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Las instituciones democráticas no tienen como función crear sociedades “justas”, sino generar mecanismos para dar un cauce no violento al conflicto generado por las diferencias

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La relación entre el gobierno federal, el de la ciudad de México y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) cayó el día de ayer, 13 de septiembre, a su nivel más bajo con la recuperación del Zócalo de la ciudad de México a manos de la policía federal. Los frustrados intentos por parte de las autoridades para conminar a los maestros a mover su plantón en un lugar distinto al Zócalo, debido al rechazo de algunas de las secciones que integran la coordinadora, derivaron en un enfrentamiento entre la Policía Federal y grupos de profesores, como también de jóvenes anarquistas. El resultado fue alguna decenas de detenidos y heridos no graves. Este evento se dio después de dos días en que algunas zonas de la ciudad de México vivieron momentos de un absoluto caos vial y presenciaron diferentes escenarios de violencia verbal y física entre maestros y policías. La “necesidad” de sacar a los maestros del Zócalo para llevar a cabo la ceremonia del grito de la Independencia fue sólo una excusa para mostrar un juego de fuerzas. Con esta acción el Estado mexicano mando un claro mensaje a grupos sociales que han pretendido retar el poder del estado fuera de las instituciones sobre quien tiene el monopolio legítimo de la violencia. 

En éste contexto, escucho diferentes comentarios sobre las acciones de la CNTE en la ciudad de México, todos imposibles de reconciliar. Por un lado, aquellos que no bajan a los maestros del la CNTE de “Apaches” (como lo he escuchado en varias ocasiones) y que consideraban tibia la respuesta del gobierno del Distrito Federal. Desde el inicio del conflicto, estos grupos exigieron ver tanquetas militares enfrentando a miles de maestros. La incapacidad de la policía de contener a los grupos de maestros de manera más eficaz durante varias semanas fue evidente, sin embargo, es de aplaudir que el uso de la fuerza ha sido mínima y sólo utilizada en ocasiones de franca necesidad frente algunos grupos abiertamente violentos. La visión de aquellos que no bajan de “Apaches” a los maestros muestran en su lenguaje, y actitud, el fracaso de la educación, pública y privada, en una sociedad que continua intolerante y que no ha podido resolver sus propios prejuicios clasistas y, en ocasiones, racistas. 

Por otro lado, veo y escucho a un grupo muy importante de maestros enfrentando a las autoridades de la ciudad, confrontando a las instituciones del país y tratando de hacerse ver, hacerse notar mediante la irrupción de la vida de terceros. Los maestros de la CNTE exigen la solidaridad de los habitantes del Distrito Federal, pero los quejosos de la Ley de Servicio Profesional Docente no explican de manera eficaz sus planteamientos y si hacen evidentes sus intentos por tomar arterias viales de gran importancia para una ciudad.

Los maestros han mandado un mensaje claro, es decir, todo indica que la idea esencial es joder al otro. Exigen una formula compleja para los habitantes de la ciudad: “te pido tu compresión pero te voy a tener que joder el día de hoy por una causa que es mucho más importante que cualquiera que tu tengas”. Muchos consideramos inaceptable esta premisa bajo la cual el liderazgo de la CNTE pretende erigirse como aquel que determina la importancia de una causa y con la verdad histórica, como si esta existiera, de su lado. 

Aquellos que apoyan la estrategia de irrupción de la CNTE consideran clasistas y sin fundamentos sociales, como si fueran jueces de la “guerra justa”, las muestras de descontento de los habitantes del Distrito Federal. Así pues, el ciudadano común se convierte en rehén, víctima de las autoridades y de un movimiento social que se dice justo.  

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De ninguna manera estoy en contra de las posiciones de la CNTE sobre la reforma educativa, pero la justicia o no de los planteamientos de los maestros son complejos de evaluar y seguramente mucho serán “justos”, sobre todo desde su perspectiva. Es más, supongo que son suficientemente “justos” como para dejar a millones de niños sin clases. El problema es la estrategia aplicada y no lo justo o no de sus demandas. La estrategia que tiene como finalidad alterar el orden mediante la irrupción de la vida de los habitantes de la ciudad para que las autoridades pongan atención a las demandas exigidas por los maestros (buenas o malas), no me parece válida y no aporta a la construcción de una mejor democracia. Para ellos la estrategia de tomar un rehén se justifica bajo el argumento de que no existe otra salida. El gobierno no entiende o no negocia (o recula) y por lo tanto orilla a violentar la vida social (como el asesino que no se hace responsable de sus acciones por venir de un hogar roto). 

De ésta lógica se desprende la acción a seguir: golpear al débil para que el gobierno ponga atención. Cuando las instituciones dan una respuesta, pero no en los términos que el grupo demanda, entonces se cuestiona la representatividad de las instituciones. Es decir, las instituciones sólo son reconocidas como legítimas siempre y cuando resuelvan los problemas a modo. Para estos grupos los efectos “colaterales” de ésta estrategia de irrupción social (embotellamientos, establecimientos cerrados, negocios en quiebra o enfermos graves que no llegan al hospital) son los costos naturales de una movilización “justa”. Es decir, la revolución exige sacrificios. El mesianismo, pues, presente en la construcción de la base ideológica del movimiento. 

Ante esto, la posibilidad de la llamada solidaridad o empatía del habitante de la ciudad de México hacia el movimiento del magisterio se antoja difícil, a pesar de que exista una verdadera y valida preocupación de muchos docentes por su trabajo. En su mayoría, los maestros que han tomado a la ciudad de México provienen de zonas con altos niveles de marginación, donde los docentes enfrentan condiciones de enseñanza que no deberían de existir en un país miembro de la OCDE. Pero también hay que recordar que el liderazgo de la CNTE, el que organiza la estrategia de movilización, sabe que su propia existencia depende de la administración de un conflicto político contra el Estado mexicano y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

Si bien puedo simpatizar con algunas preocupaciones del magisterio en relación a los mecanismos de evaluación, no puedo aceptar la estrategia seguida. No es posible construir una democracia bajo el principio de que la irrupción social es valida en tanto las peticiones sean justas. ¿Quién define lo “justo”? Esta lógica nos llevaría a que cualquier grupo organizado genere caos para ver sus demandas resueltas, todas “justas”, por supuesto. Esta visión es intrínsecamente anti-democrática, en tanto que trata a los ciudadanos de forma desigual, sólo aquellos con financiamiento y capacidad de organizarse podrán ver sus demandas cumplidas.

La construcción de una democracia es un proceso, en ocasiones más lento de lo que deseáramos y sólo con la participación podremos hacer instituciones de mejor calidad, más representativas. Pero lo que es un hecho es que las instituciones democráticas no tienen como función crear sociedades “justas”, sino generar mecanismos para dar un cauce no violento al conflicto generado por las diferencias. Como bien lo plantea el politólogo polaco Adam Przeworski: “No se puede esperar que la democracia produzca igualdad social y económica” como también el hecho de que “algunas personas tendrán que vivir bajo leyes que no son de su preferencia porque son las preferidas por otras”. 

Será difícil reconstruir la instituciones democráticas que el país necesita bajo dos visiones ideológicas que parecen privar la vida política de la nación: por un lado aquellos que promueven la necesidad del orden a través de la reconstrucción de una dictablanda y por el otro lado, la imperante necesidad de la destrucción del régimen y de las instituciones “burguesas” no representativas, a través de la revuelta o revolución.  

En estas condiciones veo complejo el tránsito hacia instituciones más democráticas, de mejor calidad, pero espero que este texto contribuya no sólo a molestar a muchos de los lectores que ven en la revuelta o en la tanqueta la salida, sino encontrar un agujero para poder salir del embotellamiento mental en que vivimos.

Twitter del autor: @juanmortega

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora y no necesariamente reflejan la posición de Pijama Surf al respecto.