Ojos de amante, la joya que escondía un gran amor secreto
Arte
Por: Yael Zárate Quezada - 06/30/2025
Por: Yael Zárate Quezada - 06/30/2025
«Cartas que nunca se envían / Botellas que brillan en el mar del olvido / Nunca dejes de buscarme / La excusa más cobarde es culpar al destino…»
«Amores imposibles», Ismael Serrano
Hubo un tiempo en Europa en el que los gestos de afecto en público eran un motivo para arruinar reputaciones. Lejos quedaba la visión de un continente abierto a un amor más libre, pero no por ello –y valga la redundancia– se dejaba de amar libremente. En el corazón de la Inglaterra georgiana, surgieron varios de estos idilios y las pasiones debían ocultarse detrás de abanicos o cartas selladas. Aquí fue donde nació una de las expresiones más íntimas y misteriosas del amor, los anillos de ojos de amante.
A primera vista, estas pequeñas joyas que contenían retratos minuciosos de un solo ojo humano parecían ornamentos excéntricos. Pero detrás de cada iris pintado a mano y un aro enmarcado en oro, se escondía una historia de deseos y secretos imposibles.
La leyenda de esta joyería comienza con un gesto clandestino y es que a finales del siglo XVIII, el entonces príncipe de Gales, que después se convertiría en Jorge IV de Inglaterra, se enamoró perdidamente de Maria Fitzherbert, una viuda católica que también le correspondía pero con la que no podía casarse por razones políticas y religiosas.
Para demostrar su devoción, el joven príncipe le envió una serie de cartas y en una de estas misivas venía una miniatura pintada de su ojo, un retrato que, por su ambigüedad, podía pasar desapercibido incluso en la corte más estricta. Así, sin decir nombres y sin mostrar rostros, nació una moda cargada de romance y un poquito de transgresión.
Así, estas joyas no eran simples accesorios, pues se convirtieron en mensajes cifrados, y símbolos portables de amor. Al mostrar únicamente un ojo, conservaban la intimidad del vínculo sin exponer la identidad del amante, además quien lo portaba podía llevar consigo la mirada de su ser amado, sin provocar rumores ni comprometerse públicamente.
Obviamente cada ojo era distinto. Mientras algunos eran serenos y melancólicos, otros eran intensos o brillantes. Un gran trabajo artesanal de los pintores y orfebres de la época.
Casi un siglo duró su popularidad, la cual se desvaneció a mediados del siglo XIX. Sin embargo, los anillos de ojos de amante sobrevivieron como rarezas preciadas, objetos buscados por coleccionistas y románticos que aún encuentran en ellos una belleza cargada de significado.
Como dice la canción: Porque el amor cuando no muere mata. Porque amores que matan, nunca mueren.