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Récords de hasta 46 °C, escuelas cerradas y trabajadores debilitados exponen que el fuego real no está en el cielo, sino en un sistema que se consume a sí mismo

Las alertas están encendidas, y no sólo en los mapas meteorológicos. La ola de calor que azota Europa no es un fenómeno aislado ni una exageración de noticiero: es otro síntoma del colapso que ya empezó.

España, Portugal, Italia, Francia. Termómetros rompiendo récords, calles vacías a mediodía, cuerpos colapsando bajo el sol. En Barcelona murió una trabajadora de limpieza horas después de su jornada; en París, 200 escuelas cerraron sus puertas. En Italia prohibieron trabajar al aire libre en las horas más críticas. Y en medio de todo, turistas buscando sombra frente a monumentos que no saben de temperaturas extremas ni de salarios mínimos.

Las cifras abruman: 46 grados en algunos puntos del sur, noches de más de 30. Lo que antes era impensable, ahora es el nuevo clima. Literal. Pero también es la consecuencia de años —décadas— de una lógica que no sabe parar, aunque el planeta grite.

Porque claro, el calor no cae parejo. No es lo mismo vivirlo desde un resort que desde una obra bajo el sol. No es lo mismo tener aire acondicionado que vivir en una casa que parece una caja de fuego. El estrés térmico también es una cuestión de clase, aunque no lo digan las alertas oficiales.

Según la OIT, casi el 70 % de la población trabajadora mundial está expuesta a este tipo de calor extremo. Y sí, ya se cuentan por miles las muertes, los accidentes y las enfermedades provocadas por algo que, en teoría, se podría prever. Pero no es prioridad. Nunca lo ha sido.

Mientras tanto, los discursos diplomáticos siguen hablando de acuerdos climáticos como si los límites no se hubieran rebasado hace rato. El planeta ya cruzó el umbral de los 1.5 °C sobre los niveles preindustriales. ¿Y la respuesta? Tímida, tibia, tan lenta como la política que la produce.

Lo que estamos viendo no es solo una ola de calor. Es una prueba —otra más— de que el sistema que nos trajo hasta aquí no va a sacarnos del incendio. Un modelo económico que depende de explotar lo que sea, sin pausa y sin conciencia, simplemente no puede resolver la crisis que él mismo creó.

Y mientras nos dicen que todo depende de apagar el aire acondicionado o dejar el coche, se nos oculta que las grandes industrias siguen contaminando como si no hubiera mañana. Literalmente.

Así que sí, hace calor. Y va a hacer más. Pero lo que más quema no es el sol: es la indiferencia de un sistema que ya no alcanza ni para esconder su propia podredumbre.


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Imagen de portada: BBC