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La historia de cómo la Tierra Celeste fue creada en un resto de arcilla, cifrando un cosmos holográfico

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Quizás ninguna cultura haya desarrollado una imaginación tan fecunda como la que cultivaron los místicos islámicos. Pienso en "psiconautas" visionarios como Ibn Arabi o Suhrawardi, entre otros, herederos del zoroastrismo, el platonismo y el Islam, y quienes lograron una exquisita refinación del aparato perceptual de los mundos sutiles por excelencia: la imaginación. Podemos ver en estos grande teósofos una especie de voluptuosidad espiritual (si se permite tal contradicción de términos), una inflamación por las ciudades de esmeralda, por el fulgor del rostro de los ángeles y por la contemplación de las esferas radiantes de los arquetipos. En ninguna tradición se hace tan explícitamente claro que la imaginación puede usarse como un órgano de percepción para vislumbrar mundos invisibles que no son meras fantasías o elucubraciones de una mente delirante, sino que son realidades espirituales. En Occidente tenemos a Blake, a Swedenborg, a Paracelso o a Jung, quienes claramente son conscientes de esta potencia imaginativa, pero no podemos hablar de toda una escuela con una estructura y un andamiaje propio: son islas en el mundo astral que se comunican en la profundidad. Lo más cercano a esta escuela secreta de la imaginación --un colegio invisible-- es el neoplatonismo de Jámblico y Proclo con sus jerarquías divinas y sus vehículos teúrgicos (ochema pneuma).

Ciertamente no podemos comprobar la existencia de los mundos sutiles que los místicos describen por los mismos medios que podemos, por ejemplo, mapear un continente en la Tierra o en la Luna (aunque algunos de ellos dan descripciones sorprendentemente consistentes, las mismas majestuosas ciudades que se erigen sobre la montaña de la psique). Los exploradores del mundo imaginal nos piden que desarrollemos una epistemología de lo sutil, un telescopio interior  que es la apertura del ojo espiritual o el ojo del corazón. En este sentido su cartografía espiritual se opone radicalmente al materialismo del método científico y, por lo pronto requiere, en el neófito, un acto de fe --o por lo menos la suspensión del juicio crítico que permite el deleite estético, un poco siguiendo la atenuación de la frontera entre la realidad y la ficción al estilo de Borges. Dejarse llevar justamente por las etéreas imágenes que conjuran las bellísimas descripciones de estos poetas y filósofos como quien escucha un cuento y al dormir es transportando en las alas del sueño al lugar que las palabras encantaron en su interior. Es pertinente recordar la permanente distinción que hace Henry Corbin entre lo imaginario y lo imaginal, este último siendo lo relativo al mundus imaginalis, el llamado octavo clima, Hurqalya, la Tierra Celeste o el paraíso mismo (que, nos dicen, está aquí mismo, como un doble etéreo, invisible para quien no tiene el ojo abierto para percibirlo). Toda la angelología y la soteriología de estos grandes viajeros apunta a alcanzar la percepción del cielo, la concreción espiritual del más noble deseo: la contemplación de la divinidad y el transfundimiento en lo divino, puesto que todo verdadero conocimiento es necesariamente una transformación de quien conoce en aquello que conoce.

Un buen ejemplo de la belleza y el alcance de la imaginación mística de los poetas y teólogos sufíes es la descripción de la creación del mundo que hace Ibn Arabi, incluida en la antología Cuerpo Espiritual y Tierra Celeste. Recordemos que este mito de creación no debe tomarse literalmente sino de manera simbólica (los mitos, decía Marsilio Ficino, son una teología poética). Se trata de la creación del Hombre Celeste, el ser hermafrodita en el que se deposita el arquetipo y del cual somos el microcosmos, por lo que se dice también que el hombre es un pequeño universo y el universo es un gran hombre.

La creación de la Tierra Celeste de la arcilla restante de Adán:

Debemos saber que cuando Dios creó a Adán, que fue el primer ser humano formado, sobró un resto de arcilla. Con ese resto Dios creó la palmera, de tal modo que esta planta (najla, palmera, es femenino) es la hermana de Adán; luego para nosotros es como una tía paterna. La teología la designa de este modo y la asimila al creyente fiel. Alberga secretos extraordinarios como no los contiene ninguna otra planta. Ahora bien, después de la creación de la palmera, quedó oculto un resto de la arcilla con que se había formado la planta; este resto representaba el equivalente de un grano de sésamo, y con este resto Dios hizo una Tierra inmensa. Como en ella colocó el Trono y todo lo que éste contiene, el Firmamento, los Cielos y las Tierras, los mundos subterráneos, todos los paraísos y los infiernos, es todo el conjunto de nuestro universo el que se encuentra íntegramente en esta Tierra, y sin embargo, todo ese conjunto no es, con relación a la inmensidad de esa misma Tierra, más que un anillo perdido en un desierto de nuestra Tierra. Esa Tierra encierra maravillas y sorpresas que somos incapaces de enumerar, y ante las que la inteligencia queda impresionada.

En esa misma Tierra Dios ha creado en cada alma (y en correspondencia con cada alma) universos de glorificación cuya himnología no se interrumpe ni de día ni de noche, ya que sobre esa misma Tierra se ha manifestado la magnificencia de Dios y su poder creador resplandece ante los ojos de quien la contempla. Hay muchísimas cosas que son imposibles racionalmente, es decir, muchísimas cosas ante las que la razón ha establecido la prueba decisiva de que eran incompatibles con el ser real. Pues bien, todas esas cosas existen sin embargo en esa Tierra. Es la inmensa pradera en la que los místicos teósofos sacian su mirada; por ella se desplazan, van y vienen como les place. En el conjunto de los universos que componen esa Tierra, Dios ha creado especialmente un universo a nuestra imagen (un universo que mantiene un paralelismo exacto con cada uno de nosotros). Cuando el místico contempla este universo, se contempla a sí mismo, a su propia alma. ‘Abd Allāh Ibn ‘Abbās aludía a algo semejante, según lo que se cuenta de él en un determinado hadiz: “Esa Kaaba es una morada entre otras 14 moradas. En cada una de las siete Tierras hay una criatura semejante a nosotros (nuestro homólogo), de tal modo que en cada una de las siete Tierras hay un Ibn ‘Abbās que es mi homólogo”. Esta tradición ha gozado de gran aceptación entre los místicos visionarios.

Tenemos aquí una muestra del prodigioso cosmos imaginal de los visionarios del misticismo islámico, quienes como Hamlet, pueden estar confinados "en una cáscara de nuez" y contarse "reyes del espacio infinito". En un grano de sésamo hay un mundo, como Blake notó en su arena microcósmica. Se revela aquí la esencia holográfica del universo imaginal, en cada parte están todas las partes, y entonces es lógico que todas las cosas sean reflejos de sí mismas: la Tierra es también un holograma del alma humana. El universo es una casa de espejos y una caja de resonancias. Es la imaginación la que alcanza a conocer esto, a percibir su propia semejanza en todas la imágenes.

Esta Tierra doble, esta Tierra imaginal, es también percibida por Sócrates, el filósofo estrechamente en contacto con su propio daemon. En el Fedro se describe una tierra paradisíaca de la cual nuestro mundo es una sombra:

Y en esta Tierra radiante, las cosas que crecen, los árboles, flores y frutas son correspondientemente bellas; y así también las montañas y las piedras son más suaves, y más transparentes y más amables en color que las nuestras… Y la tierra ahí está adornada con joyas y oro y plata. Y ahí yacen a plena vista, abundantes y grandes lugares, de tal forma que la tierra es una imagen que bendice a aquellos que la miran.

Nuestros místicos visionarios, tanto Ibn Arabi como Platón o Blake nos dirán que bienaventurados son aquellos que han despertado su imaginación y han abierto el ojo del alma puesto que de ellos es el paraíso. Quizás debamos de considerar la idea que emerge de su filosofía práctica: el paraíso a final de cuentas es sólo una cuestión de percepción. La filosofía es un ejercicio espiritual

 

 

Twitter del autor: @alepholo

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