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Una bellísima definición de la libertad, del gran místico sueco Emanuel Swedenborg

En su libro La nueva Jerusalén y su doctrina celestial, el místico sueco Emanuel Swedenborg da una hermosa definición de la libertad, la cual teje inextricablemente con la voluntad y el amor, como si fueran un trébol. 

Toda libertad está en función del amor, pues lo que el hombre ama lo hace libremente. Por lo tanto, también toda libertad está en función de la voluntad, pues lo que un hombre ama también lo desea, y puesto que el amor y la voluntad constituyen la vida del hombre, también la libertad la constituye. De estas consideraciones se puede decir qué es la libertad; a saber, lo que pertenece al amor y a la voluntad y, por lo tanto, a la vida del hombre. De ahí, pues, que lo que un hombre hace desde la libertad parece como si procediera de su propium.

Sólo somos libres cuando amamos y sólo podemos ejercer la libertad --en la voluntad-- a través del acto del amor, que es lo divino en el hombre y por lo tanto lo que lo unifica con su destino más alto. Dice Swedenborg que cuando el hombre hace el mal, aunque parece libre, en realidad esto lo lleva a una esclavitud después de la muerte; en cambio, el hombre libre que actúa desde el amor accede a una correspondencia de sus actos en el cielo. Y sólo el hombre que elige y actúa libremente puede ser regenerado y llevado al estado celeste; no hay regeneración por compulsión, de otra forma "todos estaríamos salvados".

Hay también un proceso de conciencia necesario para la rectificación y alineación, por así decirlo, entre el hombre y la voluntad del cielo: "Estos males sin embargo no pueden ser eliminados si el hombre no los ve en sí mismo y los reconoce; y después deja de desearlos, y finalmente los evita". La inteligencia celestial pide al hombre la acción del compromiso y discernimiento entre el bien y el mal y en ese acto de reconocimiento entonces accede a su inevitabilidad celeste, que es la unión de su voluntad con la voluntad cósmica divina. 

"Nada llega a ser parte del hombre salvo lo que hace desde la inclinación que procede de su amor... todo lo que un hombre no acoge en libertad no permanece en él, porque no llega a ser parte de su amor o voluntad; y todo lo que no es parte del amor o la voluntad del hombre no pertenece a su espíritu"; es así, en la voluntad libre del amor, que se realiza "la conjunción del Cielo con el género humano". Aquí Swedenborg parece estar diciéndonos que la realidad verdadera del hombre es sólo el espíritu y, como el Adán arquetípico, su sustancia es la misma que la del cielo, pero debe reconocerlo a través de sus actos, en la afirmación del amor con la que enuncia la libertad. Y de echo todo porfiar en la desviación de esta voluntad celeste es en vano, puesto que no se adhiere a su naturaleza, la cual es esencia celeste. Sólo somos realmente nosotros cuando actuamos con amor y, al ser así, somos como el cielo, el cual es nuestra realidad integral más pura.

La nueva Jerusalén y su doctrina celestial ha sido editada en español por la editorial Trotta.