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La tecnología, de la mano del poder económico y científico, se ha convertido en el dogma y en la esperanza de trascendencia de nuestra época

Es posible que la gran religión mundial de nuestra época sea la tecnología, la fe en que la tecnología nos liberará, nos hará más inteligentes, más ricos e incluso nos permitirá superar la muerte. Esta fe, según sugiere David F. Noble en su libro La religión de la tecnología, lleva existiendo e in-formando desde dentro al desarrollo tecnológico desde hace más de un milenio, aunque hoy en día es más radical y evidente. Los primeros científicos buscaron entender a Dios y su "plan divino", mientras que nuestros ingenieros actuales más avanzados buscan imitar a Dios, hacerse sus iguales e incluso copiar la Creación. Los grandes descubrimientos científicos y los grupos de poder que los han fondeado se concebían de manera grandilocuente por encima de la naturaleza, siguiendo la visión cristiana tergiversada por el poder de la Iglesia, dirigiendo el destino del mundo y avanzando hacia un punto Omega, ya sea el milenio, el Apocalipsis, el cielo... y actualmente, la Singularidad. Es por ello que los grandes avances tecnológicos pueden entenderse como "tecnologías de la trascendencia", dice Noble, algo que puede apreciarse perfectamente en el movimiento transhumanista actual, encabezado por Ray Kurzweil y los fundadores de Google, entre otros.

Dice Noble que la religión de la tecnología se basa en "la promesa milenarista de devolver a la humanidad su perfección original de semejanza divina", la cual nunca fue realmente ecuménica, sino "una expectativa elitista, reservada únicamente para los elegidos: unos 'pocos afortunados'". En su conclusión, Noble argumenta que no son sólo los creadores de la tecnología y la ciencia y sus fondeadores los que defienden esta religión de las máquinas, pues los ciudadanos promedio también han caído en el hechizo de este dios materialista:

Pero no sólo son aquellos que practican la religión de la tecnología los que están así sacudidos. Con mil años en su haber, esta religión se ha convertido en un hechizo colectivo, no sólo de los diseñadores de la tecnología, sino también de aquellos que están atrapados y embelesados por sus diseños cuasi divinos. La esperanza de la salvación final a través de la tecnología, sin importar los costos humanos y sociales inmediatos, se ha vuelto la ortodoxia tácita, reforzada por un entusiasmo masivo por lo novedoso estratégicamente inducido por el marketing y avalado por un anhelo milenarista por nuevos comienzos.

Esta fe popular, subliminalmente consentida e intensificada por los agente de las corporaciones, los gobiernos y los medios, inspira una deferencia sobrecogedora hacia los profesionales y hacia sus promesas de liberación mientras que se diverge la atención de cuestiones más urgentes. Así, se permite un desarrollo tecnológico irrestricto, sin ningún escrutinio muy serio o supervisión --sin verdadera racionalidad--. Los llamados a la razón y a la reflexión sobre el ritmo del desarrollo y el propósito, a una evaluación sobria del costo-beneficio --incluso a la evidencia del valor económico o de las ganancias sociales-- se desestiman como irracionales. Desde dentro de la fe, cualquier crítica parece irrelevante e irreverente.

Veinte años después de Noble, Yuval Noah Harari escribiría Homo Deus, donde notaría este mismo impulso de usar la tecnología no solo para perseguir un sueño deificante, sino para trazar una división entre aquella élite empoderada por la tecnología y el capital y el resto de la humanidad. El ser humano empieza dejar de imaginar cualquier tipo de solución a su situación actual (sea el cambio climático o la muerte) que no sea una solución tecnológica. Su imaginación se constriñe al mecanismo y a la ideología instrumental de la tecnología dentro del modelo del capitalismo digital corporativo.

Existen diversas formas en las que la tecnología puede entenderse como una religión. Una de ellas es un impulso mediatizado por la tecnología hacia buscar la trascendencia, o más aún, hacia escapar del planeta que estamos destruyendo con nuestra tecnología. Otra de ellas es el dogma de defender el materialismo tecnocientífico como única vía válida de desarrollo de conocimiento. Otra más es la tecnología y su alianza económica con el entretenimiento como un nuevo "opio del pueblo". Hace unos años, un grupo de investigadores descubrieron que la sensación que tienen las personas cuando interactúan con sus gadgets es similar a la de las personas muy religiosas. Los investigadores compararon resonancias magnéticas del cerebro de fanáticos de una marca de computación y de personas que se autodenominaron como "muy religiosas" y llegaron a la conclusión de que Apple y la religión activan la misma zona del cerebro. Esto sugiere que los gadgets de Apple provocan las mismas sensaciones y reacciones en las personas que la religión.

Por supuesto, la tecnología puede usarse para hacer cosas buenas y en ocasiones se utiliza para ello. Pero lo importante es notar no el mensaje, como dijera McLuhan, sino el medio en sí y el hecho de que la tecnología en sí misma está incrustada dentro de una ideología, dentro de una estructura de producción y dentro de una concepción ética que hace que no sea, como notó Heidegger, nunca neutral. 

Es necesario tomar en cuenta esto y reflexionar sobre nuestra forma de relacionarnos con la tecnología o incluso sobre nuestra forma de relacionarnos con el mundo a través de la tecnología, lo cual ya es un hecho inquietante en sí mismo.

 

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