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El Homo Sapiens sueña con convertirse en el Homo Deus con un pequeña ayuda de sus amigas las máquinas; pero esta tecnoinmortalidad conlleva el más alto peligro.

 

Nunca ha habido un tiem­po en el que yo no estuviera, ni tú, ni estos jefes de hombres; y, en verdad, nunca ha­brá un tiempo en el que no existamos más.

-Bhagavad Gita

Rige el cerebro, porque el alma abdica. 

Spengler, La Decadencia de Occidente

 

Los grandes emprendedores de la humanidad en la actualidad pregonan los extraordinarios logros que hemos alcanzado como especie. El ser humano cada vez vive más tiempo, cada vez menos personas mueren de hambre, cada vez hay menos muertes violentas y en general hay más riqueza -claro que los mismos que pregonan estos logros acaparan gran parte de ésta. Y no suelen mencionar que pese a estos innegables avances, hay cada vez más desigualdad, la gente en general no es más feliz que antes -y el pequeño detalle de que pronto habremos destruido gran parte de la vida del planeta.

De cualquier manera un grupo de élite de hombres de negocios, científicos  e ingenieros, muchos de ellos CEOs de empresas de tecnología, considera que hemos llegado a un punto en el cual podemos empezar a pensar en nuevas fronteras. Viajar a las estrellas para poblar un nuevo planeta -el plan de emergencia para cuando destruyamos este- lograr la superinteligencia, la inmortalidad e incluso la divinidad. Yuval Noah Harari, en su libro Homo Deus, uno de los grandes bestsellers de los últimos años y especialmente popular en Silicon Valley, argumenta que en los siguientes años la clase multimillonaria pondrá su dinero y su esfuerzo en alcanzar tres cosas fundamentalmente: la dicha (la felicidad permanente), la inmortalidad y la divinidad. El paso del Homo Sapiens al Homo Deus. Personas como los dueños de Google con su financiamiento del trabajo de Ray Kurzweil (el profeta del transhumanismo), Elon Musk, Peter Thiel y otros (en realidad la mayoría de Silicon Valley está en el barco), ya hoy apuestan por las ideas del transhumanismo y de lo que Noah Harari llama "el dataísmo": una tecnorreligión en la que lo que antes era llamado "espíritu" es substituido por  la "información" y la "voluntad" (humana o divina) por los "algoritmos". Una apuesta a la tecnología para liberarnos de todos los males, e incluso sustituir la débil carne y mente humana con una versión superior. El Homo Deus, dice Noval Harari, será al Homo Sapiens lo que el Homo Sapiens ha sido para casi todos lo demás seres vivos.

El Homo Deus cobrará realidad utilizando "la ingeniería genética, las nanoteconologías y las intefases cerebro-computadora", dice Noah Harari. Ray Kurzweil habla de la singularidad, el punto crítico exponencial en el que tanta información y tanta capacidad de procesamiento se transformará en dios o algo así. Explica Noah Harari.

Para alcanzar la inmortalidad, la dicha y los poderes divinos de la creación, necesitamos procesar cantidades inmensas de datos, mucho más allá de la capacidad del cerebro humano., De modo que los algoritmos lo harán por nosotros. Pero una vez que la autoridad pase de los humanos a los algoritmos, los proyectos humanistas podrían volverse irrelevantes.

Lo que caracteriza a este grupo de emprendedores que sueñan con paraísos postbiológicos de silicio es su riqueza económica y su ocio especulativo materialista. Son algunos de los hombres más ricos de la historia de la humanidad, en el momento histórico de máxima secularidad. La idea de la inmortalidad tecnológica es la proposición última del materialismo. Aunque la inmortalidad que se contempla es una de pura información, de conciencias descarnadas o reencarnadas como algoritmos, está predicada necesariamente en el supuesto de que no existe la vida después de la muerte; la realidad material es lo único que existe  -o en todo caso nuestra mente no es capaz de saber esto, pero la hiperinteligencia artificial tal vez sí. El tecnohumanismo es el culmen del materialismo científico. Es sólo con esta visión que se justifica que pongamos todos nuestros huevos en la canasta de las máquinas.

El tema es que, como sugiere Yuval Noah Harari, en esta empresa aparentemente noble por la inmortalidad y la erradicación del sufrimiento hay mucho que perder. Además de que obviamente, de conseguirse, no parece que será una inmortalidad "democrática" o incluyente, no se ha considerado tampoco el hecho de que no conocemos realmente lo que es la conciencia -la cual es llamada "el problema duro de la ciencia", porque aunque hemos logrado sondear cuerpos celestes a millones de años luz, no hemos podido formular una teoría coherente de qué es la conciencia y por lo tanto de quién somos. Este hecho hace que palidezca toda la empresa científica y es una especie de traición al dictum del óraculo de Delfos en el cual se basó la filosofía antigua, que es a fin de cuentas la madre de la ciencia. Como dijo el escritor Roberto Calasso en una entrevista con la TV italiana:  "Nuestro mundo ha sido genial en inventar prótesis. Prótesis siempre más grandes, prótesis más pequeñas, siempre más útiles y potentes, pero se ha ocupado demasiado poco de quién inventaba la prótesis". Y McLuhan advirtió que la tecnologías, los medios de comunicación conllevan el riesgo de que al aumentar y extender por el mundo nuestros sentidos -a través de prótesis-  llegan a amputar nuestras propias facultades.  El maestro de meditación Alan Wallace ha comparado las técnicas meditativas indotibetanas basadas en el "samadhi" o concentración-pacificación de la mente con un telescopio Hubble de la mente. Un telescopio subjetivo que yace allí en el interior oxidado y olvidado ante el encandilamiento que produce ese poderoso ojo externo de realidades aparentemente objetivas.

Ahora bien, esta idea de buscar la inmortalidad con la riqueza material ya fue discutida (y desestimada) hace más de 2,500 años en India. En una ocasión Yajnavalkya, autor de la Brhadaranyaka Upanishad, estaba por renunciar al mundo para ir al bosque a llevar una vida meditativa en busca de la liberación (la inmortalidad o la fusión en el ser universal o Brahman). Antes de convertirse en un vanaprastha, debía resolver las cosas mundanas por lo cual iba a dividir sus posesiones entre sus dos esposas. Una de ellas, Maitreyi, le preguntó "¿En verdad, noble señor, si todo este mundo lleno de riqueza fuera mío, alcanzaría así la inmortalidad?"  "No", dijo el sabio Yajnavalkya. "Tu vida sería como la vida de los ricos. De la inmortalidad, sin embargo, no hay esperanza en la riqueza". Entonces Maitreyi le pidió al sabio que le enseñará la naturaleza del ser o Atman, admitiendo así que esta enseñanza era más valiosa que toda la riqueza material. Porque quien conoce el Atman, quien conoce su verdadero sí mismo, se convierte en el todo, y el todo es pura dicha -ya que cualquier sufrimiento, cualquier miedo sólo existe cuando uno se concibe como separado, solo ante un mundo de otros.

Para los antiguos era evidente que la riqueza material no conducía a la inmortalidad, porque obviamente uno no se puede llevar consigo las posesiones materiales más allá del umbral de la muerte, al contrario, éstas nos atan al mundo y nos distraen de la contemplación pura de la luz de la conciencia, la subjetividad inmutable y trascendente dentro del mundo del cambio. Asimismo, el conocimiento no podía ser divorciado de la ética: la conducta moral era la base que daba estabilidad a la mente y que permitía que ésta se depurara para poder, entonces sí, conocer la realidad. Hoy se piensa completamente distinto, son sólo estas posesiones, estas riquezas, estas extensiones, las que tal vez nos puedan dar más vida, ya que en nosotros no hay nada, ninguna chispa divina o alma, somos sólo un saco de carne y huesos en un universo sin otro significado o propósito que el que nosotros le demos. 

Quizás deberíamos recordar estas profundas enseñanzas (Calasso, por su parte, recomienda a los científicos que tienen tantos problemas para entender qué es la conciencia que lean Las Upanishad). Toda la tradición filosófica y religiosa de la India se fundó en la noción central de que la inmortalidad es algo latente en el ser humano, requiere solamente del verdadero conocimiento de sí mismo. Enseñan que, de hecho, la inmortalidad no es más que la verdad, el estado de la conciencia libre de oscurecimientos o velos (siendo el principal de estos velos el pensar que es sólo su cuerpo o su cerebro). Algo que obviamente se dice más fácil de lo que se hace. Pero los hombres védicos realmente no se dedicaron a mucho más que esto. No se interesaron por el poder mundano sino por una cierta ebriedad o claridad de la conciencia. Fueron los primeros psicólogos. Pero no de las patologías humanas, sino de lo que se ha llamado en la actualidad los "estados mentales supernormativos". Numerosos psicólogos y psiquiatras han aceptado en los últimos tiempos que casi no conocemos nada de los estados de armonía, claridad, concentración y éxtasis de la mente y de sus potenciales; lo que conocemos científicamente y no del todo bien, son los estados patológicos. Yuval Noah Harari sostiene que de la misma manera que sólo vemos un pequeño rango dentro del espectro de la luz, igualmente hay un enorme rango dentro del espectro de la mente que no conocemos y por lo tanto no sabemos realmente hasta dónde puede llegar nuestra conciencia.¿Cuál es el equivalente a la luz ultravioleta en la conciencia? ¿Cuál los rayos cósmicos? Y, ¿en qué podemos convertirnos sólo con esa conciencia? Puesto que tal vez la conciencia sea tan fundamental o más que la materia en el universo. Los sabios de los Upanishad creyeron que la luz de la conciencia era todo -lo real inmutable- y que al descubrir esto, que es equivalente a conocerse a sí mismo, uno dejaba de existir como un yo individual y se convertía en todo. Es decir, en la conciencia o alma de todos los seres. La luz con la que se encienden todas las luces.

En este punto se dividen las aguas: la proposición de las tradiciones contemplativas que hoy nos parece tan radical: la inmortalidad libre de todo sufrimiento existe, es la propia luz de la conciencia, es una realidad que debe solamente reconocerse para experimentarse -porque saber es ser (en sánscrito la misma palabra, sat, significa "verdad" y "ser"); y la idea tecnohumanista de que no hay nada más que esta breve existencia en un cuerpo, la cual, sin embargo, puede ser prolongada y superada transformándonos en un patrón de información que pueda durar tanto tiempo como un sol o hasta una galaxia. Esta visiones son difíciles de reconciliar. Lo que es indudable es que el hombre busca la inmortalidad de alguna u otra forma. Para tradiciones como el hinduismo o el budismo en realidad nada que no es de entrada inmortal puede alcanzar la inmortalidad; en realidad ya somos inmortales y vagamos de cuerpo a cuerpo en la ignorancia de nuestra propia naturaleza. De todas maneras llegará un día en el que alcanzaremos esa inmortalidad consciente que está libre de todo nuevo nacimiento. Pero en el proceso podrá haber un largo y sufrido desvío. Tal vez los transhumanistas son como los dioses (devas) -los reyes del samsara- que se describen en los textos budistas, seres que alcanzan estados de gran dicha en cielos que son como mundos de realidad virtual hechos para cumplir todos sus deseos. Que viven eones en samadhi disfrutando de su buen karma, pero que eventualmente deberán de enfrentar la realidad de la existencia y tendrán que conseguir esa ansiada inmortalidad a través del conocimiento de sí en la experiencia encarnada (y caer desde tan alto duele más). Cada uno de nosotros debe de alcanzar ese estado de libertad y dicha por sí mismo; ni siquiera un dios o un robot pueden hacerlo por nosotros.

Twitter del autor: @alepholo

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