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La familia es el laboratorio donde se forma el tipo de relaciones que experimentaremos a lo largo de la vida

En años recientes, el adjetivo “tóxico” ha ganado cierta presencia mediática para hablar de las relaciones humanas que por distintas razones contribuyen al malestar subjetivo. Aunque en un primer momento eso pueda parecer extraño o contradictorio (que una relación nos haga sentir mal), lo cierto es que es más común de lo que solemos aceptar. 

De hecho, con cierto ánimo provocador podríamos pensar que no hay relación humana sin conflicto pero, en todo caso, la pregunta que cada persona enfrenta es qué hacer al respecto. ¿Resignarse y padecerlo? ¿Cortar esa relación? ¿Quejarse? ¿Llegar a un acuerdo para cambiarla? Y quizá las cosas puedan ser sencillas cuando se trata de una relación que no nos importa mucho o a la cual no nos unen lazos tan estrechos, ¿pero qué pasa cuando esa “toxicidad” se encuentra en la relación que sostenemos con nuestro padre o nuestra madre, con la pareja o con un amigo a quien sentimos que queremos mucho? ¿Allí también es fácil actuar?

Como se sabe bien, la familia es el papel sobre el cual se trazan muchos de los caminos emocionales que el sujeto seguirá a lo largo de su vida. “Infancia es destino”, dicen algunos, y por más que nos rebelemos ante esta idea, en la mayoría de los casos resulta ser tan cierta como las verdades más obvias.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la influencia que los años de infancia tienen sobre nuestra vida? Hay al menos dos fuertes motivos para ello. El primero, la manera en que entendemos las cosas cuando somos niños, con los recursos propios de la infancia, de una persona recién llegada al mundo y que nada sabe de la vida humana. El segundo motivo, la dependencia también propia de la infancia, que eventualmente y por momentos toma los rostros distintos del apego, la necesidad, el capricho y también los del deseo y el amor. Crecemos y nos formamos en el equívoco constante, pero las condiciones particulares de la infancia nos hacen experimentar todo ello con cierto idealismo pero también con cierta fatalidad, como si hubiera sido la mejor época de nuestras vidas.

Con todo, como toda relación, también aquella que nos une con nuestra familia tuvo sus fallas, sus errores, sus contradicciones. Sólo que justamente por el lugar primordial que tienen en nuestra formación, en el caso de los vínculos que nos unen con nuestra familia puede ser hasta cierto punto necesario realizar el trabajo que nos permita reconocer dichas contradicciones y pasar a otra cosa en nuestra vida.

En ese ánimo, compartimos ahora algunos signos que identifican a un ambiente tóxico familiar, pasado y muy probablemente también presente. Vivas o no con tu familia, quizá estas indicaciones te permitan reflexionar sobre los hábitos emocionales y de comportamiento que aprendiste en el seno familiar y que quizá valga la pena reconsiderar.

 

Estando con tu familia te sientes siempre triste, enojado o aburrido

Al criar a un niño o una niña, una de las inclinaciones más tentadoras para los padres es ejercer limitaciones fuertes y constantes. Esto puede hacerse de distintas formas, pero las más comunes suelen ser la severidad y la manipulación por medio de la culpa. Con el tiempo, esto puede hacer que el niño pierda la confianza de actuar libremente, según su propio juicio y su deseo, pues ha aprendido que todo lo que hace es motivo de reprimenda o de reproche.

Siendo adultos, una forma de reconocer este pasado familiar es si emociones como la tristeza, el enojo, el aburrimiento, el vacío e incluso cierta fatiga se presentan al estar en compañía de la familia.

 

Puedes reconocer rasgos infantiles en tu comportamiento

Mucho de lo que fuimos de niños sobrevive en la edad adulta e incluso más allá. Esto es hasta cierto punto previsible, dada la importancia que la infancia tiene en nuestra vida. Sin embargo, puede ser un rasgo más elocuente cuando se trata de comportamientos que parecen calcados de nuestros años infantiles. 

Hacer berrinches, tener miedo de otros adultos, carecer de cierta responsabilidad mínima en cuestiones como la salud o el dinero, son algunos ejemplos de conductas inmaduras que sugieren una infancia en la que los padres ejercieron un gran control sobre la vida de sus hijos y encontraron dificultades para entender y manejar su crecimiento.

 

Te causa mucha ansiedad no tener el control de las cosas

Hasta cierto punto es natural y comprensible que en la crianza de un niño o una niña intervenga el miedo. Después de todo, la cría del ser humano nace tan frágil y desvalida que más bien es increíble que nuestra especie haya encontrado los mecanismos para sobrevivir.

El problema es que algunos padres hacen de ese miedo la piedra angular de la relación con sus hijos y, para lidiar con él, recurren consciente o inconscientemente al control estricto de su comportamiento. Las cosas que el niño hace, las que dice, los temas en los que se interesa, los amigos que tiene, los lugares donde pasa su tiempo y, eventualmente, el dinero del que dispone, sus gastos, su manera de vestir, etc. El ansia de control es como esas plantas enredaderas que son capaces de crecer hasta ahogar cualquier superficie.

En el caso del hijo o la hija, este tipo de crianza puede derivar a su vez en emociones asociadas con la ansiedad que surgen justamente cuando se piensa que no se tiene el control de una situación. Es decir, se trata de adultos que pueden experimentar enojo, intranquilidad, desesperación o alguna otra emoción afín cuando hay algo en sus vidas que sienten que no pueden controlar.

 

En tu familia la crítica es constante

Hay familias en las que se vive un ambiente de crítica constante (quizá también de una manera involuntaria). Como en el caso del control, la crítica puede estar dirigida a prácticamente cualquier aspecto de la vida del hijo, en cualquiera de sus etapas. 

Este rasgo suele acompañar a los padres que tienen dificultades para aceptar puntos de vista distintos al suyo y en general para reconocer en el hijo una persona autónoma, con su propia manera de ser y estar en el mundo.

 

Sientes que tienes que ocultar lo que eres

Antes hemos hablado de una crianza basada en la crítica, la limitación, la reprimenda y la culpa. En algunos casos, estas y otras formas de querer educar a los hijos provocan cierta inclinación a “ocultar” la espontaneidad propia, de entrada con la familia (por temor a ser criticado, reprimido, etc.), pero también en otros ambientes. De hecho, ciertos rasgos que podrían identificarse con la timidez, la reserva, la discreción y otros, podrían estar relacionados con este pasado infantil. 

 

Tiendes a subestimar tus emociones

Si creciste en una familia donde la vida emocional fue tratada siempre con sospecha y como asunto de poca importancia, es posible que te hayas habituado a menospreciar tus propias emociones y aun en tu vida adulta sientas resistencias para reconocer lo que sientes y experimentas y, por supuesto, para ponerlo en palabras y expresarlo contigo mismo o a otras personas.

 

Te cuesta hacerte cargo de ti mismo

Como hemos explicado en otra publicación, la madurez emocional se trata sobre todo de hacerse responsable de la existencia propia. Crecer es de alguna manera dejar atrás esa necesidad de que otros se hagan cargo de las necesidades personales y, en cambio, actuar para obtener lo que se desea. El cuerpo, la salud, el dinero, la satisfacción personal (en sus distintos aspectos), el sexo y en general las relaciones con el otro, el cuidado personal, la responsabilidad emocional, son algunos de los varios elementos que hacen falta en una vida plena pero que, llegado el momento, cada persona es responsable de buscar. 

Si consideras esto una tarea abrumadora a la cual te muestras renuente, ello puede ser signo de haber crecido en una familia no sólo sumamente protectora, sino una en la cual aprendiste a censurarte.

 

¿Qué hacer al respecto?

Fija ciertos límites

Puedes comenzar por fijar límites con tu familia, en todos los aspectos que creas conveniente. Defiende con argumentos tu derecho a pensar y actuar a tu manera, a tener tu propia identidad e incluso a tener tus propios errores. Traza los límites con tu tiempo, tus ocupaciones, tus gustos, tus espacios, tus relaciones, etc. Todo ello tomando en cuenta también las condiciones en las que te encuentras.

 

Experimenta otro tipo de relaciones

Como decíamos antes, la familia nos da el modelo de las relaciones que experimentamos después en la vida, pero también es cierto es que el universo de los vínculos humanos es mucho más vasto que eso. 

Atrévete a dejarte querer de otras maneras, a relacionarte con personas con otro tipo de historias de vida, a entablar relaciones en medios que no te son necesariamente conocidos y en los que quizá de inicio no te sientes a gusto. 

Si lo haces con cuidado y responsabilidad, es muy probable que tu visión se expanda y descubras otras emociones y otras experiencias.

 

Piensa que no vas a vivir siempre con tu familia

¿Qué pasará el día en que tus padres falten? Esta pregunta puede parecer un poco tétrica y sin duda asustará a muchos, pero esa justamente es la intención, no tanto por despertar el temor a la muerte de alguien a quien amamos, sino más bien para suscitar la reflexión sobre los vínculos de dependencia que nos unen a la familia (y a veces también a otras relaciones que tejemos en imitación a las familiares). 

 

Intenta ser más independiente

Busca maneras de salir del círculo familiar, pero al mismo tiempo no te dejes engañar por las alternativas más obvias. Hay personas que pueden vivir a cientos o miles de kilómetros de su padre o de su madre y aun así estar, simbólicamente, bajo el techo familiar. 

Si bien la independencia material es indispensable (mudarse, tener un trabajo que te permita subsistir, etc.), también es necesario hacer el esfuerzo de desaprender aquellas ideas y hábitos recibidos en la infancia y que quizá ya no son útiles en la vida adulta. En otras palabras, también es necesario trabajar por la independencia emocional.

 

¿Qué te parece? ¿Cuál ha sido tu experiencia con las relaciones tóxicas y qué relación crees que tienen con tu pasado familiar? No dudes en dejarnos tu opinión en la sección de comentarios de esta nota o a través de nuestros perfiles en redes sociales. Tu punto de vista enriquece estos artículos.

 


También en Pijama Surf: Corregir los errores de los padres: un paso necesario para una vida en libertad

 

Artículo publicado originalmente el 16 de julio de 2019, actualizado el 20 de octubre de 2020 por su relevancia y como parte de la revisión del Archivo Pijama Surf.

 

Imagen de portada: Festen, Thomas Vinterberg (1998)