El puerco y el pecado: la condena de la carne y el reflejo del hombre
Sociedad
Por: Carolina De La Torre - 03/23/2025
Por: Carolina De La Torre - 03/23/2025
Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha proyectado sus miedos y fallas en los animales. La serpiente carga con la culpa de la traición, el lobo es la bestia que acecha la inocencia, y el cerdo, en su carne blanda y su hocico hundido en el lodo, ha sido convertido en el epítome de la impureza.
En el judaísmo y el islam, el cerdo es un animal prohibido, una carne impura que no debe tocar la boca de sus devotos. En Levítico 11:7 se condena su exilio alimenticio por no rumiar a pesar de sus pezuñas hendidas: "Y el cerdo, porque tiene pezuñas hendidas y las pezuñas divididas, pero no rumia, tendráis por inmundo". En el Deuteronomio (libro bíblico del Antiguo Testamento y del Tanaj hebreo), se reitera su rechazo, y en el Corán (5:3), se prohíbe su consumo con el mismo ímpetu. En la fe y en la superstición, el puerco es más que un animal: es la metáfora del pecado.
Pero hay algo inquietante en su imágen. No es solo su “inmundicia” lo que nos repele, sino su semejanza. Con sus ojos pequeños, mirada fija y su piel desnuda, con su inteligencia inquietante, llanto escalofriante y su capacidad de soñar, el cerdo es un reflejo incómodo del ser humano. En algunos mitos, se dice que los pecadores reencarnan en su piel rosada y vulnerable, atrapados en un ciclo de castigo silencioso. Su corazón late como el nuestro, sus dientes se parecen a los nuestros, y sus entrañas son tan cercanas que la ciencia los ha usado para trasplantes de órganos. ¿Es asco lo que sentimos, o un miedo ancestral a vernos reflejados en su existencia?
Jesús mismo usa a los cerdos como símbolo de condena. En Marcos 5:11-13, cuando expulsa una legión de demonios de un hombre poseído, estos encuentran su nuevo hogar en una manada de cerdos, que inmediatamente se lanzan al precipicio y se ahogan en el mar. La imagen alegórica es brutal: los cerdos no solo son impuros, sino albergadores del mal.
Además, hay un detalle físico que resuena con su carga simbólica: los cerdos no pueden mirar al cielo. Su anatomía se lo impide. Encerrados en su condición terrenal, con el hocico siempre hundido en lodo y desperdicios, representan una existencia condenada a lo mundano, incapaz de aspirar a lo divino.
El mito de Circe en la Odisea de Homero refuerza esta idea. La hechicera transforma a los compañeros de Odiseo en cerdos después de que estos se entregan sin resistencia al vino y los placeres de la carne. Su conversión no es solo un castigo, sino una manifestación de lo que realmente son: hombres que han renunciado a la razón en favor de sus instintos más bajos. Solo Odiseo, con la protección de Hermes y su astucia, evita compartir el destino de sus hombres. Como en las prohibiciones religiosas, la metamorfosis en cerdo es una advertencia: caer en la complacencia y el exceso es perder aquello que nos separa de los animales.
La historia y lo simbólico ha sido cruel con los cerdos, pero quizá su castigo no es solo religioso o cultural. Tal vez son un recordatorio de que en la carne hay memoria, que en los ojos de los animales puede esconderse el eco de nuestras propias condenas, y que, al final, lo que nos repele no es su "suciedad", sino nuestra propia sombra que se refleja en sus inquietantes ojos.