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"Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibrio a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas"

Italia es actualmente el centro de la atención en torno a la pandemia del coronavirus. La sociedad italiana está actualmente en aislamiento completo o cuarentena, con el fin de impedir que siga multiplicándose la crisis que enfrenta el país. En medio de esta situación han surgido interesantes reflexiones, las cuales incluso trascienden este momento para hacernos pensar en el curso que sigue nuestra sociedad global, la sociedad en la que todos nos afectamos a todos.

Una de esas voces ha alcanzado "viralidad". Se trata de la psicóloga Francesca Morelli, quien ha subrayado una serie de factores dignos de considerarse. Entre ellos está el hecho de que vivimos en un mundo en desequilibrio, principalmente por un exceso de consumo de recursos naturales y por una ideología basada en una felicidad hedonista, en completa  ausencia de una conciencia moral (principalmente de esta misma interdependencia). Igualmente nuestra sociedad, que cultiva primordialmente la adquisición y acumulación de bienes materiales bajo la idea de satisfacer así los deseos, ha dejado de tener riqueza interior y perdido, en consecuencia, ciertos valores tradicionales.

Esto es relevante pues ahora muchos nos veremos obligados a pasar tiempo en algún tipo de aislamiento, sin acceso a algunas de las cosas con las que llenamos el "vacío" existencial. Morelli hace referencia al hecho de que debemos ser capaces de saber estar solos y en silencio (como notó Pascal)... y sin entrar en pánico. Igualmente, debemos ser capaces de vivir en familia y valorar a la familia como el eje fundamental de la vida humana. Asimismo, en un plano global, debemos ser capaces –y esto ocurrirá tarde o temprano, de un modo u otro– de hacer una transición a una economía no basada en el crecimiento infinito, en la que se predica el consumo sin ninguna reserva. A continuación la traducción de su mensaje, dirigido a sus vecinos italianos:

Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibrio a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan qué pensar...

En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando...

En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias, con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los discriminados, aquellos a los que no se les permite cruzar la frontera, aquellos que transmiten enfermedades. Aun no teniendo ninguna culpa, aun siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.

En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos corremos catorce horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin pausa, de repente se nos impone un parón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día. A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso este no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?

En una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a menudo a otras figuras e instituciones, el coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá y mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia.

En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la socialización, se realiza en el (no)espacio virtual, de las redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado?

En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos.

Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto, y empecemos a pensar en qué podemos aprender de todos ello. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya está bastante en deuda, y que esta epidemia nos lo está viniendo a explicar a caro precio.

 

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