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A través de su lente, Gisèle Freund no solo capturó rostros, sino las almas literarias y filosóficas de una época, revelando cómo la identidad trasciende el retrato.

En los retratos de Gisèle Freund, la imagen es mucho más que un testimonio visual: es una ventana a la psique de quienes se dejaron capturar por su lente. Freund, nacida en Berlín en 1908, más que sólo fotógrafa, una socióloga de la luz y la sombra, capaz de desentrañar las profundidades filosóficas y literarias de sus retratados.

Exiliada en París en 1933 debido a su origen judío y su afiliación a grupos comunistas, Gisèle Freund comprendió que un retrato no es una simple captura de la apariencia: es una narrativa discreta. En cada imagen, hay un río escondido de ideas, un paisaje mental que sus “modelos” –escritores como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda y artistas como Frida Kahlo– revelan sin palabras al inconsciente.

Lo que hace tan especiales sus retratos, especialmente durante su estancia en América Latina en las décadas de 1940 y 1950, es cómo Freund logró captar el pensamiento que flotaba mientras el obturador de su cámara permanecía abierto. En las miradas y cuerpos de estos célebres personajes, hay más que una pose; hay un momento detenido donde la filosofía y la personalidad se funden en un momento para una sola imágen. 

En cada disparo de su Leica, Freund parecía retratar no sólo un rostro, sino un instante del alma. Como si, al observar a través del visor, ella también vislumbrara las palabras y pensamientos  aún no escritos.

Su legado no radica solo en documentar la apariencia de los intelectuales de su tiempo, sino en recordarnos que la identidad también es una construcción que llega a lo visual. Que la filosofía y la literatura también habitan y se plasman en los gestos y las texturas de la piel. En las fotografías de Gisèle Freund, cada retrato es una pregunta abierta: ¿Qué palabras y pensamientos nacían cuando el flash tocó la mirada?

Ortega y Gasset, Paris, (1939).