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Wanderlust es un festival de música totalmente opuesto a la idea usual que tenemos de estos eventos, uno donde el exceso y el desenfreno se cambian por conductas y prácticas que buscan un beneficio tanto individual como colectivo y comunitario.

 

Cuando se piensa en un yogui, los primeros conceptos que acuden a la mente son de tranquilidad, de austeridad, de un cierto aislamiento voluntario y provechoso y, en general, una atmósfera semántica compartida de paz espiritual.

Por otro lado, si de lo que se trata es de pensar en festivales de música, particularmente de rock, la realidad es diametralmente opuesta: ruido, alegría estentórea, excesos de los sentidos, desenfreno.

De ahí que hablar de un “festival de rock para yoguis” parece, de entrada, un contrasentido. Sin embargo, existe.

Se trata de Wanderlust, una celebración musical que se lleva a cabo en Squaw Valley, California, y en Bondville, Vermont, en donde se combinan las presentaciones de músicos como Ani DiFranco, Ziggy Marley, Michael Franti y Spearhead, con una dinámica propia de los retiros de yoga, solo que a una escala relativamente masiva.

Iniciado originalmente como una especie de “experimento sociológico” (hace 42 años, en la ciudad californiana de Monterrey), Wanderlust se presenta como una especie de movimiento contracultural opuesto a la tendencia usual de los festivales de música y las prácticas corrientes que ahí se realizan, tanto las evidentes como las tácitas: la convivencia más o menos desordenada y caótica de un festival tradicional se presenta en Wanderlust como una más pacífica y comunitaria; el gasto de energía igualmente se intenta paliar con opciones mucho más amigables con el medio ambiente.

Jeff Krasno, uno de los fundadores del festival, piensa que promover las condiciones para este tipo de conductas propicia también la generación de “valores progresivos”. “Mira algo como el reciclaje. Hace unos años se le consideraba poco en eventos en vivo, pero ahora es completamente mainstream”, asegura.

Y es que justo una de las intenciones principales de acontecimientos como Wanderlust es “crear un evento en el que las personas puedan tomar lo que pasó en el festival e incorporar esos valores y prácticas en la vida diaria”.

En cierto modo, se trata de un objetivo totalmente opuesto no solo al de los festivales de rock tradicionales, sino al de cierta concepción occidental de la fiesta como excepción de la vida cotidiana, una interrupción de su ritmo diario y una irrupción de un ritmo extremo, desenfrenado y dionisiaco, una tradición que se remonta a las raíces mismas de nuestra civilización y que recorre todas las épocas y culturas. Una liberación, también, de nuestra vena autodestructiva y caótica que quiere arrasarlo todo por el simple placer de “ver arder el mundo”.

En este sentido, un esfuerzo como el de Wanderlust (de corte apolíneo, para preservar la comparación) es mucho más constructivo, hedonista también pero con fines que trascienden dicho goce. Con asistentes que son, casi en su totalidad, sobrios, vegetarianos, corteses y recelosos del lujo y los privilegios, el exceso de la carne y los sentidos parece imposible de germinar en un medio como este.

“La gente no regresa a casa la mañana de un lunes con una resaca tremenda. Nuestros festivales son los únicos en que las personas se van sintiéndose mejor que cuando llegaron”, dice al respecto Krasno, resumiendo la paradójica naturaleza de estos festivales de rock para yoguis.

[The Atlantic]