*

Tres pasos en el camino de descubrir el propio lado oscuro

Por: Jimena O. - 05/22/2015

Asumirnos tal como somos no es tarea sencilla y la búsqueda de propósito puede abordarse de las más diversas maneras, pero siempre buscando aprender incluso del miedo, la ira y el sufrimiento
The-Dark-Side

imagen via: heathofee.com

Cada uno de nosotros es una pequeña multitud ambulante de aspectos irreconciliables entre sí: una pequeña humanidad hecha de nuestras filias y fobias, de nuestra memoria y de nuestros deseos, además de las expectativas propias y ajenas con las que hemos pactado. A través de nuestras vidas no hacemos sino desarrollar diferentes papeles en nuestro trato con el mundo. Si el mundo fuera una obra de teatro, ¿cuál sería nuestro “auténtico” papel? ¿Cuáles son las consecuencias de no tener un lugar propio o, aún peor, de sentir que usurpamos el de alguien más?

Las respuestas e hipótesis al respecto son numerosas y se pierden en la proverbial noche de los tiempos. Pero en sentido psicológico, el proceso tiene que ver con un autorreconocimiento, y en sentido místico, con un descenso a las profundidades del ser.

Este periplo (porque recuérdese que sumergirse en la oscuridad es sólo el primer paso: luego es necesario salir para no quedarse atascado) ha sido representado narrativamente a través de las mitologías de todos los pueblos, pues los demonios del viejo mundo se han convertido en las enfermedades y padecimientos psicológicos de nuestros días.

Existen muchos puntos de encuentro entre el esoterismo, la filosofía y muchos métodos de sanación. Sin embargo es preciso aclarar que uno no puede llamarse un verdadero iniciado sólo por ir a yoga un par de veces por semana y subir a Instagram fotos de su altar y su “vida espiritual”. El único testigo de nosotros somos nosotros mismos, y aunque convenga contar siempre con aliados en cualquier plano, la práctica espiritual no debe confundirse de ninguna forma con la identidad. Nuestro propio yo es la materia modelable que, de duro plomo, deberá transformarse en el oro de los alquimistas.

Lo que nos lleva al primer punto:

1. Mantener una actitud abierta al cambio

No importa si te interesas por el Tarot, la astrología, el pensamiento crítico o la física cuántica: ningún campo de conocimiento puede desarrollarse sin la posibilidad de cambiar de opinión, es decir, de aprender de los propios errores. Muchas tradiciones místicas y no tanto incorporan alegorías sobre el descenso a los propios pasadizos secretos del inconsciente, cuya comunicación emprendemos a través de mitos, relatos, creencias y rituales. El primer paso suele ser el más difícil: el salto de fe que requiere el héroe para comenzar su odisea consiste en aceptar una forma simbolizada de muerte; una muerte que no implica su destrucción física sino la destrucción de una forma de vida que ya nada tiene que ver con nosotros.

La vocación será puesta a prueba, y los obstáculos serán numerosos; pero en toda odisea existen también aliados, talismanes y vuelcos inesperados del destino que cada uno debe aprender a leer según sus propias posibilidades. Gautama escapando del palacio paterno o Jesús meditando en el desierto son momentos de gran tensión, pero que también indican la posibilidad de un viaje más allá de las fronteras actuales del propio ser: se trata de un camino de expansión y aprendizaje interminable para convertirse en uno mismo. La idea no es convertirse en un héroe mítico, sino simplemente encarnar la versión más auténtica de nosotros mismos.

star-wars-vader-helmet

via: tráiler de "Star Wars: Episode VII"

2. Cuidado: la oscuridad puede consumirte

En Star Wars, Anakin Skywalker se transforma en Darth Vader a causa de una excesiva identificación con su sombra, con el famoso "lado oscuro” de la Fuerza, aquella en la que el adepto entrega su alma, sus posesiones o su cuerpo físico para someterse al poder que lo ha dominado, y al que cree dominar. Tender al caos de manera constructiva es fuente incesante de asombro y creatividad; pero permanecer en un estado caótico lleva al agotamiento físico, a la ansiedad y la depresión.

Una forma de sondear la propia oscuridad consiste en verla de manera compasiva: no somos “depresivos”, “neuróticos” o “histéricos”, simplemente hay aspectos negativos de nuestra personalidad que constituyen llamadas de atención sobre nosotros mismos. ¿Qué hay detrás del personaje del eterno depresivo, que siempre lleva una nube negra sobre la cabeza? ¿No se trata también de una forma de condescendencia que implica la servidumbre voluntaria a una máscara, es decir, a una imagen fija de nosotros mismos? Es por eso que la actitud de permanente apertura y cambio es vital para no sobreidentificarnos con nuestras supuestas conquistas espirituales: esto no se hace para recibir el aplauso o la aprobación de los demás, sino por un genuino deseo de desarrollo de las propias capacidades.

El ego, alimentado por la fuerza oscura que yace junto con nuestra propia luz, da como resultado la ilusión de haber dominado el propio caos, sin entender realmente que el caos es tal precisamente porque no puede ser dominado. De otro modo no estaremos promoviendo nuestro desarrollo espiritual, sino simplemente agrandando la de por sí espectacular imagen de nuestro propio ego. Lo que nos lleva al último punto:

3. Debemos tratar las herramientas como herramientas, no como parte de nuestra identidad

Encontrar tu voz, tu misión o tu propósito en la vida es tarea tuya: no puede delegarse, aunque puede posponerse indefinidamente y llevar a una vida de obediencia y servidumbre. No es suficiente concurrir a santuarios de meditación, comprar parafernalia esotérica o visitar pirámides antiguas. Lo que hacemos con eso es únicamente enmascarar nuestra oscuridad y parodiar nuestra luz. Constituye, sobre todo, una distracción para el verdadero conocimiento de uno mismo.

Observar la oscuridad propia no quiere decir “identificarse” con ella, sino simplemente reconocerla como parte integral de nuestra personalidad, con una historia que se remonta a los principios de nuestra conciencia sobre el mundo, pero que no está determinada por el pasado, sino abierta al futuro.

Una buena metáfora de esto es el arquitecto que utiliza distintas herramientas y materiales para construir una casa: el “producto terminado” no se parece en nada a los martillos, taladros y escaleras, y es mucho más que la suma de paredes, piso y techo. Nuestra personalidad (incluso podríamos hablar de nuestra alma) se construye poco a poco con los materiales más heterogéneos, pero es responsabilidad de cada uno confeccionarse a sí mismo a la medida auténtica del propio ser: no menor, no mayor, sino lo justo para vivir con nosotros mismos y tener una vida digna de llamarse vida.