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Procrastinar: un mecanismo de autosabotaje emocional que bloquea tu desarrollo

Salud

Por: Jimena O. - 08/27/2019

La procrastinación es un proceso más irracional de lo que usualmente nos parece

El trabajo (en todas sus modalidades) requiere concentración y esfuerzo, incluso hasta habilidades específicas o psicomotrices, pero lo más sorprendente es que la procrastinación también, la diferencia es que no nos damos cuenta de ello, pues mientras que el primero cumple con una serie de objetivos escolares o profesionales, la segunda parece que se va por la libre, sin ningún objetivo específico más que distraernos de nuestras responsabilidades.

Entre la actividad enfocada y la procrastinación existe una delicada línea que, contrariamente a lo que se piensa usualmente, está definida por la estabilidad de las de emociones.

En The New York Times, Charlotte Lieberman señala que el término procrastinación tiene como origen etimológico el verbo en latín procrastināre, que quiere decir “postergar voluntariamente”, y éste a su vez proviene del griego antiguo akrasia, que significa “hacer algo en contra de nuestro mejor juicio”. Gabriel Zaid, sin embargo, en un delicioso ensayo sobre la procrastinación, sostiene que la palabra se forma "a partir del prefijo pro ‘hacia’ y el adverbio cras ‘mañana’; no ‘la mañana’, sino ‘el mañana’, y en particular ‘el día siguiente a hoy’", de tal modo que su sentido vendría a ser un poco el de la frase "dejar algo para mañana".

Por todo esto, Piers Steel, profesor de Psicología Motivacional en la Universidad de Calgary y autor de The Procrastination Equation: How to Stop Putting Things Off and Start Getting Stuff Done, asegura que la procrastinación es una forma de autosabotaje y por ende de hacerse daño a uno mismo.

 

Cuando procrastinamos, sabemos siempre que es una mala idea…

Steel explica que uno de los elementos ineludibles en la procrastinación es la autoconciencia, la cual se encarga al mismo tiempo de tener presentes nuestras acciones como de hacernos pensar reflexivamente sobre éstas. “Cuando procrastinamos", nos dice Steel, "no sólo estamos conscientes de que estamos evadiendo la tarea en cuestión, sino también de que hacerlo es probablemente una mala idea. Y aún así lo hacemos”. 

Esa contradicción entre la conciencia y el bienestar ha servido a algunos autores para sostener que la procrastinación es esencialmente irracional. ¿Por qué hacemos algo que, estamos seguros nos hará daño? Este es uno de los dilemas más paradójicos de la condición humana.

Pero justamente por ello su explicación toca el ámbito emocional. En palabras de la profesora de Psicología en la Universidad de Sheffield, Fuschia Sirois, “no tiene sentido hacer algo que sabes que tendrá consecuencias negativas. Las personas se enganchan en este círculo irracional de procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar estados de ánimo negativos en torno a una tarea”.

Esto quiere decir que la procrastinación no se trata de una circunstancia ligada puramente a la pereza o una falta de organización, sino que en cierto  aspecto es un recurso del cual echamos manos psicológicamente para regular emociones desafiantes o estados de ánimo negativos, tales como la ansiedad, la inseguridad, la frustración, el resentimiento, entre otros. 

Según un estudio de 2013 realizado por Pychyl y Sirois, la procrastinación es "la primacía de la reparación del estado de ánimo a corto plazo  [...] por encima del objetivo de las acciones planeadas a un plazo más largo”; es decir, se trata de una “urgencia inmediata de administrar los estados de ánimos negativos”.

Si ponemos atención a nuestros propios momentos de procrastinación, cuando hacemos tareas menores a sabiendas de que deberíamos estar haciendo algo importante, nos daremos cuenta de que las emociones que experimentados son de baja autoestima, duda, ansiedad o inseguridad, los cuales se conjuntan con pensamientos tales como: “¿Y si hago esto pero no es lo suficientemente bueno?" ¿Qué opinará la gente?"  "¿Qué pasará si lo hago mal?” "¿Y si esto ya lo han hecho otros?", etc. Y es así como la actividad a desarrollar nos comienza a parecer difícil y aun imposible.

Es necesario tomar en cuenta que dichas emociones negativas se mantienen (junto con el estrés crónico, la ansiedad, la baja autoestima y la insatisfacción de vida, la depresión y la culpabilidad) después de haber procrastinado. Esto conduce a pensamientos rumiantes, calificados como “cogniciones procrastinatorias”, así como enfermedades crónicas como la hipertensión y las enfermedades cardiovasculares. 

 

La procrastinación, un ejemplo de sesgo del presente

Para Hal Hershfield, psicólogo y profesor de Mercadotecnia en la Facultad Anderson de Administración de la Universidad de California en Los Ángeles, la procrastinación es “el ejemplo perfecto del sesgo del presente, la tendencia de nuestra mente a dar prioridad a necesidades a corto plazo en vez de las de a largo plazo”. Esto se debe a que “realmente no fuimos diseñados para pensar hacia adelante en el futuro más lejano porque necesitábamos enfocarnos en proveer para nosotros mismos en el aquí y ahora”.

A nivel neuronal, percibimos a nuestro yo futuro como extraño: “Cuando procrastinamos, hay partes de nuestro cerebro que realmente piensan que las tareas suspendidas –y los sentimientos negativos que las acompañan y que nos esperan del otro lado– son problema de alguien más”. Como si nuestra capacidad de tomar decisiones deliberadas hacia un futuro perdiese herramientas de análisis ante una situación de estrés.

La amígdala, la parte del cerebro encargada de detectar un peligro y garantizar nuestra supervivencia, percibe la actividad en cuestión como una amenaza para nuestro bienestar y, por lo tanto, aun cuando la consideremos impostergable, nuestro cerebro busca naturalmente evadir el peligro presente. El resultado de este proceso es la procrastinación. 

De este modo, la procrastinación es un mecanismo emocional por el cual evadimos responsabilidades del presente –no del futuro ni de la productividad– que por algún motivo percibimos como una amenaza.

 

¿Cómo dejar de procrastinar?

En ese sentido, una forma efectiva de reducir la procrastinación y mejorar la concentración en lo que hacemos es, de inicio, tomar conciencia de las emociones y pensamientos que pasan por nuestra cabeza en tres momentos decisivos:

1) Al acometer una tarea
2) Al sentir que estamos a punto de la distracción
3) Al darnos cuenta que estamos procrastinando francamente (por ejemplo, cuando sin saber en qué momento cumplimos ya media hora de navegar en Facebook)

En esos momentos es importante preguntarnos por qué sentimos que una tarea es una amenaza a nuestra persona.

Conforme nos demos cuenta del tipo de pensamientos que nos despierta una tarea obligatoria, un deber, un desafío intelectual, etc., es necesario comenzar a desarrollar conscientemente otro tipo de mecanismos para regular esas emociones y manejarlas de una manera más adecuada, funcional y provechosa para nosotros mismos.

Ni las dudas ni la angustia o la falta de confianza son invencibles; como todo miedo, usualmente su monstruosidad es más imaginaria que real, y para vencerlo usualmente basta con encararlo, entenderlo y poco a poco dejarlo atrás en el camino de nuestro desarrollo.

 

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