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Más que la posesión de objetos y el dominio del mundo, podríamos priorizar el conocimiento y la luz de la conciencia, siguiendo el ejemplo de la civilización védica

Los antiguos filósofos-videntes de la India védica concibieron un orden de las cosas basado en el conocimiento, en la exploración de la mente y en la consecución de un estado místico que los hacía como los dioses. La civilización védica casi no dejó rastros materiales (se ha dicho que su templo es el sánscrito, "el lenguaje perfecto"). Roberto Calasso, recientemente galardonado con el Premio Formentor a las Letras, escribe en su libro El ardor que los rsis (los que vieron los himnos védicos) no buscaban el poder sino el rapto, una cierta ebriedad del conocimiento. Su intención era "pasar a otro orden de existencia que se atreven a llamar la 'verdad'", dice Calasso. Para hacer esto construyeron meticulosamente una serie de prácticas rituales y sacrificios, basados en gestos que servían como conexión con el origen o con lo inmanifiesto, que repetían el proceder de los dioses que antes que ellos habían alcanzado la conciencia necesaria para obtener el estado inmortal, "el infinito como una gradual e imperceptible expansión del dominio de la luz".

La cultura védica, y sobre todo su celoso edificio de conocimientos que los llevaban a esta ebriedad luminosa de la conciencia, resulta hoy en día sumamente distante y ajena y no sólo a los occidentales, también a gran parte de la India contemporánea. Sin embargo, nos preguntamos aquí, siguiendo a Calasso, si no es relevante traer a la discusión, incluso paladear, la posibilidad de una civilización basada en el conocimiento --la conciencia como centro ubicuo-- y no en el poder. No en el conocimiento entendido como información, sino como transformación del individuo, como un ejercicio espiritual, parafraseando a Pierre Hadot. En la conquista de la mente, que es la luz que permite que conozcamos el mundo, que es, sospecharon los rsis, la misma luz que hace el mundo, que se despliega de la mente sobre las aguas (de las aguas que son la mente: una pluralidad femenina de un prístino ardor)... antes que la conquista del poder, que la conquista de los otros. Encontrar el sí mismo (el atman) y dejarse poseer por el brahman (el sí mismo universal), antes que poseer el mundo externo; posesión divina, antes que posesión de objetos, de más cosas, de más distracciones. Dominio de la propia naturaleza antes que dominio de la naturaleza externa para la afirmación del poder. Para los sabios védicos, nos dice Calasso, "toda gloria humana, todo orgullo del conquistador, toda sed y placer: son sólo obstáculos". Evidentemente tenían muy claro su interés. Y lo desarrollaron hasta el punto de lograr lo que Calasso llama una "microfísica de la mente", algo que estremecería nuestra realidad de manera similar a como la física cuántica estremeció el edificio de la física clásica. 

¿Qué es lo que realmente nos interesa a nosotros, qué realmente queremos? ¿Tener más cosas, tener más poder adquisitivo, conquistar otro sistema estelar, crear una máquina hiperinteligente? ¿O la experiencia luminosa del conocimiento de la naturaleza de la mente? ¿Nos ha dejado de interesar lo divino, la experiencia de la divinidad, el fulgor de la belleza, las manías socráticas, el rapto, el tapas de los védicos? Estas son buenas preguntas que seguiremos explorando tomando como guía a Roberto Calasso, uno de los últimos grandes sabios que restan en nuestra cultura.

 

Twitter del autor: @alepholo