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Cuando la lectura se convierte en un hábito de vida, sus efectos son tan trascendentes como la educación escolarizada

¿Por qué los libros son tan importantes en la vida? Si la respuesta a esta pregunta fuera obvia, la lectura sería un ejercicio tan cotidiano y recurrente como revisar Facebook o ver una serie en Netflix.

Sin embargo, sabemos bien que no es así. Los libros suelen tener una existencia adversa, con casi todas las circunstancias en contra, incluso en países con un índice elevado de lectores. 

Además, desarrollar las competencias necesarias para la lectura es una tarea ardua en una época como la nuestra, tan dominada por la prisa y el instante, por el estímulo permanente de la percepción y la sed de reconocimiento inmediato, un escenario poco propicio para una actividad que se desarrolla poco a poco, que requiere paciencia, que plantea un desafío a quien la emprende.

Con todo, como todo esfuerzo, la lectura ofrece sus recompensas, o al menos tiene sus efectos. En su caso, por tratarse de un trabajo que demora en hacerse, se trata de consecuencias duraderas, enraizadas profundamente en la subjetividad del lector. Bien puede decirse que aquello que se cosecha de la lectura, ya no se pierde nunca.

Evidencia de ello son los resultados de un estudio publicado recientemente, en el que se investigaron los efectos en el desarrollo personal de crecer rodeado de libros. 

El estudio fue llevado a cabo por Joanna Sikora (de la Universidad de Canberra) junto con M. D. R. Evans y Jonathan Kelley (de la Universidad de Nevada) y se publicó en el número de octubre pasado de la revista Social Science Research. Grosso modo, la investigación consistió en analizar información de 160 mil personas de entre 25 y 65 años recabada en 31 países distintos, la cual tuvo como eje una pregunta muy específica: ¿cuántos libros recordaban que había en su hogar cuando tenían 16 años?

Por supuesto, las respuestas fueron muy variadas. El máximo se encontró en Noruega, donde en promedio una persona crece rodeada de 212 libros, y el mínimo en Turquía, donde dicha cifra alcanzó apenas los 27 volúmenes. En este estudio, el promedio general fue de 115 libros.

Por otro lado, a partir de otras preguntas se analizaron las habilidades de las personas encuestadas en tres áreas particulares: su alfabetización general, su conocimiento y comprensión de la aritmética y su capacidad para comunicarse y entender la información.

Desde un punto de vista cualitativo, en la investigación se constató que el efecto de crecer en un hogar donde haya libros se mantiene independientemente de la cantidad de volúmenes. En general se observó que incluso una persona con apenas 9 años de escolarización, si crece rodeada de libros y cultiva el hábito de la lectura, puede tener los mismos niveles de alfabetización y conocimientos que otra que cursó estudios universitarios pero ha vivido desde siempre lejos de los libros.

En este sentido, el estudio revela que en este caso la cantidad no está reñida con la calidad de los efectos. Poco importa si, como dijera Quevedo, se trata de “pocos pero doctos libros juntos”, o si, por el contrario, una persona tiene la fortuna de crecer rodeada de grandes bibliotecas. Por lo que se observa, lo verdaderamente trascendental es estar en contacto continuo con los libros, tenerlos cerca, al alcance, de tal modo que se consideren objetos cotidianos, como un cepillo de dientes o como el vaso que se usa para tomar agua. 

Así de normales, así de necesarios, así de vitales.

 

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Imagen de portada: Ang Lee, Life of Pi (2012)