*

Mientras haya un apego a un yo, habrá un mundo separado, un mundo amenazante y un mundo que causa sufrimiento

Algunos científicos sostienen que el miedo tiene una función evolutiva, nos ayuda a reaccionar cuando existe una amenaza (o evitarla sistemáticamente), generalmente a huir en la famosa respuesta de "huir o luchar" ante el estrés. En todo caso, la función del miedo, si es que existe, es realmente útil sólo en la medida en la que existen auténticas amenazas que atentan contra nuestra vida (y entonces es difícil hablar de miedo, pues éste es devorado por la adrenalina). 

El miedo es uno de los principales problemas en la vida de una persona. Pese a que no existen amenazas puntuales del tipo que se encontraba un cazador en la selva, la vida moderna llega a experimentarse como perpetuamente amenazante o como una fuente de posible agresión y dolor que está siempre latente. No por demeritar los miedos sociales o los miedos cotidianos que enfrentan los individuos, pero estos miedos tienen un importante coeficiente de irrealidad o, al menos, son significativamente creados por la propia mente que proyecta su avidez y su aversión a las cosas. En otras palabras, esos miedos dependen completamente de ciertos pensamientos que los alimentan, de pensamientos que son autorreferenciales, es decir, de ciertas ideas de identidad. La gran mayoría de nuestros miedos existen solamente en la medida que los objetos que los producen parecen atentar contra una cierta identidad, contra una cierta sensación de nuestro yo. Si tenemos miedo de hablar en público, de cantar o viajar a un país remoto, es sólo porque tenemos una idea de nuestro yo que queremos proteger. Una idea de cómo somos, que supuestamente nos da seguridad. Pero en ninguna medida esta idea está basada en la realidad, pues no existe tal cosa como una identidad fija, una forma definida en la que una persona es o debe ser. En otras palabras, el miedo es una forma en la que nuestro ego se protege para que no descubramos que su naturaleza es en sí misma ilusoria.

Dicho de otra manera, como enseñan diversos maestros budistas, la causa de nuestra aflicciones mentales, de nuestro miedo y de todo sufrimiento, es el apego. Y todos los miedos, como apunta el maestro de meditación Dhammadipa, en el fondo, tienen que ver con un apego a uno mismo. El miedo más grande, el miedo a la muerte, no es más que una manifestación de este apego al yo. La noción radical que el budismo llama a contemplar es que este yo o sí mismo, esta identidad que nos parece tan sólida y difícil de modificar, es solamente una construcción conceptual, una serie de hábitos más o menos calcificados. Pues se dice que cuando se busca este yo, no se logra encontrar en ninguna parte: no es el cuerpo, no es el cerebro, no es la percepción, la conciencia, etc., pues todas estás partes dependen de otras para existir. Se puede creer que entonces el yo es el agregado de todas estas cosas, pero este agregado es una ficción, un falso universal, pues ¿hasta qué punto este todo deja de ser una unidad y se disuelve? Seguramente seguimos siendo nosotros cuando perdemos un diente, o un dedo y hasta un órgano, ¿o no? ¿Pero acaso no es cierto que todas nuestras células están cambiando y desde que nacimos seguramente ya son completamente otras? ¿Y si todas nuestras células e inclusos nuestros átomos son nuevos, por qué decir que somos los mismos? ¿Acaso el yo no es un artificio de la memoria y de nuestros conceptos? 

Así que contemplando simplemente la posibilidad de que no tengamos un yo fijo, sino más bien seamos diferentes sensaciones de yo que surgen y desaparecen, conectadas causalmente con el estado previo de surgimiento y desaparición, con la perenne transformación de la conciencia y el cuerpo, surge también la posibilidad de liberarse del miedo, de ese apego al yo. La posibilidad de abandonar el peso de años (algunos dirán: eones) de tener que ser de cierta forma; dejar a un lado del camino ese saco de agregados, de conceptos que se materializan como duras realidades y existir en el presente con mayor ligereza, capaz de concentrarse y atender a lo que surge en el momento. Con ese "yo" que se sabe simplemente relativo e impermanente y que es capaz de relajarse, quizá estemos mejor equipados para investigar la realidad y mirarnos a nosotros mismos, voltear la mirada hacia ese centro que, según dicen las enseñanzas, está vacío y por eso puede ser y hacer todo.

En otras palabras, si quieres dejar de tener miedo en la vida, empieza a dejar de apegarte a tu identidad y a aquellas cosas que le dan una sensación de solidez e inmutabilidad. Una forma de hacer esto es simplemente recordar la impermanencia de todas las cosas y pensar en la posibilidad de que puedes morir en cualquier momento. 

 

También en Pijama Surf: La muerte del yo: la vía regia en todas las tradiciones espirituales

 

Imagen de portada: davechino