Mucho se dice del hermetismo y de su práctica; siempre o casi siempre, lo que se dice, está cubierto por el velo que todo lo oculta. Resulta muy difícil comprender con claridad el fin que persigue el hermetismo; los métodos, los preceptos, la disciplina y los conceptos no son palabras o símbolos que se puedan comprender mediante el uso o aplicación de la historia, la filosofía o la teología; es decir, no se accede al hermetismo únicamente a través de procesos cognitivos. La mente juega un papel muy importante en la transmisión del conocimiento hermético y esotérico, pero es el alma del ser humano la que debe integrarlo en nuestro ser completo. El conocimiento hermético busca la unidad y la unión del conjunto de la humanidad; la alianza del hombre con la naturaleza, de dios al hombre y del hombre al hombre. Dicho conocimiento no se adquiere únicamente a través de medios intelectuales y es por esta razón que la mayoría de las escuelas esotéricas se valen del rito iniciático para transmitir la enseñanza, ya que el trabajo que la iniciación realiza es espiritual. La práctica del hermetismo no es secreta sino discreta.
Para hablar del hermetismo es indispensable hablar de la figura de Hermes Trismegisto. Inmediatamente pensamos en el dios griego del caduceo, hijo de Zeus y de la ninfa Maia. A partir del siglo iii a.C., los griegos pensaron que Hermes era descendiente del dios egipcio Thot.
El Corpus Hermeticum es la obra atribuida a Hermes y consta de 17 tratados escritos entre el siglo ii y el siglo iii de nuestra era: el Poimandrés o Pimandre, el Asclepius o Discurso perfecto, los Fragmentos de Stobée. Además de estos escritos cosmogónicos, también se le atribuyen una serie de escritos heterogéneos que pueden ser clasificados de la siguiente forma: los escritos astrológicos, las ciencias ocultas y las ciencias alquímicas. Con el fin de la antigüedad y la destrucción de la biblioteca de Alejandría, una parte importante de los manuscritos herméticos cae en el olvido; sólo los esoteristas medievales, especialmente los alquimistas, trabajaron sobre la base del Asclepius para redactar sus textos alquimistas. Durante la Edad Media el Pimandre fue completamente olvidado y no fue hasta el Renacimiento que se comenzó a considerar como la esencia misma del Corpus Hermeticum. En 1450 un monje lo reencuentra en Macedonia y lo lleva a Florencia; diez años antes, Cosme de Médicis confía a Marcile Ficin la creación de la academia neoplatoniana; al mismo tiempo, el Pimandre es atribuído a Hermes el Tres Veces Grande y es tanto el entusiasmo por el manuscrito que Cosme solicita a Ficin que abandone la traducción de Platón para dedicarse al Pimandre.
El 1471 se traduce por primera vez el Corpus Hermeticum y se reeditará al menos 25 veces hasta 1641. A partir de este momento, el pensamiento hermético será revisado a detalle. Resulta muy complicado estudiar los textos cronológicamente; vale mucho más la pena destacar las ideas principales del pensamiento hermético. También se debe señalar que el cuerpo de los textos herméticos no forma un todo coherente ya que los textos presentan contradicciones doctrinales. P. Festugiere distingue dos tipos de hermetismo: un hermetismo sabio y un hermetismo popular. Por un lado, los grandes místicos, esotéricos y filósofos; y por el otro, los magos de receta de cocina, quienes intentan adquirir la longevidad, fabricar oro o liberarse de un maleficio. El Asclepius está escrito en forma de diálogo y también es conocido como el Discurso Perfecto. En éste se afirma que la revelación hermética se sitúa en Egipto: “¿Ignoras pues, Asclepius, que Egipto es la copia del cielo, o, mejor dicho, el lugar donde se transfieren y proyectan, aquí abajo, todas las operaciones que gobiernan y obran las fuerzas celestiales? Aún más, si se ha de decir, nuestra Tierra es el templo del mundo entero.” (Aclepius, 24). Si hay revelación dentro del conocimiento hermético, no se trata de una revelación absoluta. El Hermetismo ve más allá de lo que se observa a simple vista, ve el mundo en su realidad más allá de la apariencia: el hermetismo percibe las causas primeras.