«La sal de la tierra»: el documental que revive el alma del planeta a través del lente de Sebastião Salgado
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Por: Carolina De La Torre - 05/25/2025
Por: Carolina De La Torre - 05/25/2025
Más que un documental, La sal de la tierra es un camino que se emprende entre imágenes, narrativas, contrastes, luces y sombras que se cosen al alma una vez vistas. No se trata solo de observar la obra de Sebastião Salgado: se trata de sentirla, de dejar que cada encuadre te habite como si hubieras estado allí. Como si el polvo, el dolor y la esperanza retratados te rozaran la piel.
Dirigido por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, el hijo del fotógrafo, el documental es una sinfonía visual que recorre las huellas del mundo —y del hombre— con una sensibilidad que estremece. La fotografía, a cargo de Hugo Barbier, te sumerge en paisajes donde la devastación y la belleza conviven con una intensidad que sólo el blanco y negro puede contener.
El ojo de Wenders —cineasta alemán con una mirada profundamente poética y humanista, autor de obras como Paris, Texas y Días perfectos— el que imprime ese ritmo contemplativo que le da profundidad al relato. Su lenguaje cinematográfico se despliega como una peregrinación visual, una contemplación silenciosa donde cada imagen no solo documenta, sino que revela. En La sal de la tierra, su ojo se siente como un caminar necesario, que traza el tiempo con la paciencia de quien sabe que solo al detenernos podemos ver de verdad. Ese tiempo que abre la existencia. Su sensibilidad y su experiencia como director hacen que la narrativa visual no solo acompañe, sino que eleve cada momento, envolviendo al espectador en una atmósfera donde la contemplación es el único camino posible.
La sal de la tierra se estrenó en 2014 y fue ampliamente celebrada por la crítica internacional. Fue nominada al Óscar a Mejor Documental y ganó el Premio del Jurado en la sección "Un Certain Regard" del Festival de Cannes, además de recibir el Premio César al Mejor Documental. Estas distinciones no solo reconocen su maestría técnica, sino la potencia ética y emocional de su mensaje.
Porque La sal de la tierra no solo narra la vida y obra de Salgado —esa travesía que va desde documentar los horrores de la guerra y la miseria humana, hasta una regeneración profunda del planeta a través del Instituto Terra—. El documental se convierte en sí mismo en un acto de restauración. La acción de reforestación emprendida por Salgado y su esposa Lélia en Brasil parece un pasaje extraído de la imaginación de quienes aún sueñan con devolverle algo a la Tierra. Pero no es ficción: es un acto de fe ecológica, tan real que conmueve.
Esa obra en la Amazonia no solo sanó un paisaje devastado, sino que también rescató especies, atrajo lluvias, restauró un ecosistema completo. En medio del caos climático y la desesperanza ambiental, el documental muestra que aún hay lugar para la belleza como resistencia.
Y ahí, justo ahí, entre la crudeza y la ternura, entre la muerte y la semilla, se encuentra esa zona intermedia donde el arte toca la conciencia. Ver La sal de la tierra es como caminar descalzo por territorios que nunca pisaste, pero que reconoces en lo más profundo. Como si las imágenes supieran que algo en ti ya ha estado allí.
Es cine que ve con el alma. Que se detiene, que espera, que siente. Y en esa espera, algo en nosotros también florece.