Jean Paul Sartre en mezcalina era perseguido por langostas imaginarias

Habría que hacer esta caricatura: el genial (y a veces pedante) filósofo francés Jean Paul Sartre con sus lentes y pipa correteado por enormes langostas por las calles de Paris. Ubicuos crustaceos persiguiéndolo, incluso sentados junto a los alumnos en sus clases universitarias.

Un nuevo libro de conversaciones con el escritor francés escrito por John Gerassi revela que Sartre alucinaba constantemente langostas depués de empezara a tomar mescalina, probablemente influenciado por Aldous Huxley quien a su vez siguiera el ejemplo de la Gran Bestia, el ocultista inglés Aleister Crowley.

Al parecer Sartre empezó a tomar la sustancia activa del peyote en 1935 y probó ser determinante en su concepción de La Nausea, la clásica novela ideológica del existencialismo. Sartre incluso le llegó a tomar cariño a estas entidades, refiriéndose a los crustaceos como "mis pequeños". En su obra de 1958 El Condenado de Altona, una raza de cangrejos sirve como juez de la humanidad (curiosamente en la película District 9, los alienígenas tienen un look crustaceo, pero esto tal vez no tenga nada que ver).

Sartre le dijo a Gerassi, cuyos padres eran muy amigos del filósofo y su esposa, que se estaba volviendo loco ante lo absurdo, por lo cual fue analizado por un joven y brillante psicoanalista, Jaques Lacan (al parecer las langostas eran la manifestación del miedo de Sartre a ser encasillado como un profesor). Tiempo después sus amigos crustaceos le aburrieron y con esto desaparecieron.

No es del todo difícil imaginar a Sartre, quien acuñara la frase "el infierno son los otros", alucinando langostas como una especie de metáfora materializada de sus pensamientos terriblemente lúcidos, sumamente distantes de la espiritualidad del peyote, "el Divino Luminoso", kauyamari, el venado azul, entidad solar del desierto y pasadizo de reconexión con el gran fractal universal. Para Sartre el universo sólo está habitado por el pensamiento humano, el hombre es el único creador de su destino, la existencia precede a la esencia. Sartre, en su mal viaje, vio langostas; Huxley vio la armonía universal de las formas, mandalas y Mozart.

La pareja de Jean Paul Sartre, la escritora feminista Simone De Beauvoir, reveló a su muerte que el máximo expositor del existencialismo consumió anfetaminas por más de 20 años. Mezcalina y speed: ubicuidad de crustaceos. Y sin embargo, hay que reconocerle humor y genialidad a Sartre quien años después dijera que extrañaba a sus inseparables compañeros. Tal vez la langostas de Sarte no son más que una incisiva metáfora elucubrada por el filósofo que en la hiperaceleración de su pensamiento reflejó su mente en el espacio como una langosta incesante. El atisbo o destello de que la vida no tenía que ser tan terriblemente seria.El existencialismo tuvo su dosis de comedia.

Vía Times de Londres

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