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Con el fallecimiento de Mijaíl Gorbachov se confirma el fin de una era y en especial el fin del sueño de hacer realidad el comunismo

El día de ayer murió en Moscú, Rusia, Mijaíl Gorbachov, el último dirigente de la Unión Soviética y quien de hecho enfrentó de alguna manera el dilema de preservar los principios del socialismo –heredados de la Revolución de Octubre (1917) y convertidos poco a poco en el llamado "socialismo real” con Stalin– o permitir la transformación de la URSS hacia formas económicas y políticas menos rígidas e incluso más cercanas a los modelos dominantes en Occidente: el capitalismo, el liberalismo y la democracia de partidos. Ello, además, frente a la amenaza constante de Estados Unidos y otros países aliados, lo cual provocó la situación conocida como Guerra Fría, un ambiente sostenido de miedo por un posible ataque nuclear por parte de cualquiera de los dos bandos, con consecuencias como las vividas apenas pocos años antes en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (1945).

En esa encrucijada, Gorbachov impulsó en la decisión un tanto polémica de emprender las reformas económicas y políticas conocidas con el término de «perestroika» (1985), la palabra rusa para “reestructuración”. Si bien, en esencia, la «perestroika» pretendía conservar el modelo socialista, a la postre significó su fin, pues diversos factores volvieron irrealizable la intención de cambio propuesta por Gorbachov, entre otros:

  • La complejidad y corrupción de la burocracia soviética
  • Contradicciones al parecer insuperables entre los principios del modelo socialista (tal y como se implantó entonces) y nociones como la propiedad privada, el libre mercado o la planificación de la economía
  • Las tensiones políticas en países pertenecientes al bloque soviético que en esos años buscaron su independencia (el caso más notable: Lituania)

Las reformas de la «perestroika» devinieron en dos acontecimientos históricos mayores: en primer lugar, la caída del Muro de Berlín y la posterior unificación de Alemania (1989) y, todavía más notable, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991 y su transformación en la Federación Rusa, lo cual marcó en buena medida el fin del primer intento histórico de importancia por volver realidad y a gran escala un modo de producción comunista.

Para terminar cabe hacer un último apunte sobre otro efecto mayor de la «perestroika» de Gorbachov: de manera indirecta, creó el ambiente perfecto de incertidumbre política y económica que Vladimir Putin aprovechó para ascender en el poder y pasar de agente de la KGB a presidente de la Federación Rusa.


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Imagen de portada: Mijail Gorbachov y Erich Honecker (dirigente de Alemania Oriental) durante la reelección de Honecker como secretario general del Congreso del Partido Comunista (Berlín Oriental, 21 de abril de 1986; Stringer/Reuters)