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Es buen momento para pensar en invertir en el mercado interdimensional

 He minado por un corazón de oro.

 Neil Young

En el afán de conquistar lo desconocido o simplemente por la ambición irreprimible de enriquecerse --captando mercados inexplorados-- algunas personas han querido agenciarse propiedades en la Luna y otros planetas. Por otro lado algunas personas se han enriquecido en el "mundo real" amasando grandes fortunas de oro virtual, empleando lo que se conoce como "cultivo de oro" (lo cual no es una operación alquímica sino una especulación financiera en juegos de rol): como dice este artículo del New York Times: el juego es virtual pero las ganancias son reales.

El artista Jonathon Keats llevó esto, lo cual ya de por sí es un tanto alucinógeno, a un nivel superior, al averiguar que no existe legislación y que los derechos para colonizar la dimensiones superiores y construir propiedades ahí pueden adquirirse a una módica suma. Keats hizo esta prospección de la mano del cosmólogo Saul Perlmutter, basándose en la teoría de cuerdas de la física que mantiene que debe de existir una mayor cantidad de dimensiones dobladas en el espacio (hasta 10 u 11 dimensiones y no sólo las cuatro que considera la relatividad espacial). En lo que puede calificarse de una vanguardista inversión en el mercado hiperdimensional, Keats adquirió las extradimensiones de varias propiedades en el exclusivo distrito de North Beach en San Francisco por sólo 5 dólares, un lugar donde el siempre confiable mercado de las bienes raíces tasa el equivalente en las tres dimensiones inferiores en 1 millón 27 mil dólares. Así que si alguna vez logramos habitar en este espacio minúsculo de cuerdas vibrátiles --del cual surge nuestro espacio más denso-- Keats será millonario. E incluso tal vez no sea necesario que el espacio hiperdimensional de las supercuerdas pueda habitarse, para que sea "rentable" sólo tiene que crearse algún tipo de burbuja especulativa. 

"Siempre viví al mes, rentando. Nunca consideré ser un propietario de tierra, menos aún un desarrollador, hasta que analicé más a fondo la naturaleza del espacio-tiempo el año pasado", dijo Keats, quien en otro proyecto creó un restaurante de diferentes variedades de luz gourmet para agasajar a las plantas, también en California.

Keats, quien estudio filosofía, es uno de los pocos artistas conceptuales cuyos conceptos --a los cuales concibe como experimentos de pensamiento-- realmente nos hacen reflexionar sobre la naturaleza de la realidad, sobre el absurdo de nuestras conductas o sobre la posibilidad de extender nuestra conciencia. Pero más allá de que esta idea es concebida como una divertida crítica al mercado de los bienes raíces y como un juego especulativo de la ciencia, quizá no sea tan descabellado pensar que en realidad podemos convertirnos en los dueños de una propiedad hiperdimensional, de nuestro propio espacio imaginal, nuestro pequeño o gran terreno en el hiperespacio o en algún reino escatológico. Y es que, ¿acaso no es esto un poco lo que la religión busca? ¿Quién no quisiera algún pequeño lote en alguno de los paraísos orientales repletos de huríes, esmeraldas, ángeles y banquetes para el alma?

Algunas personas no consideran que esto es del todo irreal o meramente especulativo, si bien los "terrenos hiperdimensionales" se construyen en el espejo de la fantasía, es decir de la luz del alma. Considera el proyecto de Jennifer Dumpert Oneironauticum, una logia de navegantes oníricos que se reúnen para propiciar sueños lúcidos e interactuar en los espacios del otro lado del velo, donde es concebible obtener objetos, alterar la geografía sutil de este lugar y, conjeturamos aquí, comprar un páramo para el deleite de nuestro yo astral. O también los "eventos sincronizados en el hiperespacio", un proyecto similar sólo que alimentado por el combustible psicodélico del DMT ("el spice"), en el que psiconautas fuman este poderoso enteógeno con la intención de reunirse más allá de lo que llaman El Crisantemo, en la región de los "self-transforming machine elves". De nuevo, ¿por qué no adquirirle a estos elfos o duendes, que guardan tesoros en la divisa del "Logos", alguna selecta propiedad, con una terraza holográfica y una recámara tapizada de fractales Fabergé?

Fuera de broma, la práctica mitológica de adquirir un pasaje del otro lado del río Aqueronte con el óbolo para pagar al Caronte --y evitar una deriva infernal un tanto desagradable-- o numerosas otras costumbres soteriológicas en las que se realiza una transacción con alguna divinidad intermedia para asegurarse "un lugar" en un mundo superior, aunque mayormente simbólicas, no deben tomarse a la ligera. Al menos no si se considera que este mundo es como un juego de realidad virtual, es decir un sueño en el que cambiamos el oro que cultivamos por pasar a un siguiente nivel o simplemente por despertar. Evidentemente las "monedas" que podemos ofrecer a un guardián, en el caso de que exista un espacio intermedio que vincule la continuidad de nuestra conciencia con otro plano de existencia, no serán las monedas de nuestra riqueza material --esto sería completamente contradictorio de una "realidad espiritual". En la soteriología del Antiguo Egipto, por ejemplo, en la llamada "psicostasia", se pesaba el corazón de la persona que había muerto en una balanza contra la pluma de la ley (Maat), de lo cual uno puede suponer que sería mejor no tener ningún peso encima ni acumular ningún oneroso bagaje que pudiera distorsionar ese pesaje. El oro era el corazón (el órgano ligado con el Sol y por ende con este precioso metal pero en su sentido espiritual). Así que tal vez debemos pensar en cómo mantenernos ligeros y encontrar un poco de oro interdimensional para el justo peso del corazón cuando nos encontremos con Anubis y Thoth o algún otro Señor del Karma.

¿Pero qué es lo que hace que el corazón sea ligero? ¿Qué es lo que llena de sol al cuerpo? Sin duda es la alegría, así que no debemos tomar muy en serio nada de esto, aunque se trate de construir --con cada acto-- nuestra tumba-nave hacia el Corazón del Cielo y adquir real estate en un plano libre de toda fluctuación y especulación: la estabilidad (literalmente) soñada.