*

La clave para gozar de la delicia que es hablar otros idiomas (y expandir la mente) está en el amor

Aprender un idioma nuevo puede ser una de las mejores cosas que puedes hacer tanto para tu salud mental como para tu vida social y hasta espiritual. Diversos estudios muestran que hablar más de un idioma -y entre más, mejor- ayuda a proteger al cerebro de enfermedades neurodegenerativas, e incluso podría producir neurogénesis. 

Dicho eso, aprender un idioma nuevo puede ser muy difícil, especialmente si a uno no le gusta mucho la gramática y ya no es tan joven. Existen numerosos sitios y aplicaciones que prometen tener métodos efectivos e innovadores para lograrlo, pero aunque no hay duda de que algunos serán más efectivos que otros, lo cierto es que la mayoría de sus promesas son difíciles de cumplir. Nada te garantiza que aprenderás un idioma en 6 semanas -ni en 6 meses- o algo así. Sin embargo, hay una cosa fundamental que sirve mejor que cualquier técnica de estudio.

En el panel que se muestra en el video, el savant Daniel Tammet cuenta cómo aprendió islandés en apenas unos días. Ciertamente, esto parece imposible para la mayoría de nosotros. Tammet habla 10 idiomas y tiene una memoria fotográfica casi perfecta. Pero explica que también para él habría sido imposible aprender islandés si no se hubiera enamorado del idioma. "El islandés es un efecto secundario de haberme enamorado de Islandia... El francés es un efecto secundario de haberme enamorado de un francés", dice. Esta es la clave para realmente aprender un idioma (y en general, cualquier cosa difícil): debe haber una chispa de amor o alegría, un interés verdadero, y eso es lo que produce maravillas.

Así que quizá, como parte de tu aprendizaje, deberías dedicarle un tiempo, además del estudio, a enamorarte del idioma, una especie de coqueteo previo. Tal vez escuchar sus sonidos, leer sobre la cultura, impregnarte de sus escritores y poetas, pensar en las enormes posibilidades que te abre, etc. El enamoramiento te podría llevar muy lejos.

La genial Simone Weil, quien aprendió griego, latín y algo de sánscrito, y para quien la atención fija es una forma de amor, lo explica mejor:

Pero, contrariamente a lo que de ordinario se piensa [la voluntad] apenas cumple ninguna función en el estudio. La inteligencia no puede ser movida más que por el deseo. Para que haya deseo, es preciso que haya placer y alegría. La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en la alegría. La alegría de aprender es tan indispensable para el estudio como lo es la respiración para el atleta.