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La serie 'Soulmates' muestra que no puede haber un "match" entre el amor y los algoritmos informáticos

Soulmates (William Bridges y Brett Goldstein, 2020-) es una serie cuya premisa narrativa es la existencia de un algoritmo informático capaz de relacionar a dos personas suficientemente afines como para que formen una pareja amorosa. La "prueba" de la que se habla en la serie se asemeja a Tinder, salvo que el "match" entre usuarios es resultado de un cálculo complejo que los reúne a partir de los datos que cada uno aporta. 

Dicho elemento y el título de la serie aluden a la idea del "alma gemela", quizá una de las más persistentes en la historia de la humanidad, que lo mismo se encuentra en Platón que en los libros de caballerías o en alguna chick flick de estreno reciente. Y acaso con razón, pues no deja de ser atractivo creer que existe una persona con quien nos entenderemos a la perfección, con quien compartiremos gustos y aversiones, que nos consolará en nuestros momentos de tristeza y nos acompañará en los de alegría y, además de todo, ¡nos amará sin condiciones! ¿Quién no quisiera un amor así?

En Soulmates, esa promesa viene dada por el oráculo en boga en nuestra época: los algoritmos informáticos, a los cuales se les supone un saber casi ilimitado, como si se pudieran obtener de ellos todas las respuestas, imaginables o no, de cualquier ámbito de lo humano, incluido el amor.

De alguna manera, la serie sólo lleva al terreno de la ficción (un tanto distópica) una realidad que ya existe. Como es sabido, son algoritmos informáticos los que sustentan las aplicaciones de citas que usan todos los días millones de personas, muchas de ellas muy probablemente porque buscan el amor, acaso incluso "el amor de su vida".

El primer problema es que, como ocurre con frecuencia con las instancias a las que les suponemos un saber, además de no saberlo todo, los algoritmos no saben eso específico que cada persona necesita. 

En Soulmates esto es claro en la frustración que se instala en casi todas las relaciones iniciadas a partir del "match" dictado por "la prueba". Supuestamente, el oráculo informático determina que dos personas son altamente compatibles. Sin embargo, cuando el encuentro sucede, ninguna de las relaciones se desarrolla satisfactoriamente y, de hecho, culminan en un punto muy lejano al que se esperaría de una relación con el "alma gemela".

El desenlace fallido podría explicarse por las expectativas elevadas con que, es de suponerse, cualquiera llegaría a una relación así, esperando que el otro sea todo lo que uno quiere y necesita. No hay persona en el mundo que soporte dicha demanda y no hay vínculo que soporte esa carga. Cualquiera terminaría por vencerse.

No obstante, cambiando el punto de enfoque, hay un aspecto que resulta específico de las expectativas sobre "la prueba" y el algoritmo que da como resultado la correspondencia con otra persona.

Algo que se espera de los algoritmos informáticos en general es que le "ahorren" tiempo, esfuerzo y trabajo a quienes los usan, y además reduzcan o desaparezcan los riesgos inherentes a una situación. Si se trata de un "algoritmo de amor" como el de "la prueba" de la serie, ocurre lo mismo pero en el marco de una relación de amor. Por ejemplo, el riesgo y el trabajo de conocer a alguien, dejarse conocer y con mucha frecuencia, por causa de la relación con otro, interrogar aquello que uno creía saber sobre sí mismo, el amor y el mundo. El riesgo y el trabajo de recorrer las preguntas que el amor y la relación nos plantean: no rehuirlas, no ceder a la tentación de darles la vuelta. El trabajo de dejarse amar. El riesgo de amar y que quepa la posibilidad de no recibir de vuelta el tipo de amor que uno espera, quiere o desea. El riesgo de la frustración. El riesgo de que el amor desemboque en decepción. El riesgo de equivocarse. El esfuerzo de sobreponerse a todo ello. El riesgo de la sorpresa. El riesgo de vivir en el desencuentro permanente con el otro (único punto de partida y condición perenne de cualquier relación humana). El trabajo de conocer el deseo propio, escucharlo y vivir y amar en consonancia. El riesgo de que aun amando con deseo y con pasión, amando con conocimiento de causa, amando a sabiendas de, amando en conciencia y en falta, tomando al amor como un trabajo, aun así, el riesgo de que el tiempo y la vida lo cambien todo (a veces radical e irreparablemente). El riesgo de, a pesar de todo, confiar en el proceso y en la vida.

Ante ese panorama, ¿cómo no ceder al espejismo de la informática que nos promete vivir el amor pero exento de todo ese riesgo y todos esos trabajos? La tentación es todavía mayor en una época en la que nos hemos habituado a esperar que los efectos de nuestras acciones sucedan de manera inmediata. Y en un momento histórico en que hemos perdido de vista que el conocimiento subjetivo, el conocimiento de sí, se elabora, no se obtiene. Es decir, no es fruto de un coaching, un curso o una plática motivacional. El conocimiento de lo que somos no nos llega completo y válido de una vez y para siempre en un instante de revelación epifánica.

Saber quién es uno es fruto de un recorrido amplio, constante y sorpresivo, en el que el conocimiento va elaborándose poco a poco y fragmentariamente, más a base de equívocos que de certezas, tomando forma pero sin estar nunca acabado, pues además es indisociable de las circunstancias en las que la vida nos va colocando. Es, por lo tanto, conocimiento incompleto y cambiante siempre; inseguro también e incapaz de ofrecer ninguna garantía. Conocerse a uno mismo quizá nos evite dos o tres calamidades en la vida y también alguno que otro sufrimiento, pero no garantiza nada.

Y bueno, al final el amor se parece mucho a todo eso. Como han señalado los poetas de casi todas las épocas, el amor es frágil, veleidoso, exigente, contradictorio, absurdo, ilógico, imperfecto, incompleto. Y, por si fuera poco, también pésimo para ofrecer y más aún cumplir promesas y garantías de cualquier tipo. 

En ese sentido, la fascinación contemporánea con los algoritmos informáticos tiene su raíz en la pretensión de que es posible evitar lo faltante, “completarlo” e incluso proseguir la existencia sin la falta.

Pero entonces, la pregunta que se impone casi naturalmente es: ¿qué sentido tendría vivir el amor sin todo ello? Si a una relación de amor le quitamos el riesgo, los trabajos, el desencuentro, la sorpresa, las contradicciones, los errores, el proceso y la elaboración, ¿qué queda? ¿Ese residuo puede llamarse todavía amor?

Quizá por eso las relaciones en los episodios de Soulmates (es decir, las relaciones que inician con un "match" en la prueba) comparten todas un tinte general de desencanto, como si hubieran nacido malogradas. ¿Qué amor puede florecer ahí donde se espera conocerlo todo, anticiparlo todo, tener todo bajo control? 

Paradójicamente, cuando se busca todo, no queda lugar para nada, y menos aún para el amor.

 

Soulmates está disponible en Amazon Prime.


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Imagen de portada: Soulmates (William Bridges y Brett Goldstein, 2020-)