La resurrección informática de los muertos y el ordenador cósmico de Frank Tipler
Ciencia
Por: Alejandro Massa Varela - 01/09/2025
Por: Alejandro Massa Varela - 01/09/2025
El físico matemático y cosmólogo estadounidense Frank Jennings Tipler es uno de los teólogos más heterodoxos e incómodos con los que uno puede aventurarse a pensar.
También en uno de los teóricos más complejos y más criticados por la academia internacional, a veces calificado de pseudocientífico. El mayor problema de su perspectiva es que, al ser sobre el fin de todas las cosas, queda solo en una especulación osada y fina llena de problemas. Y es que, como teólogo, ni siquiera cree en Dios, sino en la posibilidad, en el fin de Dios. Sin embargo, para Tipler, que este objeto de fe no haya existido antes del Big Bang, no implicaría que no exista ahora mismo porque el universo no es, si no, su propia conclusión.
Su libro de 1994 La física de la inmortalidad se convirtió en un bestseller de divulgación científica que, a través de la cosmología moderna, pormenoriza su panteísmo utópico, a su Dios en pleno desarrollo y una teoría sobre un mecanismo para la resurrección.
Tipler se atreve a proponer nada menos que una reunificación definitiva de la ciencia y la fe. La teología y, sobre todo, la escatología de las religiones, seguirán siendo vigentes solo si pasan a ser una rama de la física, y solo podrán salvarnos factualmente como una física aplicada, una religiosidad tecnológica para conseguir la “Theosis” del universo o a un Dios, a un Espíritu Santo o Espíritu Puro panteísta e informático que procesará un Cielo:
A lo largo de la historia de la humanidad, la preocupación central de la religión ha sido el interés propio del ser humano. En la tradición judía cristiana e islámica, toda moralidad se ha obtenido a partir de oraciones declarativas del tipo “no matarás, irás al infierno si lo haces”, y en la tradición hindú y budista del tipo “si lo haces nacerás como una cucaracha”. En ambos casos, la apelación es a la física, no a postulados morales fundamentales.
Esto implica también resucitar a los muertos, pero no a través de la carne o bajo la consideración de que somos existencias duales, almas que necesitan un cuerpo o “fantasmas en una máquina” que habría que reactivar. Tipler piensa que somos, más bien, una suerte de “pauta individual” que no depende de un cuerpo perecedero de manera ontológica, sino de la información detrás de ese cuerpo y que podríamos entender como lo que ha sido nuestra vida:
¿Por qué no adoptar el postulado de la vida eterna, al menos como hipótesis de trabajo?
Toda la especulación sobre el futuro de Tipler depende, por eso mismo, de este “reduccionismo ontológico”, es decir, de su definición de “ser humano” o de “persona” como un objeto de la mecánica cuántica que puede ser descripto y reproducido con perfecta exactitud con 1045 bits. Su idea de resurrección es ver como posible reprogramar el programa que fue un determinado muerto o recrear las pautas de todos los individuos como una comunión de los santos artificial, un producto sobrenatural, y, a la vez, física, un producto del universo:
Podemos considerar el alma humana como una forma de programa informático, un programa que se ejecuta en una computadora húmeda que llamamos cerebro humano.
Esta inmortalidad digital será posible en un futuro lejano gracias a programas informáticos cosmológicos y cosmogónicos. Es necesario un salto tecnológico inconmensurable y al final de todas las cosas, dado que las vidas humanas basadas en el carbono son incapaces de sobrevivir a largo plazo. Por eso mismo, nuestra alma, cuerpo informático o identidad digital, así como la cultura humana, necesitarán de “sondas nanotecnológicas” como portadores. Un concepto postulado por impulsores de la física cuántica como Richard Feynman y Von Neumann. Sin embargo, esta tecnologización se convertirá en el destino de todo el universo, porque la emergencia de la vida inteligente se adueñará para siempre de todas sus posibilidades, y la materia impersonal, indiferente y ajena a la vida se hará una misma inteligencia superdotada.
Y como esta colonización universal de la inteligencia es imposible para mujeres y hombres de carne y hueso, para las hijas y los hijos de Eva y Adán, se necesitará del “Logos”, de un Cristo dentro de este panteísmo, del proceso para convertirnos en una “superinteligencia” vía máquinas creadas por nosotros que en el futuro habrán superado el “test de Turing”. Es decir, para Tipler es posible crear “inteligencias artificiales fuertes” que podrán emular y superar todas nuestras capacidades de aprendizaje y procesamiento de información, por lo que, en algún punto de la evolución tecnológica, su conducta será la de una humanidad perfeccionada.
La vida no es, entonces, un episodio más en la trama universal, sino una soberanía que se expandirá hasta absorber la virtualidad toda del cosmos, perdurando, al perder su estado biológico actual, mucho después de que este planeta haya desaparecido, por los siglos de los siglos. En opinión de Tipler, su expansión por el universo entero ocurrirá en unos cuantos millones de años, una vez que sea posible organizar toda la materia para crear y ser ese Cristo.
En muchas religiones orientales e indígenas, especialmente en el Hinduismo, el Taoísmo y el Budismo, “Dios” no es un creador juez que vive en su Cielo, sino la inteligencia suprema de una realidad indivisa, su propio sustentador, el “Brahman” impersonal hindú, el camino del “Tao” taoísta y la mente o la naturaleza de Buda en la corriente Chan o Zen.
La gran escatología de Tipler es un “punto Omega” que acumula todas las formas de existencia posibles o matemáticas como información. En esa distancia inimaginable para nosotros ya existe lo que las religiones adoran como un Dios perfecto, una computadora con capacidades ilimitadas de procesamiento. Un Dios que ya es porque, en ese tiempo del final, se habría vuelto el infinito al contener información infinita, informáticamente al universo:
Lo que sucede en el universo y el multiverso hoy está determinado por el objetivo que se ha fijado para el universo y el multiverso en el futuro lejano.
En términos físicos, ese Dios sería una “función de onda universal” o “wavefunction”, una entidad básica en la interpretación de los muchos mundos de la mecánica cuántica:
En mecánica cuántica es completamente correcto decir que la evolución del universo está determinada no por cómo empezó en el Big Bang, sino por el estado final del universo. Cada etapa de la historia universal, incluida cada etapa de la historia lógica y humana, está determinada por el objetivo último del universo. Y si el estado final universal es de hecho Dios, entonces cada etapa de la historia universal, cada mutación que ha ocurrido u ocurrirá en cualquier ser vivo, está determinada por la acción de Dios.
Ya en el siglo XIX, el filósofo y futurólogo cristiano Nikolai Fyodorov se atrevió a pensar, más o menos de manera tan incómoda como Tipler, que la resurrección cristiana o musulmana en un Cielo, si es que no existe, podría y debería ser creada en un mundo distante. Conseguir la inmortalidad, e incluso recordar y resucitar a los muertos por todos los medios posibles que hoy no disponemos, supondría un acto compasivo de las futuras generaciones, el único verdaderamente necesario. Cruzar ese puente de la esperanza sería, además, una decisión científica.
En Pijama Surf te invitamos a criticar o a apreciar mejor esta perspectiva de Fyodorov y de Tipler.