); por otro, frecuentemente circulan historias en los medios según las cuales el “rey de reyes” rápidamente va perdiendo el apoyo de miembros importantes del ejército y el gobierno libios. Simultaneamente, gobiernos aqui y alla no dejan de exhortarlo a dejar el poder al tiempo que la comunidad internacional se ha abstenido de realizar maniobras militares que pudieran ser interpretadas como amenaza a las posiciones del Coronel en la zona. Tampoco ha habido un reconocimiento obvio a los rebeldes libios ni se les ha canalizado ayuda militar oficial – a pesar de que éstos la han solicitado explicitamente y han formado una nueva administración en Benghazi (el Consejo Nacional Libio).
Con todo, Quaddafi declaró recientemente su intención de “morir como un mártir” en defensa de la “revolución libia” frente a las “agresiones” de quienes llama “terroristas de al-Qa’ida” y en rechazo a los intereses de los “poderes imperialistas occidentales”. Esto no debería sorprender a nadie – después de todo, desde el golpe de estado de 1969 que lo impuso como Jefe de Estado, un buen número de acontecimientos y anecdotas han indicado que a Muammar el-Quaddafi le caracteriza, por lo menos, una gran excentricidad.
No obstante, aunque se trate de un hombre trastornado, sus declaraciones no deben tomarse a la ligera. Cierto, la rebelión en su contra le ha debilitado pero Quaddafi aún es capaz de masacrar a cientos de sus connacionales, como ya lo ha hecho en el pasado. El terror que sus fuerzas han esparcido dentro y en las inmediaciones de Tripoli recientemente es solo una muestra. Esto, sin mencionar que posee toneladas de compuestos quimicos tóxicos que, de ser utilizados, causarían grandes daños más allá de las fronteras libias. Y esta también, por supuesto, las consecuencias que una Libia en guerra civil traen para el mercado de petróleo.
El punto escencial aqui es que, por el bien de todos, Quaddafi se tiene que ir – y esto, idealmente, tendría que pasar lo antes posible a fin de minimizar el número de víctimas, la destrucción, y la inestabilidad de la zona (que ya de por si se ha incrementado bastante). Sin embargo, es necesario proceder con suma cautela. Por lo menos en este momento la acción militar se antoja mala idea porque daría credibilidad al argumento (muy frecuente) de Quaddafi de que los poderes imperiales desean controlar Libia y el Medio Oriente. Además, sabiendose sin escapatoria, es probable que decida llevarse a la mayor cantidad de víctimas con él. Por otra parte, los Estados Unidos y sus aliados no pueden darse el lujo, por razones politicas y presupuestales, de intervenir en otro pais árabe con petróleo.
Una posibilidad que se puede explorar es la mediación internacional a fin de negociar una estrategia de salida para Qaddafi y su familia a cambio de su renuncia. Esto asume, por una parte, que el Coronel (aunque perseguido por el delirio) puede ser razonable si le habla la persona correcta y, por otra, que las fuerzas de oposición estarian abiertas al dialogo. Hugo Chávez, el presidente de Venezuela (y al parecer amigo cercano de Quaddafi) parece perfilarse como el abanderado principal de esta cáusa al ofrecer – si bien con cierta tibieza – la creación de un comité internacional de paz a la Liga Arabe. Los detalles del plan de Chávez, sin embargo, no han quedado del todo claros, como recientemente lo comentara Hassan Youssef, Subsecretario General de la Liga. Más aún, las manifestaciones de sensatez de Qaddafi en el pasado reciente (y que hicieron posible la “reconciliación” de Libia con Occidente a principios de esta década) no son garantía de nada: a la pregunta de si consideraría el exilio en Venezuela Qaddafi ha contestado repetidamente que preferiría morir luchando antes que salir huyendo. Y hasta ahora es exactamente eso lo que ha hecho. Incluso cuando se ha mencionado la posibilidad de diálogo, Qaddafi se ha limitado a ofrecer perdón a sus opositores a cambio de cesar las hostilidades. Las fuerzas de oposición, por su parte, tampoco han mostrado una gran disposición a negociar y difícilmente aceptarían alternativas que no incluyan, en primer lugar, la renuncia de Qaddafi.
Es muy posible que los esfuerzos de mediación – si alguna vez se concretizan – por sí solos no sean suficientes para que Qaddafi ceda. En este escenario habrá que considerar entonces otro tipo de acciones que se dirijan al mismo objetivo pero de forma más indirecta. En otras palabras, estas acciones buscarían en el corto plazo acelerar la deserción entre los efectivos aún leales a Qaddafi. Importantes miembros del gobierno y el ejército de Libia ya se han vuelto contra el Coronel pero, mientras quede duda sobre su supervivencia política, el temor a las represalias seguirá siendo mucho más poderoso.
El truco aqui se encuentra en un delicado balance de diplomacia, presión y, sobre todo, paciencia. La comunidad internacional necesita mantenerse firme en su postura de que la caída de Quaddafi es solo cuestión de tiempo y enfatizar, hasta donde sea posible, la importancia de que dicha caída no sea (o se perciba) producto de la intervención de Occidente, especialmente los Estados Unidos y la OTAN. Maniobras como la reciente movilización de destructores navales y buques anfibios por parte de los Estados Unidos hacia el Mediterráneo y el Mar Rojo, así como la decisión de Italia de suspender la cláusula de no agresión incluída en el tratado que firmó con Libia hace tres años, contribuyen a generar un clima adverso a Quaddafi sin necesariamente precipatar un conflicto mayor – como sí lo haría la imposición de una “zona libre de vuelo” (sugerencia de, entre otros, John McCain y Joe Liberman) no sancionada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La ONU, por su parte, también ha procedido con cautela al imponer por unanimidad una serie de sanciones contra Quaddafi (entre las que se incluyen el embargo de armas, el congelamiento de activos y la prohibición de viajar para el Coronel, su familia y sus colaboradores más cercanos) y rechazar cualquier forma de provocación militar abierta.
De momento, las estrategias adoptadas por la comunidad internacional parecen ser las correctas y es necesario dar un tiempo razonable para que surtan efecto. No obstante, excepto por lo que respecta a las muchas vidas que se perderan mientras tanto, es imposible anticipar en estos momentos el descenlace del conflicto en Libia. Sólo nos queda esperar que no estemos ante la Bosnia o la Somalia de la década.