*

¿Nuestro cerebro nos recompensa cuando sentimos curiosidad?

Sociedad

Por: Jimena O. - 06/22/2016

La curiosidad parece ser inherente a la mente humana, ¿pero es posible que también tenga un fin evolutivo?

Dicen que la curiosidad mató al gato --pero tal vez ese sacrificio sirvió para que otro gato no cayera en la misma trampa. ¿O no? La curiosidad es un tema fascinante, y tal vez no sea muy arriesgado decir que cualquier persona se considera "curiosa" al menos en ciertos ámbitos. La curiosidad parece una función innata: los bebés de pocos meses encuentran muy satisfactorio explorar el mundo circundante, arriesgándose en ocasiones a lastimarse (por ejemplo, si le jalan la cola a un gato que no aprecia la curiosidad infantil), pero incluso las constantes caídas les enseñan el arte de caminar.

La curiosidad, sin embargo, no parece obedecer a una necesidad directa de sobrevivencia, al menos desde el punto de vista lógico: ¿por qué un marinero genovés del siglo XV dejaría la seguridad de la vida de la Europa continental en pos de una quimera al otro lado del mundo? Cristóbal Colón probablemente no "descubrió" lo que luego sería llamado el continente americano por simple curiosidad sino por un deseo de beneficiarse económicamente, de conquistar. No obstante, al igual que un astronauta, arriesgó una forma de comodidad en aras de una experiencia que le era desconocida hasta entonces: observar la desembocadura del Orinoco y caminar en la superficie lunar de pronto no parecen experiencias tan lejanas. Tal vez por eso nuestro embajador robótico en el planeta Marte se llama precisamente Curiosity.

Pero la curiosidad no nos ataca y no nos motiva a todos a las mismas cosas. Existen indicios de que sólo las cosas que ya conocemos nos provocan curiosidad. Las cosas completamente ajenas o extrañas simplemente nos pasan de largo. Si nos interesa la jardinería probablemente queramos saber más sobre las costumbres de polinización de ciertas plantas, pero no tanto sobre el cálculo diferencial; de igual forma, si nos interesa la historia antigua podremos encontrar placer y conocimiento al leer el discurso de Pericles atribuido a Tucídides, pero tal vez no nos importe mucho aprender un lenguaje de programación. Los ejemplos se pueden multiplicar indefinidamente, pero el punto es claro: al igual que los hipervínculos en las páginas web, nuestra curiosidad sólo se motiva por cosas de las que sabemos un poco y de las que deseamos saber un poco más; pero aquello de lo que no sabemos nada, por simple lógica, no puede despertar nuestra curiosidad.

Algunos estudios han tratado de relacionar la curiosidad humana con el centro de recompensas del cerebro. George Loewenstein, profesor de economía y psicología de la Universidad Carnegie Mellon, cree que el aburrimiento juega un papel clave para entender por qué somos curiosos. "La vieja idea", explica Loewenstein, "es que la curiosidad y el aburrimiento son fines opuestos del mismo contínuum". Pero, desde su perspectiva, el aburrimiento más bien sería "una señal de tu cerebro de que no estás haciendo buen uso de una parte del cerebro".

Huimos del aburrimiento como de una enfermedad que se busca curar a toda costa mediante entretenimientos fugaces de cualquier tipo. Incluso se habla del temor al aburrimiento. Y es posible que exista una razón evolutiva para que nuestra preferencia se incline por lo que nos causa curiosidad en vez de lo que nos aburre. Los estudios de Lowenstein muestran que el cerebro nos recompensa con dopamina (la sustancia que secretamos cuando nos enamoramos o cuando comemos chocolate, y que se vuelve adictiva en cierto modo) cuando encontramos un "bono de novedad". Ciertas cantidades de novedad producen un efecto placentero (como cuando el aficionado a la jardinería descubre una relación entre las abejas y las flores), pero demasiada novedad nos deja fríos o indiferentes, como si nuestro horticultor hipotético se cruzara con un manual de mecánica cuántica escrito en una lengua ajena a la suya. Este proceso ha llevado a Loewenstein a proponer que el cerebro procesa lo nuevo como si fuera una recompensa.

En un estudio de 1994, Loewenstein escribió que la curiosidad obedece a un "hueco de información". El hecho de no conocer un detalle de un tema que te interesa te vuelve de pronto "curioso", y el aburrimiento se diluye cuando buscas esa pieza faltante del rompecabezas. Este hueco de información [information gap] puede presentarse en el mundo físico (como en los bebés que descubren con asombro las luces de un control remoto aunque no sepan para qué sirven) o en el mental (¿qué es la tristeza?). Rellenar ese hueco en nuestro conocimiento del mundo puede parecer a simple vista ajeno a la voluntad de sobrevivir (como escalar el monte Everest), pero la recompensa fisiológica se presenta sin importar el resultado de la exploración. Esto podría dar pie a señalar que la curiosidad es su propia recompensa, y que todos los descubrimientos humanos en las ciencias y artes en realidad son "puntos extra" (como la penicilina). 

Tal vez la curiosidad mató al gato, pero los seres humanos nos arriesgamos a cambiar de opinión y a conocer cosas nuevas porque estamos programados para ello, por extraño que pueda parecer.

 

(Con información de Nautilus)