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El caso Ames: equidad sin memoria, justicia sin piel. Una guerra cultural en tres actos

Sociedad

Por: Fernando Vizcaíno - 06/09/2025

El caso de Marlean Ames podría sentar un precedente de interés en la administración de justicia en Estados Unidos en la pugna contemporánea entre la llamada «cultura woke» y el conservadurismo

La Corte Suprema de Estados Unidos acaba de emitir una sentencia que facilita las demandas por discriminación presentadas por blancos y heterosexuales. El caso, que no tendría mayor importancia en otro tiempo, fuera del contexto de la guerra con la cultura y la política “woke”, involucra a Marlean Ames, una mujer heterosexual que alega ser marginada en su trabajo en favor de dos personas homosexuales, argumentando que su supervisor, también homosexual, les favoreció por su orientación sexual. Hasta ahora, los tribunales exigían a los demandantes de grupos mayoritarios demostrar en sus acusaciones “circunstancias de fondo” (por ejemplo, estadísticas con un patrón de discriminación), un requisito más estricto que el aplicado a las personas LGBT y, por extensión, a personas en situación de vulnerabilidad estructural o física: personas con discapacidad, mujeres, migrantes, hispanos, negros, indígenas. El caso Ames eliminó este criterio. La Ley de Derechos Civiles de 1964 protege a todos, independientemente de si quien demanda pertenece a un grupo mayoritario o minoritario.  

Marlean se ha convertido sin quererlo en el epicentro de la guerra cultural actual, que en cierta forma abarca todo Occidente. Su historia se lee de forma diametralmente opuesta según el cristal ideológico, en los medios progresistas o conservadores: “Supreme Court Rules for Straight Woman in Job Discrimination Suit”, en el New York Times; “Supreme Court rules unanimously in favor of straight Ohio woman who claimed discrimination”, en Fox News. En el fondo, como en el principio, lo que se debate tanto o más que la ley es el alma de la sociedad. La equidad que se declara universal choca contra las desventajas estructurales y el mérito ignora los abismos heredados por el color de la piel. 

 

I.  El fallo 

La sentencia en favor de Marlean Ames en realidad no prohíbe programas de diversidad, pero facilita demandas que los desafían. 

El agravio: perder su puesto por alguien “menos calificado”, lo cual no es novedad en una sociedad en la que desde hace décadas hay una disputa por los criterios de justicia en consideración la equidad, el origen, el mérito o las preferencias de género y raza. 

La novedad: la discriminación inversa.

El giro: sus rivales eran homosexuales. Su jefe, también. 

El veredicto: la Suprema Corte, unánime, le da la razón. 

Bajo esta fachada de justicia restaurada, late una pregunta incómoda: ¿qué ocurre cuando los que ayer eran opresores se sienten oprimidos? Marlean no es el Ku Klux Klan. Es una trabajadora de 60 años que pide equidad. No sabemos si es de izquierda o derecha, liberal o conservadora. Probablemente eso no le importa, pero su demanda llega en un momento donde grupos conservadores usan estos casos como ariete contra toda política de inclusión y diversidad sexual. Su caso ahora ondea como bandera de una revolución de la mayoría social que grita “¡las víctimas somos nosotros!”. 

 

II. La trampa de los espejos paralelos 

El genio de este fallo está en su simetría engañosa. Consideremos la situación de los grupos marginales. Los hispanos, por ejemplo. Para Marlean, “nadie debe preferir a un homosexual solo por serlo”. Para un hispano, “nadie debe despedirte por ser hispano”. El peso de la historia se resume así: cuando un hispano es discriminado, repite un patrón de siglos. Cuando Marlean lo es, invierte el patrón de la historia. 

 

III. El verdadero juicio

Lo que el caso revela es el probable fracaso de un sueño, de una ideología o una utopía. La izquierda creyó que las cuotas de género o raza curarían heridas históricas. La derecha finge que borrar las cuotas borra el racismo. Y en medio, los hispanos —como todos los grupos marginales— descubren que la ley puede darles la razón mientras la vida les niega justicia. 


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Imagen de portada: Maddie McGarvey/The Washington Post