Los glaciares son una especie de mapa de de la evolución geológica. Aunque parecen ser grandes masas que se mueven en cámara lenta, en realidad son poderosos escultores de paisajes que pueden horadar valles y fiordos en sólo un par de miles de años. (Para la conciencia de Gaia, esto es un parpadeo, un aletazo de mariposa, un breve R.E.M en su sueño planetario).
Proveen una especie de bóveda de hielo de tiempo, donde se puede descifrar el texto del pasado y adivinar las modulaciones futuras; su sensibilidad a los cambios climáticos los hace buenos parámetros para observar los efectos del calentamiento global. Los glaciares se hacen grandes y avanzan cuando hace más frío, cuando hace más calor disminuyen su tamaño y retroceden al océano.
En esta compilación de imágenes de fina arquitectura gélida, cortesía de Wired, podemos ver a estas entidades polares desde el espacio exterior, geomancia decodificada por astronautas o robots satelitales.
Las líneas de la vida en la epidermis de la Tierra o los caminos neurales: sinapsis de electricidad blanca, axones y dendritas que forman fractales de caos, las zonas donde se sintetiza la inteligencia de la noósfera que proviene del espacio. Podemos ver templos de hielo craqueléandose, ángeles congelados, resbaladillas de nieve, helados derretidos sobre el cuerpo de una mujer dormida y hasta rutas hacia el axis mundi: el árbol de la vida en el centro de la Tierra; ciudades secretas donde civilizaciones ancestrales o dementes científicos nazis se ocultan y diseñan las nuevas naves del stargate. O simplemente el velo inmacualdo (o regalos de Navidad forrados) y el blanco y el azul: los colores de los los ojos de la Tierra, que, detrás de eones y cicatrices, son el reflejo del cielo.
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