La independencia secreta de México

México, un nombre precioso sin duda, un territorio inundado de riqueza ancestral, una nación que fue habitada por una extensión de tiempo que desconocemos, diferentes culturas y asentamientos dedicados al conocimiento y a la posibilidad de experimentar una amplia gama de vivencias apoyados en lo que permite el planeta. No es de menos decir que México es un territorio de cualidades para un espíritu que busca despertarse en la rueda de la vida, un territorio idóneo para regresar y encontrar el espejo de un pasado en donde la conciencia tuvo gloria en el corazón humano. México, un nombre que se queda corto en un territorio que abarca mucho más que la antigua Tenochtitlan, un pasado de magia y conocimientos magistrales que se emitían en dimensiones de la mente que hoy no conocemos, donde el viento de la tierra y el abanico del cosmos se encontraron a través de los seres que unieron el cielo con la tierra, el hombre serpiente vuela en la era de los Quetzalcóatls.

Entre la simbología que caracteriza a los pueblos de nuestro antiguo país, se destaca un lenguaje doble, una poesía que habla el idioma de la mente subconsciente, por medio de símbolos plasmados a la luz de la creatividad que se extiende en la historia viva y el tesoro de muchos años, de muchos andares en la evolutiva espiral. Transformaciones del ser que muta intencionalmente para convertirse en un ser planetario, en un hijo de la Tierra en la infinitud del cosmos.

Piedras que se convirtieron en bibliotecas, donde la moda y los conceptos humanos no intervendrían con el paso del tiempo: el tesoro verdadero no es oro ni es plata, son los arcanos de un tiempo donde la mente se expandía y el palpitar del género se impregna en de todo lo que tiene vida y erotismo.

Un lenguaje pasivamente activo que invita al viajero a internarse en las bibliotecas vivas de esta nación. Aventurarse a un mundo que se aparta de las verdades actuales reclamará al curioso y rebelde de sus propios conceptos a internarse en terrenos más profundos de su mente, donde en sus intentos —en su propia técnica, que no es más que el resultado de su intención— por ver más allá de la inteligencia conceptual encuentre salida al laberinto paradigámtico construido por nosotros mismos, entreviendo en las piedras y símbolos su propia mente y su grado de libertad.

La seguridad de la común y cómoda existencia se derrite ante sus firmes pasos, al avanzar se devela lo que ahora es claro pero infinito. El viajero (también de su mente) encuentra claves en su andar, la vida se comunica a través de sus augurios, el éxito radica únicamente en la confianza que se tenga, en la seguridad que aquella rebeldía manifiesta desde un principio, reconociendo que existe mucho más que ver y sentir en esta tierra, la seguridad de saber que hay más.

Larga fue la jornada y la caminata para encontrar el augurio mexica: un águila devorando una serpiente. Buscar el escenario donde se encontraría aquel espacio sagrado, la tierra prometida, no debió ser cosa fácil. Guerreros decididos a cumplir el comunicado de sus dioses, sin la inquietud racional y las preguntas típicas de, ¿cómo será ese lugar?, ¿tendrá los elementos necesarios para sobrevivir? ¿hará frío o calor? ¿en verdad algún día la encontraremos? Los mexicas cruzaron los impedimentos de una mente insegura, para en aquel día esperado observar la escena con el símbolo viviente frente a ellos. Aquel momento esperado donde moriría el nómada y nacerían los Señores de dominios y territorios, señores de esplendor arquitectónico.

Los mexicas o mexicanos no fueron los primeros en reconocer aquel paraíso tan deseado por sus entidades divinas: cuando encontraron el valle de México, este ya estaba habitado por diferentes colonias que disfrutaban de esas tierras envueltas por volcanes.

Una vez más lo mexicas, sin dar marcha atrás, se adecuaron a la hospitalidad de sus habitantes. Los señores xochimilcas, los señores de Texcoco (entre otros), decidieron su perdición. Los enviaron a una isla llena de serpientes esperando que ahí llegara su fin y que la amenaza que sintieron desapareciera como el despertar de una pesadilla. Pero el augurio de lo mexicas (el águila devorando una serpiente) se convirtió en realidad: los mexicas sobrevivieron a lo no que nunca esperaron sus “anfitriones”. Devoraron serpientes de la isla y se fortalecieron, creciendo en poder y fuerza, consumiendo a sus enemigos y posándose como el águila territorial en el lago y sus alrededores: dando el nombre de México-Tenochtitlan a aquel mítico lugar.

Un tiempo de sacrificio, sangre y explotación, de esplendor, misterio y de grandes Señores. Hombres respetados en casa pero odiados fuera de ella. Obligados al capricho ambicioso e insaciable de sus dioses: llevados a denigrar el honor y a someter a espíritus hasta delegar su conciencia y el recuerdo de la belleza. Tezcaltipocatl buscaría derrotar a Quetzalcóatl en una lucha mañosa que terminaría por ganar.

El tiempo del espíritu y de honorabilidad, magia intencionada a la apertura del ser en su búsqueda de conciencia y entendimiento de su entorno, ese tiempo sería esperado por los pueblos que se encontraban sometidos a los caprichos sanguinarios y el poder de una nueva cultura: el regreso de Quetzalcóatl.

Cuando Cortés llega a México cuenta con el apoyo de los pueblos que soñaban con derrotar a los mexicas. Cortés fue llamado y reconocido como Quetzalcóatl (obviemos que las leyendas y los profecías antiguas de nuestro país no pueden ser interpretadas como nuestra literal razón lo hace). Sin ahondar en el Cortés-Quetzalcoatl, finalmente y con el apoyo de todos los que recordaban por leyendas e historias y por su biblioteca arquitectónica los tiempos en que no existía el dominio azteca, conquistaron al señor Tezcaltipocatl con la ayuda de los venidos de Europa.

¿Cuántas preguntas se habrá hecho Cortés de regreso al lugar que lo vería morir? ¿Qué poco habrá entendido aquel aventurero que se aferró a su religión y escuchó el llamado de la Reina, quien le pidió regresar a casa para despojarlo de sus bienes en Castilla donde moriría asumiendo la responsabilidad de la matanza de Cholula? Recordemos que esa batalla la llevaron acabo los tlaxcaltecas en honor y memoria de quienes habían dado la vida a merced del sacrificio. Cholula, la morada de los sacerdotes, el centro del conocimiento Azteca.

El águila de los Aztecas podría ser entendida de otras formas: simbolizando al ser que devora al hombre (serpiente), al ser humano que se posiciona sobre los demás. Tezcaltipocatl reclama con su cuchillo de obsidiana la sangre y el fruto sagrado, la energía máxima del terror y el dominio del guerrero, la dulzura e inocencia que desprende una doncella cuando se le arranca el corazón y toda la tristeza y frustración de sus seres cercanos que observan el ritual, se amalgama para crear el “cóctel humano”, para que el señor del inframundo se nutra en un banquete de poder y dominio. Una entidad convertida en dios y dueño del destino de doncellas y guerreros.

También podría hablarnos del dominio de la masculinidad (águila) sobre la feminidad (serpiente) o el hombre cósmico, que obtiene el dominio de la tierra. el águila (el sol) que se une-nutre de la serpiente (la tierra) y la hace suya (uniendo el cielo con la tierra). Pero difícilmente lo podríamos reentender como la serpiente emplumada, es sin duda algo distinto —y distinto era también el objetivo de los fundadores de México. En las leyendas se puede observar el dominio de una fuerza sobre otra: cuando Tezcaltipocatl persigue a Quetzalcóatl, entre trampas y artimañas solo sobreviviría el último que aún no tendría el grado de su maestro, sin embargo, logra rescatar los huesos del hombre del inframundo y huir hacia la ciudad que hoy lleva su nombre. Xólotl se transforma 13 veces para no ser detectado por Tezcaltipocatl, finalmente, como un perro negro, Xólotl, desde Cholula (Xolula), logra penetrar a un lugar sagrado en el Popocatépetl. Xólotl espera su tiempo para salir, aguardando en un lugar donde es intocable y está a salvo de las fuerzas enemigas, solo regresará cuando la nueva era reclame su presencia, cuando el tiempo de la conciencia florezca y la mujer dormida, Itztlacihutl, despierte.

La conquista de México —capital azteca o México-Tenochtitlan— fue en sí la conquista del país. Aunque después otros pueblos se rebelaron contra españoles —como el caso de Baja California Sur y Durango— el hecho de mayor importancia fue conquistar al pueblo cumbre del momento que tenía sometidos a los demás pueblos, conquistar México. ¿Tlaxcaltecas traidores? Es fácil decirlo, pero poco agradable ponerse en sus zapatos. Durante 200 años sacrificaban a las más bellas mujeres y a sus mejores guerreros para ceder a los dioses mexicas el alimento en un ritual aterrador.

Desprendían el cuerpo de las doncellas, piel y carne. Dejando porciones de piel aún viva, los músculos y venas sangrantes, el sacerdote se ponía la carne como capa y ropaje, escurriendo la sangre, y portando el pelo de su víctima como propio, terminaba por sacar el corazón aún latente apagándolo con una mordida.

México: reentender esta palabra y reconocer lo que es este paraíso simbólico, esta biblioteca viva creada en la época de los señores, que buscaban el encuentro entre el cielo y la tierra, es entender el tiempo de los Quetzalcóatl.

La conquista de México está llena de misterios y razones que a lo mejor desconocemos, el augurio también llegó a los pueblos de Tabasco y de Tlaxcala, el tiempo había llegado y México podría ser derrotado junto con las matanzas y la sed de sangre que gobernaba. Sin embargo, otra era de dominio y control llegó a estas tierras, y los indios fueron sometidos, si no al ritual donde terminaba su vida, sí a la obediencia religiosa y la esclavitud del pensamiento libre-filosófico. Una vez más y sin descanso el territorio sagrado, México-Tenochtitlán, sería el centro de dominio de una nación que buscaba convencer a todos por las buenas o por las malas de la salvación católica por medio de la obediencia y la fe. En este capítulo de la historia, la densa conciencia del poder hizo sus hazañas, pero aun así permaneció la simbología antigua. De una forma esotérica ciertas iglesias de nuestro país esconden un lenguaje del antiguo saber; es curioso que en el mundo occidental se tenga que recurrir a una iglesia para conocer sobre los pueblos que florecían antes de que llegase el cristianismo: los celtas, “pueblos paganos” de Europa, y los misterios templarios esconden, entre la numerología y la disposición arquitectónica —lenguaje geométrico sagrado—, todo un saber iniciático para que "quien tenga ojos, vea".

Lo mismo ocurre en nuestro país: indígenas que pasaban como ignorantes y humildes, decoraron las capillas e iglesias con su conocimiento, en un intento sabio y esotérico por que permaneciera su verdadero tesoro, escondido, pero a la luz solo de quien observa y comprende lo que ello significa. Ejemplo claro de ello es la capilla de Cholula, que no solo sigue siendo territorio ceremonial, sino que tiene 13 altares que representan las 13 transformaciones de Xólotl. Hay mucho solo ahí que está a disposición del que observa adecuadamente. Nuestro país está lleno de ello.

México, un territorio que nunca perdió su mística ancestral, queda gobernado por españoles que de ello no entienden nada, cegados por otros aspectos como el oro y el dominio del ser individual por medio de una doctrina obligatoria. México —y me refiero al valle del Anáhuac, donde vivían los más poderosos hombres de la colonia— coincide en ciertos aspectos interesantes con sus antiguos habitantes, empezando por la curiosa centralización que se suscita, hasta la fecha en la capital, como también por el miedo a un Dios que enviará al infierno al que peque,  terror también desmedido y en otros casos pretexto para quemar y sacrificar en nombre de Dios a brujos y herejes, a seres libres e independientes de pensamiento y de sentir. Todos perseguidos, hasta las plantas mágicas de nuestro país, ¿por un Dios furibundo?

El conocimiento antiguo queda sin ser observado, la independencia del país deja poco que valga la pena en comparación a lo que se perdió. No es reentendido el sentido sacro de estas tierras y sus antiguas culturas. Fue hasta hace muy poco tiempo que el pensamiento de las mayorías era que los indios y sus culturas eran ignorantes y salvajes —el mismo pensamiento que los españoles tuvieron, la misma religión y el mismo miedo. El dominio pasó de unos a otros, pero el pensamiento colectivo quedó intacto.

No solo se conserva todo ello en nuestro país, con la secreta permanencia del conocimiento ancestral que se encuentra sobre todo lejos de la ciudad de México, en curanderos y sabios que han conservado desde medicina hasta disciplinas y técnicas de los antiguos brujos. No todo fue conquistado, pero tampoco fue independizado de la influencia española-católica. Esa independencia no se puede festejar.

Curioso es el caso de México, sin duda alguna: inalcanzables, sus misterios e historias nos sorprenderían. También es sorprendente que el comunicado del dios Mexi a los caminantes de Aztlán —un águila devorando a una serpiente en un nopal— siga vigente hasta nuestros días, continúe siendo la ciudad más grande del mundo —y el país lleva su nombre.

Es curioso que se le haya puesto este nombre al país cuando se independizó de España. Esto limita claramente una identificación de los pueblos con el nombre de su país, que no abarca más que el valle del Anáhuac. Después de una historia de dominios y de independencias, algo permaneció intacto: el nombre de México, ciudad capital Azteca (cuando observas en las carreteras letreros que indican la dirección a la capital, aparece el nombre de México, así como cuando Cortés  preguntaba a los indígenas cómo llegar a México).

Esto es cuestionable, pero en el fondo, de lo que más podemos aprender en la poca historia que conocemos de nuestro país, es la constante conquista e independencia que hasta la fecha existe, y que hoy podríamos inclinarnos hacia el ejemplo de aquellos que ocultamente siguieron sus raíces y costumbres y que no se sometieron, adaptándose a la cultura opresora sin que nadie notará su realidad y visión, pero manteniendo conocimientos más valiosos que cualquier oro material. Esos seres esotéricos, ocultos ante la luz, son los verdaderos independentistas: alcanzar esa libertad y elegir sus propios valores habla de un ser que logró la verdadera y más difícil independencia.

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