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"Splendor Solis", un misterioso y majestuoso libro de alquimia que nos presenta una fauna simbólica y una dramaturgia metafísica envuelta en brillantes colores que evocan los sueños de la transmutación más sublime

Diversos expertos coinciden en que Splendor Solis es el libro de alquimia más bello que se conserva. Nos atrevemos a decir aquí que esto puede ser una infravaloración de este críptico artefacto filosófico, el cual por su misteriosa belleza y su profundidad de significado podría considerarse uno de los libros más bellos de la historia, comparable con el Hypnerotomachia Poliphili (1499), el cual según Roberto Calasso es el libro más bello jamás impreso (Calasso tal vez sea el más grande editor vivo, por lo que no habría que desestimar su opinión). Otro posible candidato es el más reciente Codex Seraphinianus, descrito como una enciclopedia alucinatoria, de indudable proeza estética, pero que sin embargo no se compara con los anteriores libros en el valor filosófico, poético y espiritual de su texto.

La primera versión del Splendor Solis data de 1532-35, un ejemplar que se conserva en el Museo del Estado de Prusia en Berlín. Este manuscrito de tipo medieval está iluminado con vellum y tiene bordados decorativos y ornamentos de oro. 

El libro que se muestra en el video es una reproducción del manuscrito que pertenece el British Museum, publicado en Alemania en 1582. La autoría del original tradicionalmente se atribuye a Salomon Trismosin, afamado maestro del alquimista Paracelso (el llamado "Hermes suizo"). Sin embargo, una nueva interpretación presentada en la fina reedición del Splendor Solis por la casa catalana Moleiro sostiene que está impresión está equivocada y que Trismosin no es el autor. 

El libro está dividido en cuatro partes; la primera consta de cuatro ilustraciones iniciales que muestran los actos preliminares de la gran obra alquímica hasta el encuentro del Sol y la Luna, del espíritu y la materia, súlfur y mercurio, la pareja divina, la fértil unión de la que se producirá la regeneración del alquimista, el cuerpo de rubí-diamante o el oro de los filósofos. La segunda está compuesta de siete parábolas que señalizan crípticos procesos filosóficos en el trabajo alquímico. La tercera se compone de siete matraces o contenedores, cada uno equivalente a un planeta y a un proceso de transmutación que marca los siete estadios clásicos de la obra alquímica, desde el nigredo (o la obtención de la materia prima) hasta el Rey Rojo (símbolo del oro filosófico). La cuarta parte condensa la resurrección del Sol y culmina con el "splendor solis" que derrama la luz nueva con magnificencia sobre el mundo. Así el alquimista cumple el ciclo más alto de la vida.

La obra cuenta con texto en alemán que acompaña a las ilustraciones y el cual ha sido traducido en su totalidad por el erudito Joscelyn Godwin. Se pueden identificar temas herméticos y cabalísticos en el enigmático lenguaje propio de los alquimistas que requiere --más que de una labor hermenéutica académica-- un desarrollo de la percepción y de la intuición para comprender los secretos de la alquimia que están ocultos en el "libro de la naturaleza". En el laboratorio los procedimientos de la transmutación obedecen, más que a una serie de reacciones químicas, a una química divina, en conformidad con las leyes de la naturaleza; una obediencia de los principios universales. 

Mencionar que 22, por supuesto, son las letras del alfabeto hebreo con las que se dice que fue creado el universo y cuyas permutaciones posibles, los cabalistas bellamente sugieren, son igual en número a las estrellas que existen en el universo. Así en las 22 ilustraciones, como en los 22 arcanos del tarot, se encuentra un protocolo de la Creación, una especie de dramaturgia fractal del proceso cósmico en su totalidad.   

Por otro lado, la belleza de las imágenes y la riqueza poética del texto no son vanas decoraciones cosméticas, son parte del llamado a la Gran Obra, inspiración y armonización para emprender las "12 labores de Hércules". Los alquimistas estarán de acuerdo con Platón en que la belleza tiene una cualidad anagógica y es el imán con el cual la divinidad magnetiza a su creación hacia sí misma, y así, en divina semejanza, el adepto atrae a sus discípulos con una belleza y una filosofía incomprensible para el profano en estas artes. Y es que la alquimia tiene la sublime particularidad de conjugar el temperamento artístico con el temperamento científico, y reúne en su crisol a estas dos grandes vías que son una en el principio. 

Para quien esté interesado en profundizar más, recomendamos el trabajo de Adam McLean sobre este texto.

 

Twitter del autor: @alepholo