*

Ante la democratización de los bienes de consumo, los más ricos utilizan otras señales menos conspicuas para diferenciarse

Ante la proliferación de los bienes de consumo, en un mundo en el que los artículos de lujo cada vez son más accesibles, la forma en la que los más ricos despliegan su riqueza y mantienen su estatus de superioridad está cambiando. La profesora Elizabeth Currid-Halkett sostiene que actualmente la riqueza se señala a través de bienes intangibles.

El paradigma anterior estaba basado en el consumo conspicuo. Desde que el economista Thorstein Veblen observara en 1899 que la vajilla de plata y los corsets eran los signos de una posición social de élite y acuñara el término "consumo conspicuo", mucho ha pasado y, sobre todo, el hecho de que el capitalismo ha llegado a todo el mundo y la mano de obra y la materia prima se han abaratado. En suma, estamos viendo la democratización de los bienes de consumo --y pagando el precio ecológico de esto. Sin embargo, todo esto no va acompañado de menor desigualdad económica; por el contrario. Y aunque muchas de las personas más ricas aún se destacan por tener aviones y yates que otros no pueden tener, la manera de demarcar la posición social se ha vuelto más sutil y tácita, según explica Currid-Halkett.

El cambio dramático en la élite es su gasto en la educación y la salud: "la nueva élite cimenta su estatus al valorar el conocimiento y construir capital cultural, por no mencionar los hábitos de gasto que van con esto --prefieren gastar en servicios, educación e inversiones en capital humano que en meros bienes materiales". Esto es lo que se llama "consumo inconspicuo": elecciones de consumo que no son ostensibles pero sí excluyentes. Un ejemplo de esto es el hecho de que las colegiaturas de las universidades aumentaron un 80% del 2003 al 2013, mientras que el costo de los atuendos femeninos se incrementó sólo el 6% en el mismo período. En Estados Unidos, el gasto del 1% (de la élite) en educación se ha incrementado 3.5 veces desde 1996, mientras que las personas de clase media no han gastado más en educación durante el mismo período.

Currid-Halkett explica que aunque este consumo inconspicuo es muy caro, no se epresa a través de productos caros o señales muy obvias. Se puede mostrar por leer una revista como The Economist, comprar huevos orgánico de granja o en niños de escuelas privadas que llevan lunchs de galletas de quinoa (aunque ninguna de estas cosas son una señal inequívoca por sí misma, el cruce de factores es lo que lo revela): "El consumo inconspicuo --ya sea amamantar o educación-- es un medio para una mejor calidad de vida y una mayor movilidad social para los propios hijos, mientras que el consumo conspicuo es simplemente un fin en sí mismo --mera ostentación".

Es de notarse también que la tendencia actual ya no es que los ricos enseñen su riqueza a los otros sino que la muestren entre sí, ya que ellos son los garantes de la movilidad social.

Todo esto evidentemente sugiere que la brecha entre las clases sociales se está volviendo cada vez más grande, cada vez más difícil de salvar, a la vez que progresivamente menos visible.

Por otro lado, el hecho de que los ricos inviertan en capital cultural y en educación no necesariamente resulta en una oligarquía más ilustrada, pues la razón por la que invierten en esto es justamente para ser parte de y mantenerse en la élite, es decir, por razones materialistas --y no puramente culturales. La cultura es vista como algo que realmente se puede presumir, y entonces se usa como una nueva bolsa de lujo. No se trata del enriquecimiento del alma del individuo sino de un medio para mantener el estatus, lo cual notoriamente impide que los bienes culturales sean bienes que transforman a las personas.