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Jorge Luis Borges y Terence McKenna: la realidad de los sueños y la imaginación, literatura fantástica y psicodelia

Arte

Por: Jimena O. - 10/15/2017

Las extrañas pero fascinantes convergencias entre Borges y McKenna, dos maestros de la exploración de la imaginación, de una curiosidad irreprimible

Terence McKenna y Jorge Luis Borges son personajes muy diferentes. Uno fue una celebridad de los principios de Internet, exponente de la cultura psicodélica, del DMT y los hongos, de un regreso al paganismo o a las culturas tribales, de un impulso hacia la deificación de la naturaleza a la vez que la utilización de la tecnología para surfear los misterios de la conciencia humana. McKenna escribió algunos libros y realizó investigación etnobotánica, pero sobre todo se le recuerda por sus conferencias y diálogos, con su voz sumamente nasal y su semblante de duende. En cierta forma fue un activista, llamando a abandonar la cultura de la programación masiva y a explorar la propia conciencia. De Borges no es necesario hacer un semblante biográfico, basta decir que es el escritor más importante en lengua española del siglo XX.

El académico William Rowlandson, experto en Borges, hizo una interesante participación en la conferencia Breaking Convention ligando el pensamiento de Borges y McKenna a través de una misma curiosidad intelectual, una capacidad de asombro y un agnosticismo. Rowlandson dice que él no tomó LSD o fumó cannabis a los 15 años, como algunos de los asistentes a esa conferencia, sino que leyó a Borges desde los 15, y eso ha sido su experiencia del despertar de la imaginación. El académico británico señala que ambos autores entendieron "que la realidad es simbólica y que la realidad se comunica con nosotros tanto como nosotros con ella". McKenna decía que la naturaleza no es muda -a diferencia de lo que creía Sartre- sino que es una matriz lingüística, que permanentemente se comunica a sí misma. Ambos autores vivieron la articulación de una asombrosa paradoja, "el incesante impulso a entender algo que es ininteligible" o al menos inexplicable, aquello que "entendemos que no se puede entender, pero aun así buscamos entender" -es inefable, es inexplicable, pero no nos damos por vencidos, y hay una cierta belleza en esta búsqueda paradójica del acertijo de la existencia que nunca podremos responder. Esto era algo que le importaba enormemente a Borges, quien se definía, al igual que McKenna, como agnóstico: "ser agnóstico quiere decir que todo es posible, incluso Dios. Hasta la Santísima Trinidad. Siendo agnóstico vivo en un mundo más grande y más fantástico, casi espectral". McKenna escribió reiteradamente que "el universo no sólo es más extraño de lo que creemos, es más extraño de lo que podemos imaginar". Y expresó su amor al asombro: "Vivir en la dimensión psicodélica es vivir en una atmósfera de continuo desdoblamiento de entendimiento para que cada día sepamos más y veamos las cosas con mayor profundidad".

En una notable entrevista Borges habla sobre la importancia de la palabra asombro en su obra, una palabra que hace pensar en una sombra y en algo a la vez incognoscible. Borges dijo estar sintiendo asombro y azoro permanentemente. Este es el estado base del lector y del escritor de historias de fantasías, de aventuras especulativas. La sustancia misma de su obra es el asombro, que por otra parte, según Aristóteles y Platón, es el origen de la filosofía. Otro término importante es el de "horror sagrado", una mezcla de misterio, temor y una sensación numinosa. Y otra palabra importante es la inglesa "amazement", que le gustaba tanto a Borges: sentirse en un laberinto, la sensación de perplejidad y asombro que produce la existencia, que es como un laberinto. En su poema "Los enigmas":

Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura

la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.

Una sensación de perplejidad y asombro que McKenna describía dentro de sus viajes al interior del "crisantemo" del DMT; cruzaba el umbral y era recibido por un extraño orden de realidad donde raros seres lúdicos -los famosos "machines elves"- manipulaban la realidad usando el lenguaje y presentaban al psiconauta un acertijo, un enigma.

Dice Rowlandson que en Borges vemos que la experiencia de los sueños o de la imaginación es tan real o valiosa como la realidad -por ejemplo, leer a Chesteron le hizo a Borges conocer más Londres que cuando fue a Londres a caminar por sus calles. Mckenna, por supuesto, sugiere que las experiencias psicodélicas pueden ser tan reales como la realidad. La realidad y la imaginación disuelven sus fronteras en estos dos autores. No hay necesariamente un "afuera" en oposición a un "adentro". Todo es un signo, un símbolo, algo que nos cifra y deletrea. 

Una de las citas más famosas de McKenna dice: "La realidad tiene una naturaleza sintáctica -el verdadero secreto de la magia es que el mundo está hecho de palabras. Y si conoces las palabras de las cuales está hecho el mundo, puedes hacer con él lo que quieras". Por supuesto, Borges compartía esta noción, habiendo imaginado la piel de un tigre como un texto divino, el universo como una inmensa biblioteca o una letra (Aleph) que contiene el universo entero sin superponerse. McKenna se interesó por la magia ceremonial y la alquimia; Borges por la cábala y las experiencias visionarias de personajes como Swedenborg o Böhme.