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Un país anímica y funcionalmente devastado parece un escenario ideal para resurgir de las cenizas y cambiar, para siempre, su por ahora lúgubre destino

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En algún punto de la historia reciente, México pasó de ser un país risueño, agraciado con múltiples particularidades culturales, una historia compleja y una envidiable riqueza natural, a un anti-paraíso de violencia, corrupción y ocaso moral.

Está transición podría hasta cierto punto entenderse como consecuencia combinada de diversos factores, entre ellos: una clase política en esencia corrompida y con cada vez menos oficio, el miserable papel de una élite poco educada y nada comprometida, la decadencia moral de una iglesia católica que en algún momento sirvió como incubadora de valores, la inmersión cultural en los cauces aspiracionales con el consumo como destino exclusivo, la falta de movilidad social, la impunidad como Primera Dama transexenial, una partidocracia cada vez más cínica y disfuncional, y un sistema de educación pública largamente desahuciado.    

En medio de este franco deterioro, el pasado 26 de septiembre se registra un evento que debiera traducirse en un parteaguas histórico. Estudiantes de la Normal de Ayotzinapa (escuela que prepara a jóvenes para desempeñarse como maestros rurales) son atacados frontalmente por policías municipales, con un saldo de seis muertos (entre ellos tres estudiantes, uno de los cuales fue desollado), 25 heridos y 43 desaparecidos.

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Tras más de 40 días de búsqueda por parte de las autoridades, proceso durante el cual aparecieron múltiples fosas comunes hasta entonces ignoradas y se reveló una red de colusión entre autoridades locales y el crimen organizado a tal grado que resulta indistinguible un bando del otro, se anunció que los 43 estudiantes desaparecidos fueron muertos por criminales que recibieron el “cargamento humano” de manos de los policías, los trasladaron a un basurero sumergido en la sierra, donde tras quitarles la vida los incineraron durante 14 horas para luego machacar sus huesos y arrojarlos en bolsas a un río.

Imaginar un país sumido en un escenario fáctica y simbólicamente más crudo, escalofriante y triste es difícil. La contundente putrefacción del sistema mexicano, encabezado por el gobierno pero que también comprende a los medios, la sociedad y demás actores, quedó retratada de la manera más cruel en esta inolvidable fotografía.

Durante las últimas dos décadas recuerdo más de una ocasión en que la mengua nacional parecía haber tocado, finalmente, fondo. Sin embargo, la realidad se encargó de demostrarnos que no era el caso, que la situación aún tenía un amplio margen de empeoramiento y que el urgente “despertar” permanecía adormilado.

No sé si ahora sí sea la buena. Pero me queda claro que jamás había percibido tal tristeza y frustración como en este momento. Y si bien México está, creo que indiscutiblemente, peor que nunca, también puede afirmarse que durante los últimos años se fortaleció un sector de la sociedad dispuesto a canalizar su indignación en pequeñas acciones que hoy perfilan, con fuerza inédita, un contrapeso significativo a la espiral degenerativa.

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Quiero pensar que ahora sí no hay pretexto imaginable para no asumir lo que ocurrió en Ayotzinapa como el motor de una transformación contundente. Quiero pensar que ahora sí la indignación social no terminará diluyéndose desgastada, confundida o enviciada. Quiero pensar que la historia de México honrará la muerte de estos estudiantes como un suceso que terminó alterando, para bien, el rumbo de un país.

Pero también tengo la sensación de que si no somos capaces de aprovechar la luz de estas 43 farolas (que a la vez son decenas de miles) para guiarnos hacia ese hasta ahora mítico despertar de México, entonces podríamos retirarnos tranquilamente a ver el futbol y seguir y revolcarnos en las ruinas de un país que alguna vez simuló ser un lugar privilegiado, amparados en esa fatídica tranquilidad que resulta de desaprovechar una oportunidad inmejorable para cambiar, de golpe, el destino de un barco.

México tocó fondo. La mesa está puesta para renacer y la continuación de esta historia está, y siempre lo estuvo, en nuestras manos.

Twitter del autor: @ParadoxeParadis