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Esto es lo primero que un buen maestro debería enseñarle a sus alumnos

AlterCultura

Por: Jimena O. - 12/06/2018

No sólo el conocimiento, sino el amor al conocimiento y al misterio de la experiencia, es vital

¿Qué es lo que hace que alguien realmente sea un buen maestro? Evidentemente, debe tener un amplio dominio de su tema. Pero esto es algo que muchas personas tienen. Un académico, por ejemplo, no necesariamente es un gran maestro. Sin duda, alguien que sea una eminencia en un tema no será un mal maestro, pero para que realmente sea un gran maestro, de esos maestros que las personas no olvidan y que consideran fundamentales en su educación -no sólo académica sino en la vida en general-, debe interesarse por sus alumnos y transmitirles amor al conocimiento.

Kallistos Ware, quien fue profesor en la Universidad de Oxford por varias décadas antes de su reciente retiro, compara la esencia de un buen maestro con aquello que Platón y Aristóteles consideraban que era el origen de la filosofía: el asombro o la admiración (thaumazein, en griego). Hay que recordar que cuando Platón y Aristóteles hablaban de la filosofía no se referían a una disciplina especializada, sino a la fuente de todas las ciencias (a la sabiduría en general) y a un arte de vida. El filósofo no era quien conocía muchas cosas, sino quien sabía lo que es realmente importante y vivía en consonancia con esto. Kallistos Ware sostiene que la sensación de asombro ante la vida es lo que un maestro debería enseñarle a sus alumnos. No les debería enseñar qué pensar, sino más bien "abrirles los ojos" para que ellos vean por sí mismos "cuán maravilloso es todo esto". Se podría decir que la vida es trágica, el mundo está en decadencia, la civilización moderna destruye la naturaleza y la moral, etc, y tal vez esto no sea incorrecto, pero quien sólo puede ver esto no ha entendido realmente la vida y ha perdido la sensibilidad a la realidad cotidiana y al misterio que reluce en lo ordinario. El maestro, dice Ware, debe ser un explorador, alguien que se enfrenta al misterio de la existencia con ánimo e interés. Al igual que un niño, debe tener cierta inocencia, o al menos cierta fascinación por las cosas, aunque del lado ya de la experiencia.

La palabra educación significa literalmente hacer surgir, sacar a relucir, un mover desde dentro hacia afuera. Podemos pensar que el educador es el que hace que surja la esencia o el alma del alumno, aquello que quiere brotar como una semilla, que busca propósito y sentido. Y al mismo tiempo también es el que hace surgir desde dentro hacia fuera el misterio de la vida, no necesariamente el que resuelve el enigma, sino el que es capaz de presentarlo de una manera cautivadora, de hacerlo visible. El maestro es el que logra transmitir esta mezcla de belleza y misterio, de pasión y apertura. Esto es lo fundamental. Claro que quizás también pueda ser alguien que nos ayuda a formar una disciplina o a ver lo que no nos gusta y que es importante que consideremos, especialmente cuando es movido por la pura empatía. 

En el Timeo, Platón habla sobre cómo, de la observación de las estrellas, se originó la filosofía. Es una buena imagen: la persona que contempla el cosmos estrellado, su inefable belleza, su orden perfecto y también su impenetrable misterio. Esta sensación, como la de un niño que descubre el cosmos estrellado o la de un filósofo que sigue manteniendo ese asombro, es lo que habría que comunicar.

Un buen ejemplo de todo esto lo podemos ver en la película La sociedad de los poetas muertos. Al final lo que hace la diferencia no es la transmisión de cierta información, sino un pathos, una pasión, un fuego que se esparce.