Segunda marcha antigentrificación en CDMX: del silencio sobre Santa Úrsula al escándalo por el MUAC
Sociedad
Por: Carolina De La Torre - 07/22/2025
Por: Carolina De La Torre - 07/22/2025
El 20 de julio de 2025, cientos de personas salieron a marchar en la Ciudad de México para denunciar lo que desde hace años se cocina lentamente en distintas zonas de la capital: el desplazamiento, el despojo y la gentrificación como política de ciudad. Sin embargo, a tan solo unas horas de que terminara esta segunda marcha antigentrificación, el tema de conversación en redes y medios tradicionales no fue Santa Úrsula Xitla, ni el megaproyecto inmobiliario Fuentes Brotantes 134 que amenaza con fracturar su tejido comunitario y ecosistémico. Fue el MUAC.
Sí, la conversación pública terminó —otra vez— en el lugar cómodo para la clase media y alta: el museo, el arte, la “cultura”, el escándalo estético por encima del debate político. Mientras en Tlalpan se lucha por evitar la construcción de un desarrollo que costará entre 8 y 11 millones de pesos por vivienda, y que contempla la tala de árboles, el acaparamiento del agua y la saturación de un ecosistema que lleva años siendo ignorado, la discusión se centró en los vidrios rotos del Centro Cultural Universitario y en la indignación de las instituciones.
La UNAM condenó los daños mediante un comunicado, Sheinbaum calificó la quema de libros como “una actitud fascista”, y la mayoría de los medios replicaron sus posturas sin profundizar en el porqué de la protesta ni en los reclamos de quienes la encabezaron.
Vecinas y vecinos del pueblo originario han exigido desde hace meses que se detenga la construcción del conjunto habitacional Fuentes Brotantes 134, un proyecto promovido por las empresas Graus y Azimuth, que se presenta como un “diálogo entre el bosque y la ciudad”, pero que para la comunidad representa la ruptura de su equilibrio ambiental y social.
Con precios inaccesibles para la población local y permisos otorgados bajo cuestionamientos —incluyendo una consulta vecinal con resultados contradictorios y excluyentes—, el proyecto simboliza lo que muchas otras colonias de la ciudad ya vivieron: la transformación violenta de los espacios mediante la especulación inmobiliaria.
A esto se suma que Santa Úrsula fue reconocida oficialmente como pueblo originario por el Instituto Electoral de la CDMX después de que se realizara la consulta que justificó la obra. Es decir, se impuso una decisión sin reconocer legalmente a quienes debían tener voz en ella.
¡Ven a conocer este bello y ecocida proyecto por el cual, pagando 8 millones podrás conectar con la naturaleza sin importar si ya talamos cientos de árboles y dejamos sin agua a miles de vecin@s! @maisfuentesb134 @Gabyosoriohdz @ClaraBrugadaM @Jualicra @TlalpanAl @TlalpanVecinos pic.twitter.com/HD8pPdbILB
— Yo Defiendo Fuentes Brotantes (@DefensaFuentesB) November 22, 2024
El proyecto no solo viola el derecho al medio ambiente, con la tala de más de 400 árboles, sino que también descarga aguas residuales en uno de los manantiales más importantes de la CDMX. Se planea la construcción de un pozo que, lejos de aliviar, empeorará la crisis hídrica en la zona. Este desarrollo planea gastar 114,000 litros de agua al día, exacerbando la escasez en colonias como Hidalgo, Fuentes Brotantes, Santa Úrsula Xitla y el Barrio La Fama.
Pero no se trata solo del agua o los árboles. Fuentes Brotantes 134 atenta contra el derecho a una vida digna: la ausencia de zonas verdes afecta el bienestar físico y psicológico de las personas; la intimidación de la inmobiliaria a los habitantes genera inseguridad y desprotección; y la exclusión social y económica de grupos vulnerables es un daño irreversible.
Finalmente, violenta el derecho a la vivienda: la gentrificación, una crisis clara de derechos humanos, se materializa en un desarrollo diseñado solo para familias ricas, que excluye y desplaza a la población local.
En lugar de amplificar esta lucha, gran parte de la cobertura mediática optó por centrarse en los daños al MUAC, la librería Julio Torri y otras instalaciones del Centro Cultural Universitario. Y aunque cualquier acto violento puede y debe generar debate, lo verdaderamente problemático es cómo se invisibiliza —o incluso deslegitima— la raíz del conflicto.
Los medios no fallan por reportar lo que ocurrió, sino por omitir sistemáticamente lo que lo provocó. La narrativa institucional apunta a una “minoría violenta” que se separó del contingente, pero no se pregunta qué lleva a ciertos sectores a radicalizar sus métodos, ni por qué hay comunidades dispuestas a movilizarse pese a ser ignoradas constantemente por las autoridades.
Es paradójico que el Museo Universitario Arte Contemporáneo —un espacio donde actualmente se exhibe obra crítica con el capital, donde se han organizado seminarios sobre el genocidio en Gaza y donde han expuesto figuras como Chelsea Manning o Lawrence Abu Hamdan— sea hoy usado como estandarte para invalidar una protesta contra el despojo.
El MUAC, en su línea curatorial, ha servido como plataforma anticolonial, antisionista y pro derechos humanos. Justo ahora expone obras que confrontan los sistemas de poder que hacen posible tanto la gentrificación local como la ocupación en Palestina. Pero todo eso fue borrado de la conversación en cuestión de horas, reemplazado por fotos de vidrios rotos, titulares condenatorios y un discurso que reduce todo a vandalismo.
Y entonces, ¿quién habla por Santa Úrsula?
Así luce el MUAC tras el paso de algunos asistentes a la marcha antigentrificación llevada a cabo esta tarde, siendo la segunda edición de este tipo.
— El Heraldo de México (@heraldodemexico) July 21, 2025
📸: Antonio Nava pic.twitter.com/Z6yzy397S9
Tal vez la próxima vez que veamos una protesta que nos incomode o una marcha que se salga del guion, podríamos preguntarnos: ¿qué no se está diciendo?, ¿qué conversación se está intentando desviar?, ¿quién gana cuando hablamos solo de los vidrios rotos y no de los árboles talados, del agua privatizada, del territorio fragmentado?
Porque lo que verdaderamente debería escandalizarnos no es que alguien raye una pared. Es que nadie escuche cuando un pueblo grita.