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El tapas védico, descrito como un fuego o un ardor, es el origen del misticismo contemplativo de la India

Junto con Grecia, la India es el gran caudal de la sabiduría de nuestra civilización, ya en plena "globalización". Una de las grandes aportaciones de los pensadores védicos fue descubrir que la atención podía controlarse y cultivarse, que la mente cuando se concentraba en un punto, sin distraerse, producía una cierta luminosidad. Llamaron a esto tapas, literalmente "ardor", y generalmente traducido como "ascetismo". Este tapas era la cualidad esencial de los rishis, los poetas santos que revelaron los mantras de los Vedas y con ellos fundaron toda la tradición espiritual de la India, que derivaría en escuelas filosóficas tan brillantes como el vedanta o el budismo (que a fin de cuentas es una heterodoxia), entre otras.

En gran medida todas las técnicas contemplativas -desde el shamata y el vipassana budistas, el samadhi de Patanjali y el bhakti-rasa del krishnaísmo, hasta el mindfulness moderno- están basadas en la noción de que concentrar la atención unifocalmente (ekagrata, single-pointedness) permite que la mente se purifique y perciba con mayor claridad el mundo. Se suele usar la imagen de una superficie de agua que al estar agitada no refleja nítidamente la Luna. Cuando la turbulencia del agua se aquieta -cuando la mente se calma-, la Luna se refleja nítidamente. Se percibe la realidad, en toda su dimensión luminosa. El salmista igualmente dice: "Quédate quieto y conoce que yo soy Dios". Pese a la obviedad y simpleza de este pensamiento, para el hombre moderno no parece ser tan obvio o no le da demasiada importancia al hecho de que para percibir la realidad debe primero calmar, purificar y entrenar su mente; limpiar, como si fuere, el polvo del espejo y pulir su superficie. "La psicología india se dio cuenta del valor de la concentración y la consideró como un medio para la percepción de la verdad," nota S. Radhakrishnan en su importante Indian Philosophy. De la misma manera que el fuego quema los metales impuros dejando sólo el oro, la concentración quema las aflicciones e improntas kármicas, dejando sólo la luz pura de la conciencia. Unos 2 mil 500 años o más después, el psicólogo William James escribiría que la atención es la facultad mental más importante. Entrenar la atención, según James, sería la más alta educación; sin embargo, el psicólogo de Harvard se preguntaba si tal cosa era posible. 

En su libro Ardor, Roberto Calasso, observa que tanto los rishis védicos como el Buda tienen en común la cualidad de estar despiertos, de estar ardientemente atentos a lo que sucede. El verbo "budh", del cual se deriva el término "buddha", significa "despertar", pero también tiene una acepción de "observar" o "atender". Calasso escribe:

La primacía de despertar sobre cualquier otra actividad mental no es una innovación del Buda, quien simplemente ofreció una versión de esto que era a la vez radical y mayormente destructiva de lo que le antecedía. La preocupación sobre el despertar y su importancia siempre había estado presente en los textos védicos. Despertar estaba incrustado en el ritual, en los momentos en los que era más frágil y estaba más expuesto a desmoronarse. Atención profunda (la nuestra a lo que está pasando y la de los dioses en torno a nosotros) es el soporte que el oficiante necesita.

La "atención profunda" o la "atención plena" (como se traduce el mindfulness, aunque el término pali sati remite a recordar) que caracteriza al Buda puede encontrarse ya en el tapas de los rishis y de los sannyasins de las Upanishad. "Los rsis alcanzaron un grado de conocimiento inaccesible, no ya porque pensaron determinados pensamientos, sino porque ardían", dice Calasso. En la cosmogonía védica, el universo se manifiesta, pasa del asat al sat debido a este misterioso tapas, el ardor del Ser en sí mismo; la concentración del deseo en un único punto, como el Sol en una lupa, produce un rayo fecundo que insemina las aguas.

Los hombres védicos lo que querían era alcanzar el estado de los dioses. Para los védicos los dioses no eran seres radicalmente distintos, lo que los distinguía era su estado de conciencia, algo que sabían. No siempre habían sido dioses. Pero habían logrado un cierto conocimiento, habían encontrado las claves del altar de fuego y habían sacrificado. Pero ni siquiera el sacrificio y ni siquiera el soma (la bebida que confería la inmortalidad y que era utilizada en el sacrificio) eran suficientes. Para que el sacrificio fuera eficaz debía hacerse con tapas, con una cierta intensidad de la mente, que era como un fuego, como el mismo Agni, que era el dios que gozaba del soma y que llevaba el deseo del hombre a lo divino. Explica Calasso:

"Los dioses están despiertos": acercarse a los dioses significa estar despierto. No hacer el bien, no satisfacer a los dioses con homenajes y ofrendas. Simplemente estar despierto. Eso es lo que permite que cualquiera se vuelva "más divino, más calmado, más ardiente", en otras palabras más rico en tapas. ¿Y acaso no fue el tapas lo que permitió que los dioses se convirtieran en dioses en un principio? [...] Todo puede ser trazado de regreso a esto. Y todo puede ser eliminado, excepto esto.

Esta cualidad despierta, este ardor, va más allá de los dioses. Pues los dioses mismos sólo son dioses por el tapas, por la luminosidad de su conciencia. El tapas es previo a los dioses. Es la fuente impersonal de donde los mismos dioses beben. Una historia budista cuenta que unos hombres se encontraron con el Buda poco después de que éste hubiera alcanzado la iluminación bajo el árbol Bodhi. Al observar que su cuerpo emanaba una cierta luminosidad le preguntaron si era un deva, un demonio o sólo un hombre. El Buda les contestó: "Estoy despierto". Algo similar se podría decir de los rishis, cuya naturaleza elude definición. No son ni dioses (éstos a veces temen su terrible tapas) ni demonios, ni hombres ni alguna otra categoría, aunque se les liga con las estrellas de la Osa Mayor. Lo que los define es su estado de conciencia, su tapas. Son, según Louis Renou, lo que llegarían a ser luego los jivanmuktas, las almas liberadas que siguen recorriendo el mundo y a las cuales se puede reconocer por una cierta luz en su mirada. Esto que no puede ser eliminado, el tapas, el ardor, el estar despierto, es lo que une al Buda con la tradición védica de la cual el budismo se desprende como una heterodoxia o como una democratización de la sabiduría védica, según Radhakrishnan.

Es cierto que el budismo busca eliminar el deseo, el fuego que incendia el mundo y lo convierte en una hoguera de muerte y renacimiento. Pero sólo puede hacerlo usando el fuego de la mente, el fuego de la atención, ese mismo tapas que crea el mundo deseando. El Hevajra Tantra, un tantra budista, luego diría: "por la pasión el mundo está encadenado; por la pasión también el mundo se libera". El nirvana es apagar una vela, pero ese aliento que apaga la vela también es un fuego (el fuego que el agua no apaga... tan fuerte como la muerte, como dice el Cantar de los Cantares). El estado de extinción del sufrimiento, el nirvana -por más inefable que haya querido mantenerse-, desde la época de los textos palis tiende a ser descrito como una cierta luminosidad, un cierto deleite más allá de lo mutable. En el Mahayana alcanzará una cierta formulación paradójica que mantiene siempre esta cualidad: "la mente es no-mente, la naturaleza de la mente es luminosidad" (Pañcavimsati Prajñaparamita Sutra). La cualidad de estar despierto, de vigilar, es siempre una luz, la conciencia misma. Incluso aunque no haya sujeto, no haya un yo, hay una luz que no cambia, un cierto ardor.

 

Twitter del autor: @alepholo