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Philip K. Dick imaginó un mundo en el que lo humano y lo artificial se mezclarían de tal forma que sería sumamente difícil distinguir qué es lo real -y con esto correríamos el riesgo de perder nuestra más auténtica identidad-

Entre otras cosas, el 2017 será recordado como el año en el que entró a la conciencia colectiva la noción de que nuestra apuesta por la tecnología digital y sus riquezas nos podría estar llevando hacia un derrotero en el que la verdad es cada vez más difícil de distinguir -el mundo de las fake news y las burbujas de filtro- y donde algunas de nuestras facultades humanas más preciadas están siendo puestas en entredicho por la necesidad de la nueva economía de captar o robar nuestra atención. En los últimos meses hemos visto cómo resurge la noción de que estamos viviendo en una distopía -aunque no como la de Orwell, acaso más como la de Huxley, quien sugirió que el control iba a ser, más que a través de la represión, a través de la distracción y el entretenimiento insignificante-. Henry Farrel, en un ensayo en el Boston Review que ha generado mucha discusión en Internet, sugiere que más bien estamos entrando en el mundo que anticipó Phillip K. Dick en sus novelas y cuentos. Dick, por supuesto, es el autor de ciencia ficción que más relevancia ha cobrado en nuestra época -ganando una fama póstuma que ha visto cómo muchas de sus historias se convierten en películas y series de gran éxito comercial-. 

Al menos por el momento, estamos en una fase en la que si bien estamos otorgando poder y confianza a la tecnología para que resuelva nuestras vidas, nuestras máquinas y algoritmos aún cometen muchos errores e interactúan caóticamente con las personas, lo cual genera un predicamento que el lector de las novelas de Philip K. Dick reconocerá como parte de una especie de absurdo cósmico muy peculiar, en el cual se corre el riesgo de confusión fatal. Y es que para Dick no había más grande horror y error que confundir la verdad humana y la verdadera humanidad -que es esencialmente imagen divina- con las simulaciones generadas por computadoras o fuerzas espurias. Como ha notado Jordan Peterson, una de las características esenciales de un estado totalitario -como el estalinismo- es que las personas dicen mentiras y se engañan entre sí todo el tiempo, lo cual es una definición también del infierno. 

No vivimos en una distopía perfecta, en un totalitarismo omnisciente todo-abarcante, sino que vivimos en algo menos inteligible, un mundo "en el que la tecnología se está desarrollando en formas que hacen cada vez más difícil distinguir entre los seres humanos y las cosas artificiales". Y en el que se ha creado una serie de "entidades adaptadas para explotar [ciertos nichos en el ecosistema digital] de manera engañosa". Vivimos en la realidad imaginada o prevista por Philip K. Dick, una realidad que se vuelve espuria, que se vuelve simulacro, que se deshumaniza. Un mundo en el que:

Las grandes arquitecturas comerciales están siendo colonizadas por parásitos casi autónomos. Los estafadores han construido algoritmos para escribir libros falsos desde cero y vender en Amazon, compilando y modificando textos de otros libros y fuentes en línea como Wikipedia, para engañar a los compradores o para aprovechar las lagunas en la estructura de compensación de Amazon. Gran parte del sistema financiero mundial está compuesto por sistemas automatizados de bots diseñados para inspeccionar continuamente los mercados en busca de oportunidades fugaces de arbitraje. Los programas menos sofisticados plagan los sistemas de comercio en línea como eBay y Amazon, ocasionalmente con consecuencias extraordinarias, como cuando dos bots en guerra ofertan el precio de un libro de biología hasta $23,698,655.93 (más $3.99 de envío).

En otras palabras, vivimos en el futuro de Philip K. Dick, no en el de George Orwell o el de Aldous Huxley. Sus mundos imaginarios se juntan con retazos extraños de los años 50 y 60 en una California con cohetes, drogas y especulación social. Dick escribía habitualmente con prisa y por dinero, y a veces bajo la influencia de las drogas o de una revelación religiosa personal reciente y urgente. 

Sin embargo, lo que capturó con genio fue el malestar ontológico de un mundo en el que lo humano y lo abhumano, lo real y lo falso, se confunden.

(Traducción de Chitauri)

Aunque Dick de alguna manera predijo atinadamente algunas cosas particulares -como, por ejemplo, que nuestros teléfonos nos espiarían-, su literatura de anticipación es de otro orden más profundo que imaginar coches voladores o algo así. Como sugiere Erik Davis, las predicciones de Dick no son tanto hechos concretos sino del "tejido de la existencia" y de sus "profundas implicaciones", es decir, el ambiente mismo, la cualidad del tiempo en el que vivimos y los efectos que tiene la tecnología en nuestra humanidad. Dick creó escalofriantes alegorías de la realidad para representar su idea de que vivimos en "una realidad programada informáticamente", algo que atisbó a partir de una serie de experiencias místicas y de su interés por el gnosticismo, la secta mística cristiana que creía que vivimos en un mundo falso que nos oculta la verdad, que el mundo que experimentamos es una especie de proyección holográfica o realidad virtual (el stereoma o la Prisión de Hierro Negro de Dick) que nos impide ver y unirnos con la divinidad subyacente. Dick creía que "las realidades falsas son fabricadas por los medios de comunicación, por los gobiernos, por las grandes corporaciones, por grupos religiosos, por grupos políticos, y el hardware electrónico existe para entregar estos pseudomundos directamente a las cabezas del lector". Este juego de simulacros, en el cual el mismo Marshall McLuhan veía la presencia del mal (donde los entornos informáticos eran "un facsímil del cuerpo místico"), conlleva el riesgo de perder nuestra propia humanidad, la empatía y la conexión auténtica. Como si al volvernos insaciables consumidores de los sueños y las realidades simuladas empezáramos a perder interés en la realidad que existe más allá del velo electrónico y nos volviéramos nosotros también irreales, dejando que el sueño o la realidad falsa invadiera todo:

el bombardeo de pseudorealidades comienza a producir humanos inauténticos muy rápidamente, humanos espurios, tan falsos como los datos que les presionan por todos lados. Mis dos temas son realmente un solo tema; se unen en este punto. Las realidades falsas crearán humanos falsos. O bien, los seres humanos falsos generarán realidades falsas y luego las venderán a otros seres humanos, convirtiéndolas, eventualmente, en falsificaciones de sí mismos. Así que terminamos con humanos falsos inventando realidades falsas y luego vendiéndolas a otros humanos falsos.

Quizás estamos tan envueltos en el ambiente tecnológico de las "pseudorealidades" que no podemos ver lo que sucede -peces en el mar digital que no pueden realmente reflexionar sobre la naturaleza del agua-, como creía McLuhan, el teórico de medios canadiense, quien consideraba que la velocidad de adopción de un nuevo medio era superior a la velocidad de reflexión sobre sus efectos. Así, mientras que nos podía fascinar la forma en que amplificaban nuestros sentidos -por ejemplo, la TV amplifica nuestra visión- no notábamos que también amputaban ciertas funciones cognitivas y sensoriales. Según McLuhan, sólo los artistas eran capaces de darse cuenta de lo que sucedía y de ver en el presente el germen del futuro. Claro que siempre queda la opción de que todo esto sólo es paranoia. Y Philip K. Dick era sumamente paranoico, como el mismo reconocía, pero también ha probado ser genial y preclaro (un paranoico es alguien que sabe algo de lo que está sucediendo, había dicho Burroughs). Lo indudable es que esto nos coloca en medio de un puzzle existencial. Escribe Farrel:

Descubrir qué es real y qué no lo es no es fácil. Herramientas científicas como la famosa prueba Voight-Kampff en Do Androids Dream of Electric Sheep? (y Blade Runner, la película de Ridley Scott de 1982 basada vagamente en ella) no funcionan muy bien, dejándonos con poco más que esperanza en alguna fuerza mística -el I Ching, Dios en una lata de spray, una bruja marciana del agua- para guiarnos de vuelta hacia lo real.

Vivimos en el mundo de Dick, pero con pocas esperanzas de intervención o invasión divina. El mundo en el que nos comunicamos e interactuamos a distancia está cada vez más lleno de algoritmos que parecen humanos, pero son personas falsas generadas por realidades falsas. Cuando Ashley Madison, un sitio de citas para las personas que quieren engañar a sus esposos, fue hackeado, resultó que decenas de miles de mujeres en el sitio eran "fembots" falsos programados para enviar millones de mensajes informales a los clientes masculinos, con el fin de engañarlos para que creyeran que estaban rodeados por un gran número de parejas sexuales potenciales. 

Dick fue un hombre de fe. Lo que caracteriza a nuestra era es justamente la secularidad -la sociedad secular es la religión de nuestros días, ha notado el escritor italiano Roberto Calasso-. La otra religión -o sustitución de la religión- de nuestros días (que está estrechamente ligada a la sociedad secular) es la tecnología o la ciencia. Pero la ciencia y la tecnología por sí mismas no pueden dar sentido o significado a la existencia, sólo proveen descripciones de la naturaleza y herramientas para explorarla o explotarla. Nos enfrentamos entonces a una crisis de sentido que viene desde la llamada "muerte de Dios" vaticinada por Nietzsche, que coincide con la intensificación de la industrialización. El poder divino que el hombre encontraba en sí mismo, en la Iglesia o en la naturaleza se traspola a las máquinas. Las máquinas producen fenómenos que antes nos habrían parecido supernaturales ("la tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia"), pero nos dejan solos para darle sentido a lo que sucede. Actualmente Ray Kurzweil y los fundadores de Google confían en que la inteligencia artificial nos otorgará la inmortalidad, la felicidad absoluta y demás cosas que antes eran vistas como el dominio exclusivo de lo divino. La lectura de Philip K. Dick lo que hace es hacernos sospechar de estas tecnoprofecías y dudar de la forma y agenda con la que se programan estas realidades. En sus novelas abundan entidades cibernéticas, CEOs que han encontrado la inmortalidad o fuerzas cósmicas malignas que engañan y seducen a los seres humanos creando realidades alucinatorias que brindan confort, riqueza, seguridad y demás pero, a cambio de esto, lo que piden es nuestro espíritu -o al menos nuestra cordura-.

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Paradójicamente Dick, el gran arquitecto literario de mundos falsos, en contraste con esta invasión de lo espectral que veía filtrándose por todo intersticio, quería dotar de realidad al mundo. Él vivía cerca de Disneylandia y veía cómo de alguna manera el mundo se volvía una Disneylandia gigante, sin fronteras. Imaginó que alguien podría entrar en la noche a ese parque de atracciones y reemplazar los animales de metal o cartón por animales reales. Creía que de alguna manera esto iba a ocurrir, el tiempo llegaría a su momento revelatorio, hacia el juicio o desvelo. 

Y si lo hace, las atracciones en Disneylandia no van a volver a ser lo mismo otra vez. Porque cuando acabe el tiempo, los pájaros y los hipopótamos, y los leones y los ciervos en Disneylandia ya no serán simulaciones y, por primera vez, cantará un pájaro de verdad.

 

Lee el ensayo completo traducido al español aquí