Fuentes y járdines del Palacio de Versalles, Francia, forman esta happy face robótica.
Deslizarse por las praderas planetarias, visitar virtualmente miles de lugares en unas cuantas horas, o descubrir misteriosas edificaciones regadas por los desiertos y mares del mundo, es hoy algo tan cotidiano como consumir glutamato monosódico.
A partir del nacimiento de la herramienta Google Earth a finales del 2006, los millones de usuarios de la red tuvieron acceso a una especie de nueva pre omnipresencia visual de la mano del programa de imágenes satelitales que el gigante de Mountain View ha puesto a disposición de los cerca 1,600 millones de usuarios registrados alrededor del mundo.
Las herramientas tecnológicas más relevantes que internet pone en nuestras manos, eventualmente, terminan por convertirse en trendsettlers de nuevas prácticas socioculturales, y permean los procesos cognitivos a nivel masivo. Tras Google Earth surgió una nueva web tribe, los “cazadores Google Earth”, compuesta por decenas, o probablemente cientos de miles de personas que surfean por sus mapas, trazan sus rutas cotidianas, ensueñan con viajes que están fuera del alcance de su realidad oficinista, o simplemente divagan en el espejo satelital del planeta. Uno de los pasatiempos favoritos de los integrantes de esta tribu consiste en localizar composiciones que figuran rostros gigantes, y que pueden estar trazados en campos, edificaciones, o bosques: