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Cuando dejas de escuchar música y te conviertes en la música

Arte

Por: - 03/12/2018

En la música, una intimación de la inmortalidad y una fusión extática con el universo

En uno de los más grandes poemas del siglo XX, Cuatro cuartetos, T. S. Eliot escribe:

Para la mayoría de nosotros sólo existe el momento desatendido,

el momento fuera y dentro del tiempo,

el acceso de distracción que se pierde en un rayo de luz solar,

el invisible tomillo silvestre o los relámpagos de invierno

o la catarata o la música tan profundamente escuchada

que no se escucha en absoluto,

pero somos la música mientras dura la música. 

En inglés, el poema dice: 

...or music heard so deeply

That it is not heard at all, but you are the music 

While the music lasts
 

Eliot parece decir que para la mayoría de los hombres, errando en el tiempo, con una mente endeble y distraída, la música es uno de los pocos momentos en los que somos arrastrados hacia el éxtasis espiritual, hacia la fusión entre el objeto y el sujeto, hacia una intimación de eternidad. Antes, en el poema, dice: "el punto de intersección entre lo intemporal y lo temporal, es la tarea de un santo", ardua y ardiente tarea, por la cual se da toda una vida de amor hasta la muerte. En la música tenemos nosotros, menos dedicados y fervorosos, una intimación de la eternidad, una intersección de lo trascendente y lo inmanente.

Hablando de intimidad, recordemos las palabras de Schopenhauer, quien escribió: "La música es una tan inmediata objetividad de la voluntad, como el universo". La música para Schopenhauer es una segunda realidad, que accede a la cosa en sí, y no a su representación:

Por consiguiente, la melodía relata la historia de la voluntad […]; pero viene a decir más, narra su historia secreta, pinta cada agitación, cada anhelo, cada movimiento de la voluntad, todo aquello que la razón compendia bajo el amplio concepto de sentimiento y no puede asumir en sus abstracciones. […] El compositor revela la naturaleza más recóndita del mundo y expresa la sabiduría más profunda en un lenguaje que su facultad de razonamiento no comprende.

El teólogo Raimon Panikkar elucida la no-dualidad a la cual aspira el místico con una metáfora musical. De su texto Relámpagos:

Pero, por otra parte, no se trata evidentemente de recaer en una postura pre-crítica. No se trata de recurrir románticamente al pasado, ni de apoyarse en metafísicas anticuadas que ahora ya no serían inocentes, sino culpablemente inconscientes. Quizá pueda ayudarnos una metáfora. Estoy escuchando una sinfonía. Puedo sentirme extasiado: me he identificado con la música. No tengo conciencia de nada más. Es el conocimiento extático. Soy consciente de la música, pero no tengo de ella un conocimiento re-flexivo; no soy consciente de que soy consciente de la música. También puedo tener de ella un conocimiento reflexivo. Entonces soy consciente de que estoy escuchando música y de si me gusta o no. Tengo un conocimiento crítico. Puedo hablar de la música e incluso hacer de ella una descripción comparativa en función de mis conocimientos musicales anteriores. En el primer caso tenemos una situación óntica. Soy música, estoy dentro de ella. No tengo ningún otro conocimiento; es gozo puro o quizá ni siquiera esto. En el segundo caso se trata de una situación epistemológica. Tengo un conocimiento reflexivo de la música y de mi condición de oyente. 

Pero, según Panikkar, hay otra posibilidad en la cual se mantiene tanto la conciencia individual como la conciencia de la totalidad como presencia perpetua:

Pero existe también otra posibilidad. La de ser un miembro de la orquesta. Con un conocimiento puramente epistemológico del fragmento musical jamás llegará uno a ser un primer violín genial. Pero con un conocimiento puramente óntico, en situación extática, no transcurrirá mucho tiempo sin que el director despierte de su éxtasis al violinista para recordarle que no está tocando solo. No puede perder la conciencia de formar parte de un conjunto. Esta es la situación ontológica. Nos olvidamos de nosotros mismos, no hay dicotomía entre sujeto y objeto, pero, al mismo tiempo, no estamos ni puramente asimilados ni totalmente objetivados; no somos ni música pura ni contempladores externos; somos miembros de la orquesta, somos contemporáneamente música e instrumento. Más que el violín, como ejemplo podría servirnos aquí la misma voz de la cantante: voz, cuerpo, persona, orquesta, director e incluso público, son distintos, pero no están separados. La conciencia ontológica, a diferencia de la meramente óntica, es consciente (al mismo tiempo) de la realidad sin la separación entre sujeto y objeto. No es ni éxtasis ni enstasis, es un puro stasis, un «estar» en su totalidad: no se es ni música ni diva, se está cantando. Y ese «estar» es toda la orquesta, todo el público y toda mi persona. Este es el estado ontológico al cual me refería.