La información quiere ser libre: necesitamos crear un nuevo internet

Desde que nació el internet, no como un proyecto militar de Estados Unidos (DARPAnet), sino como un pulso cultural de individuos conectados a través de una monumental comunidad mundial y digitalizada, la Red ha sido sinónimo de libertad cívica e independencia social. Pero ¿En realidad fue alguna vez internet libre? Quiero pensar que nadie podría dudar de la naturaleza colectiva –incluso comunitaria- de la Red, de su esencia descentralizada soportada en una estructura relativamente anti-piramidal, y hasta podríamos adjudicarle un espíritu un tanto caótico (en el sentido más positivo de la palabra). Pero de ahí a afirmar que el internet es un ícono de libertad parece haber una frágil y larga distancia.

Lo cierto es que a pesar de están estimulantes virtudes que sin duda hacen brillar su aura digital, el internet ha estado desde su nacimiento subyugado por una autoridad central que al final de ese pasillo de auroras boreales informativas ejerce un control determinante sobre el núcleo de la Red. Esta autoridad tiene el poder de suspender cualquier DNS dirección de IP, así como la transmisión informativa que se comparte de un lugar a otro.

Hace un par de años se intensificó la discusión en torno a la neutralidad de la Red, proceso que ha ido en aumento desde entonces, parece que los argumentos a favor y en contra de proteger esta virtual neutralidad se han entrelazado a un grado que el escenario parece más confuso que nunca y el ambiente se percibe un tanto enrarecido.   De acuerdo con el genial teórico de los medios Douglas Rushkoff, el momento en que comenzó el debate en torno a la “neutralidad de la red” fue el momento en que el debate se perdió. Y esta perturbadora afirmación esta sustentada en un argumento contundente: a partir de ese instante el destino de internet, su reglamentación, su equidad, y su capacidad para detonar una verdadera evolución social y económica, se depositó en manos de aquellos que promulgan las leyes y de las corporaciones que fondean, la Red perdió determinantemente su poder para detonar cambios a profundidad. “El simple hecho de que los legisladores y los cabilderos controlen ahora el futuro de la Red debería de ser suficiente para que nosotros nos movamos a otro lugar” afirma Rushkoff.

Resulta bastante triste la facilidad con la que un senador estadounidense puede levantar el teléfono para solicitar la erradicación de un sitio – como WikiLeaks- de la Red, o incluso el hecho de que toda una terminación puede ser eliminada (como por ejemplo .ir). Y precisamente por este control centralizado de internet, y la facilidad con la que se puede domesticar desde un plano técnico (ya que editorialmente es casi imposible) es que el gobierno chino, de acuerdo con cables diplomáticos revelados por WikiLeaks, desestimó a internet como una amenaza.

También es importante recalcar que este análisis de la situación actual de la red no esta diseñado para desanimar a la mente colectiva sobre el potencial y las maravillas que nos ofrece internet, pero resulta prudente abandonar la mirada romántica que nos hemos impuesto frente a él y estar conscientes de que su enorme potencial depende también de algunos factores ajenos a su naturaleza original pero que podrían ser determinantes en nuestro aprovechamiento de este manto de interconexiones digitales que tenemos la fortuna de poder aprovechar.

“No estoy tratando de ser un “bajoneador”, o de menospreciar las posibilidades de la red. Solo quiero eliminar la noción ficticia de que internet es una entidad incontrolable, descentralizada, y libre para todos, con el objetivo de que podamos crear algo más” nos dice el buen Rushkoff para luego lanzar una lúcida propuesta: “Así es. Propongo que abandonemos el internet y al menos que aceptemos el hecho de que este se ha rendido al control corporativo como prácticamente cualquier otra cosa dentro de la sociedad occidental. Estaba destinado a pasar, y en su arquitectura centralizada se gestó su vulnerabilidad ante una potencial conquista”.

Y como dice Rushkoff, el destino de internet era bastante predecible analizando rápidamente la historia de occidente y algunas condiciones del escenario digital actual. El cableado de fibra óptica que cruza por tu ciudad, así como los ISP´s mediante los cuales nos conectamos no son bienes comunitarios ni públicos, no, son propiedad de diversas corporaciones que venden el servicio a la sociedad y que tienen la libertad de frenar al aprovisionamiento de estos recursos en el momento que sus intereses se vean realmente amenazados por el fenómeno internetero. “No se trata de que estén convirtiendo a una red pública y libre en un centro comercial . Internet ya es un mall comercial. Tu revolucionario video que esta publicado en YouTube ya tiene anuncios de Google insertados en él. Y si, ese es el precio de la libertad cuando estas operando en la red de alguien más”.

Pero más allá de este, si, digámoslo, siniestro escenario, lo cierto es que existen respuestas y alternativas. La solución frente a la corporativización del internet, algo previsto desde los inicios de esta red, no radica en una lucha frontal por mantener la pureza de un sistema de intercambio que jamás estuvo diseñado para ser libre o público. Esta actitud solo nos llevaría a perder múltiples batallas con el desgaste físico y emocional que ello implica. En lugar de pretender que internet es una arena virginal que ha sido subyugada por sombríos intereses, hay que aceptar que este fenómeno es en si parte de su naturaleza. Y ante eso la solución es más o menos obvia: debemos de unir fuerzas para gestar una res social, intelectual, y cultural de intercambio, cuyo diseño original este intencional y explícitamente orientado a la libertad, la gratuidad, y la descentralización.

“No es una gran ciencia. De hecho conozco unas cuantas docenas de personas que están leyendo esto y que podrían hacer este proyecto realidad” afirma de manera incitante Rushkoff. En los ochentas existió un inspirador antecedente de esta nuevo internet, una versión súper sencilla llamada Fidonet que consistía en que alguien aportaba su computadora como un servidor. Y el resto de los integrantes de esta cibercomunidad llamaban desde sus computadoras al modem conectado a un teléfono, lo cual les permitía compartir información, subir y descargar datos, y cualquiera que tuviera acceso a la computadora que estaba siendo utilizada como servidor podía hacer uso de la información acumulada por el retso de la comunidad.

“Así que hay que hacerlo. ¿Usaremos telefonía, radio pirata, o alguna otra región del espéctro? ¿le pedimos dinero a George Soros o a la Fundación MacArthur? ¿Realmente necesitamos o queremos su dinero? Como podría afectar a nuestra red el financiamiento basado en una divisa centralizada, o en una fundación privada, o una universidad pública, de acuerdo a la naturaleza arquitectónica que queremos imprimirle? ¿Quién adquirirá la habilidad de gobernarla o limitar lo que sea que pueda transmitirse a través de la red (si es que existe alguien)?”

Pero para responder a todas esta interrogantes con el fin de construir una red verdaderamente libre, equitativa, funcional, y ajena a agendas centralizadas, el reto consiste en observar la situación actual. Entregarnos plenamente a un ejercicio de zen digital y dedicarnos a hacer conciente la estructura por la cual se rige actualmente el intercambio sociocultural y económico en la red. Y solo cuando hayamos reconocido y entendido estos principios, cuando tengamos claro las fuerzas involucradas en esta “lucha”, y cuando aceptemos las batallas que hemos perdido como episodios necesarios para llegar a una verdadera y no virtual emancipación, entonces estaremos listos para dar inicio a una de las tareas más dignas de la historia de la humanidad, y que tal vez sea una obligación cósmica para nuestra generación: liberar la información.

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Twitter del autor: @paradoxeparadis / Lucio  Montlune

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