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Uno de los millones de seguidores de la hermosa y entusiasta Ava Majury se presentó en su casa con un rifle

Ava Majury decidió unirse a la red social TikTok hace 2 años cuando empezaba la pandemia y tenía 13 años. Actualmente tiene más de 1 millón de seguidores en TikTok y cerca de 3 millones en todas las plataformas. Según el New York Times, tres cuartas partes de esos seguidores son hombres. Mucho de ellos seguramente sueñan con Ava y la cuentan como su crush

Su popularidad es fruto de la publicación de videos cortos de 15-20 segundos en los que aparece bailando y haciendo lip-synch sobre una pista de música trendy, generalmente canciones de hiphop, algunas con referencias sexuales explicitas. Ella misma atribuye su éxito a su sonrisa. En su perfil se lee el mensaje: "¡Hey, yo te amo a ti!".

La vida de esta niña se vio trastocada en el verano de 2021. Todo empezó cuando en 2020 un fan llamado EricJustin111 le envió mensajes en Snapchat e Instagram. El mismo usuario luego apareció en algunos de los juegos online que ella jugaba con sus hermanos. Eric Justin, de 18 años, logró contactar a sus compañeros de escuela y les compró imágenes de Ava e información personal, incluyendo su número celular, el cual Eric empleó para enviarle textos.

En lugar de que sus amigos le vendieran imágenes a su fan, Ava, siempre proactiva, pensó que sería mejor que ella misma lo hiciera. Sus padres aprobaron esto y Eric Justin pagó 300 dólares por dos selfies de Ava. Después, Justin empezó a subir de tono sus mensajes. Le pidió imágenes de su trasero y de sus pies. Ava lo bloqueó y él, desesperado, le envío más de 700 dólares vía Venmo. Fue entonces que el padre, Rob, un expolicía, intervino exigiéndole al acosador que dejara de contactar a su hija, pues era menor de edad

Los compañeros de Ava le compartieron después algunos mensajes en los que Justin les comunicaba su deseo de agredirla, literalmente entrar a su casa usando un arma de fuego (justamente lo que luego hizo). El expolicía Majury investigó la identidad de Eric Justin, averiguó que vivía a cientos de millas de distancia y desestimó la amenaza. Le dijo al New York Times que pensó que era "uno de esos vaqueros del teclado (keyboard cowboys)".

El 10 de julio, Eric Justin se presentó en la residencia de la familia Majury en Naples, Florida, con un rifle y forzó la entrada. Tras una persecución, el padre de Ava le disparó al joven, quien murió poco después en el hospital. Rob tenía permiso de tener un arma y la ley le permitía dispararle a un agresor armado que estuviera en su casa. 

La familia de Ava, que tenía 14 años cuando ocurrió este suceso, la sacó de la escuela pero decidió que ella podía permanecer en TikTok. Sus ingresos en esta red social son de cerca de mil dólares por publicación. Ava ha acaparado patrocinios de miles de dólares, incluido un producto para blanquear los dientes y juegos de la NFL, y su talento (o su belleza) ha generado también el interés de productores de Hollywood. Su padre le dijo al Times que TikTok para ella es como Navidad todos los días y no quería quitarle esta dicha.

Un par de meses más tarde, un hombre que la llamaba "baby girl" ofreció pagarle mil dólares al mes por su número telefónico. Al parecer este mismo hombre ha sido arrestado antes por conducta sexual ilegal, al solicitarle sexo a una niña de 14 años.

La noticia de la muerte violenta del acosador de Ava fue revelada hace apenas unos días, al tiempo que redes sociales como Instagram o TikTok están siendo objeto de un intenso escrutinio por las aflicciones mentales que llegan a producir en los adolescentes

Este caso vuelve a traer a la palestra dos temas controversiales. Uno es la violencia que sufren las mujeres a manos de hombres, especialmente jóvenes, que se sienten rechazados y que no consiguen entablar relaciones con las mujeres que desean. Esto ha generado el polémico movimiento de los incell (célibes involuntarios) y alarmantes casos de violencia. 

Segundo, y de lo que se habla menos pues es más complejo, son los efectos que tienen las imágenes sexuales en la mente de las personas, particularmente entre los jóvenes. Este fenómeno, en su manifestación masiva, es relativamente nuevo y poco estudiado. Ciertamente el ser humano lleva ya varias décadas consumiendo imágenes sexualizadas desde la adolescencia, pero la escala y las edades a las que esto ocurre actualmente son alarmantes. Las redes sociales y la pornografía en Internet han alterado radicalmente la forma en la que los jóvenes crecen.

Por supuesto, cierta reflexión debe dirigirse hacia el problema de la "mirada masculina" y la herencia de violencia que muchas mujeres sufren particularmente al exponer su cuerpo de maneras sexualmente provocativas. En este sentido no es difícil encontrar discursos feministas que brindan una crítica y una base teórica para entender este fenómeno. Menos estudiado y discutido académicamente, sin embargo, es el problema del medio en sí mismo: el hecho de la mera circulación de estas imágenes y de los formatos que tienen las redes sociales, en las que la divisa que se intercambia es fundamentalmente la atención y el deseo de los usuarios. Las redes sociales viven de las imágenes atractivas que suben los usuarios. El deseo sexual y la necesidad de aceptación son indudablemente los dos motores principales de las conductas y los contenidos en redes sociales como Instagram y TikTok (aunque ello no sea tan obvio en la segunda). Y el mismo origen de Facebook puede rastrearse al deseo de Mark Zuckerberg de conseguir la información de chicas atractivas cuando era estudiante de Harvard.

Es indudable que el formato de estas redes sociales, que algunos analistas han vinculado al ciclo de recompensas de dopamina del cerebro, tiene características que son propicias a los trastornos psicológicos. Y estos, pareciera que cada vez más frecuentemente, llevan a actos violentos. Las redes sociales, cuyo fundamento es la imagen sexual o la imagen de la vida ideal del influencer, alteran radicalmente la forma en la que los jóvenes viven la sexualidad, multiplicando el acceso a objetos del deseo a través de un bombardeo de imágenes que pueden convertirse en especie de fantasías (o fantasmas) sexualmente obsesivos. Sin una correcta educación del deseo, y en medio de un gran aislamiento, no es del todo extraño que muchos jóvenes desarrollen obsesiones y trastorno psicosexuales. Sería un tanto ingenuo pensar que un adolescente tiene herramientas para no sentir  al menos un poco de envidia, lujuria, enojo o ansiedad cada vez que navega en una de estas plataformas. Por supuesto, aquellos que han crecido dentro de un fuerte núcleo familiar seguramente tendrán ciertos recursos y soportes para lidiar con esto o quizá se sentirán menos atraídos desde el principio, pero no se debería asumir que esa es la norma. 

Aunque la cultura del influencer justifica su existencia promoviendo el fitness y edulcorando sus publicaciones con pensamiento positivo y de autosuperación, lo que subyace al éxito de los influencers es la atracción sexual y el prestigio de la fama y el dinero. El fitness se disfraza de salud, cuando generalmente es simplemente una imagen de aptitud sexual. El influencer es quien consigue tener la imagen socialmente deseada. Más aun, la estrategia central que emplea para ganar aceptación entre los fans es la intimidad, el transmitir su supuesta "normalidad" e invitar a los usuarios a participar en su vida cotidiana. Esto crea la falsa sensación de intimidad, de que los influencers son realmente personas cercanas. Al mismo tiempo, ya que el ser humano es un animal mimético, se crea la necesidad de ser como ellos o tener lo que tienen. Y para esto lo esencial es tener el mismo cuerpo hermoso, el eje de toda la bondad que logran acumular y traspasar del mundo online al mundo real. Tener uno mismo un cuerpo fit o poseer una pareja con ese cuerpo perfecto es para muchos nada menos que la razón de ser y la máxima promesa de felicidad.

Todo esto por supuesto no exculpa a Eric Justin ni tampoco condena a Ava Majury. Ava y su familia, en todo caso, son víctimas de este ecosistema mediático y de los valores de la secularidad y el capitalismo. La decisión de Rob Majury de permitir a su hija seguir en las redes sociales está en completa consonancia con el único principio sagrado que rige a la secularidad: la libertad, fundamentalmente el derecho a perseguir la felicidad a través del dinero. Cuestionar la proliferación de imágenes sexuales y el mismo formato de estos medios sociales atenta contra este único dogma incuestionable de la secularidad capitalista.


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Imagen de portada: Instagram