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La escuela que no forma e informa desconoce la instancia productiva del saber
Nikolaos Gyzis, "The secret school" (1885-86)

Nikolaos Gyzis, "The secret school" (1885-86)

Cada vez que escucho a un educador usar la palabra educación, o enseñanza, o aprendizaje, didáctica, pedagogía, conocimiento, saber, instrucción, etc., no sé muy bien de qué habla. No lo sé porque esas palabras se nos han gastado y los conceptos que suponen o podrían suponer están cada vez más confusos y mezclados.

Necesitamos una matriz conceptual eficiente para poder recuperar nuestro vocabulario esencial y nuestro trabajo teórico; y necesitamos explicitarla. Y entonces sí encajar cada una de estas palabras –y otras-- en ella, para que las cosas vayan rearmándose en un ecosistema consistente y claro, para que cada vez que alguien del mundo educativo diga algo, esté diciendo realmente algo. Necesitamos poder acordar o disentir con él. Hoy hemos perdido tanto la posibilidad de consenso como la de disenso, porque todo es más o menos todo y más o menos nada y más o menos eso y más o menos también lo contrario.

En la escuela, o nos dedicamos a formar o nos dedicamos a informar. No se pueden hacer las dos cosas, hasta porque la misma etimología nos lo impide avisándonos que la una (información) niega a la otra (formación). No se puede ser moral e inmoral la vez; ni culto e inculto. Sin embargo, cuando los escucho hablar en nuestros constantes congresos, seminarios, encuentros, foros, espacios y talleres, nunca acabo de saber si están haciéndolo desde la cara formativa de la educación o desde la contracara informativa de ella. Y es ahí que me confundo y me pierdo.

Educar es formar; o sea, no es informar. Formar exige poner al sujeto siempre por delante del objeto. El saldo del proceso educativo no es la información sino el formado. Si para algo sirve la historia medieval es para hacer más sólido al alumno que la aprende; la química no vale por sí, vale –si vale-- por el saldo que produce en el formado en química. La química debería constituirnos. Pero no lo hace. Y no lo hace porque llega en “modo informativo”, como la geografía, la biología, la física y en general lo demás. Todo el sistema educativo pasa cualquier tema a “modo informativo”; hasta la literatura, la geometría, la alfabetización y las ciencias. Todo llega empaquetado para que sea recibido y almacenado. Y a eso solemos llamarlo saber o conocimiento. Cuando decimos que “sabemos” algo o de algo estamos diciendo que podemos dar testimonio del paquete informativo de ese algo. Estamos equivocados.

Pero las cosas a veces se vuelven a confundir cuando vamos a las matemáticas o a la lengua; ahí no parece que se trate estrictamente de un proceso informativo. En matemáticas, los alumnos aprenden a resolver ejercicios, no solamente a conocer la información matemática. Saben –los buenos-- resolver operaciones, ecuaciones, funciones de las más diversas complejidades. Lo mismo con la lengua, con la que acaban sabiendo escribir redacciones, frases gramaticalmente correctas, conjugar verbos, alinear géneros, números y demás, gobernar las formas sintácticas establecidas de su lengua. Pero lo curioso es que con eso ni hacen matemáticas ni tampoco literatura. Están aptos para ejecutar unas operaciones, pero no lo están para replantearlas, matizarlas o producirlas.

La escuela que no forma e informa desconoce la instancia productiva del saber (que algunos llaman “creatividad” y puede ser, aunque me suena un poco naif el sustantivo). Producir es construir con eso; proponer algo más que lo que había. Porque lo que había llegó a mí empaquetado en su “modo informativo”. Formar es trascender lo que se nos informa. Y eso es producir.

La información es medio para la formación y no fin en sí mismo; y lo es siempre y cuando tenga el tino suficiente como para no obturar, atrofiar, inhibir, reducir y pasivizar, que es lo que suele hacer en nuestras escuelas. Ese tino es timing; timing pedagógico; que la información entre cuando ya haya sujeto para hacer algo con ella.

Formarme es aprender a hacer algo con lo que sé. Hacer es más que saber. No quiero que en educación sexual me informen sobre la sexualidad, sino que me formen para ella y que yo pueda hacer más y mejores cosas con mi sexualidad. Pero la escuela no me entiende.

Te estarás preguntando –lector-- por qué entonces titulé esta nota “Educación 3D”, si nada he dicho de eso. Tienes razón; lo he dejado para el final. Necesitaba este contexto para planteártelo.

Estamos convencidos de que la educación se debe organizar por temas; así son los currículos. La noción de tema parece axiomática. Eventualmente, la comunidad educativa se muestra a veces dispuesta a discutir qué temas y en qué orden, pero no la noción misma de tema. Sin embargo, bajo la matriz de formación-información, lo que debemos discutir es el concepto de tema.

Solemos entender por tema un recorte; por ejemplo, la esclavitud o los números romanos; y estamos convencidos de que se deben estudiar en sí mismos, cada uno a su hora. Los temas en el mundo educativo son unidimensionales. Recortamos el período colonial y lo desarrollamos centrípetamente, como si se pudiera. No se nos ocurre que sería mucho mejor hacerlo centrífugamente y dejarlo que nos lleve a las monarquías europeas, a la religión católica, a las creencias geográficas y astronómicas o a donde desee llevarnos. Nos da miedo la multidimensionalidad. Nos resistimos a poner la redacción a trabajar junto con la literatura y dejar que esa tensión total entre ellas alimente el objeto y fortalezca la formación del sujeto. Por eso lo de 3D; porque cuando conectamos se rompe el modo informativo y se pone en marcha el modo formativo. Todo es infinitamente más complejo de lo que parece, más relativo de lo que quisiéramos y mucho pero mucho más atractivo. Pero hace falta ponernos las gafas y verlo en 3D; desde todos los lados y para todos los lados, en volumetría. Si no las cosas no se entienden, aunque se recuerden. La esclavitud, el racismo, la colonia, los sistemas de perspectivas… Si logramos enfocar en 3D el objeto de estudio, entonces el sujeto de la formación aparece y se constituye. Si no, no.

Por eso me gustan tanto las asignaturas rebeldes a su reducción al modo informativo, como el inglés –por ejemplo. ¿De qué sirve tener información sobre el inglés si no conseguimos hablar en inglés? Ahí es fácil ridiculizar el modo informativo; pero en el fondo, es el mismo ridículo que surge si nos preguntáramos de qué sirve tener información sobre la historia de Brasil si no conseguimos tomar una posición política sobre Brasil. Y así con la mecánica de la función de segundo grado, si no somos capaces de construir una ecuación de segundo grado o del teorema de Pitágoras, si somos incapaces de producir algo a partir de él.

O nos dedicamos a formar o nos dedicamos a informar. No se pueden hacer las dos cosas. Propongo esa matriz dicotómica y excluyente para comenzar a entendernos.

 

Twitter del autor: @dobertipablo