Avertencia: esta reflexión podría echar a perder las películas de La Isla Siniestra (Shutter Island, Martin Scorsese, 2010) y El Origen (Inception, Chris Nolan, 2010) a los que no las hayan visto.
Leonardo DiCaprio fue conquistando lentamente al sistema que recientemente lo convirtió en un avatar mesiánico de tiempos esquizoides. Es una suerte de heredero del antihéroe del cine negro combinado con Neo de Matrix, y su propia figura de acción/tie-in, que se vende en la juguetería después de algún éxito de Blockbuster.
El director italo-americano que conserva en su vida diaria el ritmo de la droga que casi lo mata (cocaína), vio en DiCaprio lo que ahora nos queda claro que ha llegado a ser: un espejo que proyecta en la pantalla los sentimientos más ocultos del espectador lo hace enfrentarse a sus propios fantasmas y darse cuenta de que son los mismos fantasmas que llevamos todos.
DiCaprio no es un actor vivencial, pero esto no lo digo de modo despectivo, el mismo Gérard Depardieu ha confesado que es un actor tan formal que nunca ha sentido nada con ningún personaje.
DiCaprio es el gran gesticulador, es un actor tipo como casi todos en Hollywood, no de carácter, como la generación que apareció en lo setenta. Pero Leonardo es mucho más profesional y se adapta a las necesidades del estudio, siendo una marioneta sagrada para el orden establecido, que se mimetiza ala vez eliminando al verdadero Leonardo, pero sin ser más que Leonardo: un nuevo Leonardo que en su vida privada sigue trabajando para lo mismo y en ocasiones más eficazmente. Apoya documentales “ecologistas” o se relaciona sentimentalmente con mujeres que contienen el límite máximo de la belleza marcada por el status quo actual.
Hay dos películas que existen paralelamente, dos caminos-espejo que materializan el cine laberíntico contemporáneo y de estudio dentro de la psique del personaje principal: la fábula hiperparanoica La Isla Siniestra (Shutter Island, Martin Scorsese, 2010), y la metafísica diluida en cine de acción de máximo presupuesto El Origen (Inception, Chris Nolan, 2010).
DiCaprio hace como si sufriera, sudara, llorara, gritara, se enfureciera, se estremeciera, se ilusionara, pero en realidad no siente nada, sólo lo proyecta en la pantalla y funciona mucho mejor que muchas actuaciones vivenciales del cine actual, es más verdadero. El cine de muy alto presupuesto muestra que vive de mentiras, y son mentiras lo que más vende, por eso la publicidad tiene el peso que tiene en nuestra “cultura”. Ahora lo que compramos son promesas envueltas en plástico y spray para cabello, lo importante es comprar, no tanto usar lo comprado, un budismo a la inversa, un aquí y ahora lleno de deseo por poseer más y más bienes que deberían funcionar mientras el vacío existencial del individuo crece. Las personas tratan de acceder a la felicidad acumulando y volviendo a desear instantáneamente, porque realmente no obtienen lo que de verdad necesitan, el espíritu se seca. Pulsiones sexuales inteligentemente dirigidas por un sistema que nunca va estar satisfecho, porque funciona de la misma manera, es una estructura piramidal.
Hace tiempo se rumoreaba que en un futuro no muy lejano el cine ya no necesitaría directamente a los actores, lo que pasaría es que a través del CGI (la animación por computadora) se crearía todo. Para este proceso sólo es necesario tener los gestos archivados de los actores, los cuales firman un contrato definitivo con cada estudio, y así cada película animaría al actor de su conveniencia a su gusto y necesidades. Con Avatar (James Cameron, 2009) queda claro que la ciencia ficción se acerca a la cartelera de las multisalas, pero con estas dos películas a mí me queda claro que el proceso deshumanizador está asumido y el hombre regresará a ser bestia por caminos inimaginables.
DiCaprio es una canal por donde se expresan nuestros miedos ante estos últimos tiempos, cada vez queda más claro que la realidad no es una sola, el individuo tiene la oportunidad de liberarse o entregarse a una esclavitud que proporciona muchas comodidades. El siglo pasado demostró que la revoluciones colectivas no son el camino para el cambio social, la ruta es individual y por los colectivos pequeños se pueden unir en esfuerzos específicos con otros colectivos, la guerrilla de imagen que Dziga Vertov proponía antes de tiempo, el sueño del kinopravda.
Ahora, DiCaprio trabaja en la preproducción de la más reciente película de Clint Eastwood, Hoover. No es un documental sobre quién lava la ropa, más bien una adaptación biográfica sobre la vida de J. Edgar Hoover, quien fuera director del FBI por una eternidad haciendo la vida imposible a personas con base en mínimas sospechas, para las cuales los principales temas eran la guerra fría y el comunismo. La película estará enfocada en su carrera y su extravagante vida privada en la que, según dicen, festejaba vestido de mujer.