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El sentido común parece ser completamente ajeno a los criterios para definir qué drogas son legales y cuáles criminalizadas

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La mentada "guerra contra las drogas", inaugurada hace precisamente 1 siglo, esta fundamentada en innumerables absurdos. Pero al tener a los medios, corporaciones y gobiernos de su lado, parece que puede prescindir del sentido común; simplemente sigue adelante, consumiendo cantidades irrisorias de presupuesto y nutriendo extrañas, por no decir sombrías, intenciones.

Más allá de los patéticos resultados que esta cruzada ha arrojado a lo largo de su ya centenaria historia, otro de los más notables absurdos que involucra la guerra contra las drogas son los criterios bajo los cuales se define qué sustancias combatir y cuales autorizar. Es decir, si el criterio son los índices de mortandad o el grado de amenaza que una determinada sustancia representa para la salud humana, ambos criterios, que podrían responder a un sentido común, son olímpicamente ignorados.

Y es que si las anteriores fuesen las variables a considerarse al momento de condenar una sustancia a la ilegalidad, entonces de pronto nos percatamos de que las tres más nocivas y mortales, de acuerdo incluso con estadísticas oficiales, pueden circular libremente entre millones de manos, auspiciadas por multimillonarias industrias que lucran con su consumo. Nos referimos al alcohol, el tabaco y los analgésicos industriales. 

De acuerdo con información de los Centers for Disease Control and Prevention (CDC) del gobierno estadounidense retomada por el sitio VOX, las "drogas" más letales son, por mucho, esas tres (y no el LSD, la marihuana o los hongos alucinógenos). Por ejemplo, durante 2011 se registraron oficialmente en ese país más de 480 mil muertes por males asociados al tabaquismo, 26 mil 654 ligadas al consumo de alcohol y 16 mil 917 al consumo de analgésicos. 

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En el caso del tabaco, y esto a pesar de las múltiples medidas que autoridades alrededor del mundo han adoptado para acotar su consumo, la cantidad de muertes sigue siendo notable, pues se acerca al medio millón (estas cifras son sólo en Estados Unidos). Pero si consideramos que cerca de 9% de estas corresponde a fumadores pasivos, entonces el fenómeno es aún más alarmante. 

Por otro lado, en cuanto al alcohol, la cifra de más de 26 mil muertes en realidad es bastante conservadora, ya que sólo toma en cuenta muertes por problemas de salud directamente relacionados con el consumo etílico. pero no podemos ignorar que también existen miles de decesos asociados a la práctica de beber, por ejemplo los accidentes automovilístico bajo la influencia del alcohol, que de ser considerados elevarían la cifra a cerca de 90 mil muertes. Y esto sin mencionar que, de acuerdo al National Council on Alcoholism and Drug Dependence, 40% de los crímenes violentos se cometen bajo la influencia de esta sustancia. 

Finalmente, en lo que se refiere a los fármacos, el número de muertes, aunque menor al de tabaco y alcohol, demuestra un incremento considerable durante los últimos 15 años.  

Ahora, regresando a la pregunta inicial, todo parece indicar que los criterios que las autoridades emplean para determinar qué sustancias serán prohibidas no son particularmente amigos de la lógica o el sentido común. Y, cabe aclarar, tampoco se trata de desestimar el hecho de que si el consumo de heroína fuese publicitado y promovido mediante monumentales campañas de marketing entonces quizá aparecería en primer lugar de la lista, pero ello no exime de responsabilidad a esas autoridades que dicen protegernos de sustancias peligrosas y que en realidad se rigen por variables que poco tienen que ver con nuestro bienestar.

De hecho la solución difícilmente está en la nueva prohibición de más sustancias, sino en el control de las mismas y en campañas educativas que revelen los verdaderos efectos y consecuencias de su consumo, sin importar que con ello afecten intereses corporativos y multimillonarias agendas.