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La historia de Rodolfo II, el emperador melancólico aficionado a la alquimia y la astrología

Magia y Metafísica

Por: Jimena O. - 02/04/2016

En medio del aburrimiennto melancólico, ese mal del Renacimiento y el Barroco, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico encontró en la alquimia y otras ciencias del ocultismo de su época su forma de mantenerse en contacto con el mundo

A partir de la modernidad hemos estado habituados a considerar la ciencia como un ámbito del pensamiento esencialmente racional, controlado incluso, en el que el método, la lógica y la comprobación se imponen como caminos para generar conocimiento acerca del mundo.

Sin embargo, sabemos bien que no fue siempre así. Que antes que Descartes y otros sistematizaran esa aproximación científica a la realidad, aprehenderla pasaba también por el pensamiento mágico, los misterios, la fantasía, la especulación y la imaginación. Parafraseando la famosa frase del obispo Berkeley, podríamos decir que por mucho tiempo imaginar el mundo fue percibir el mundo.

Entre los varios ejemplos que podríamos citar a este respecto, la alquimia es posiblemente uno de los más elocuentes. Poco a poco, a lo largo de la historia, la alquimia pasó de ser una mezcla de conocimiento esotérico y científico que, en el largo plazo, se convirtió en una de las bases más sólidas para el desarrollo posterior de la química, principalmente, aunque también de otras disciplinas como la botánica, la zoología o la física.

En Europa, una de las mayores colecciones de objetos relacionados con la alquimia se encuentra en Praga, en donde hacia finales del siglo XVI el emperador Rodolfo II, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, estableció su residencia. Como muchos otros en su época, Rodolfo II fue presa del mal de la época: la melancolía, que por una azarosa conjunción de circunstancias que aún no se explican cabalmente, asaltó de pronto el ánimo colectivo europeo. Rodolfo II fue melancólico y excéntrico y, según testimonios de la época, sufría largos períodos de acedia y abatimiento que de algún modo apaciguaba con el estudio de las ciencias doctas de su tiempo: la alquimia, la astrología, la mecánica y otras.

Gracias a la afición del emperador, Praga se convirtió en uno de los polos alquímicos más importantes de los últimos años del Renacimiento. Rodolfo II acogió a muchos grandes científicos de la época (entre otros, Tycho Brahe, Johannes Kepler y John Dee), y personalmente se encargó de recolectar manuscritos y objetos relacionados con esta protociencia.

Actualmente, parte de este increíble acervo permitió la apertura del Museo de Alquimistas y Magos de la Antigua Praga, localizado en el #8 de la calle Jansky Vrsek, al oeste del barrio de Vltava. El museo consta de dos plantas, en las que se despliega uno de los capítulos más fascinantes de la historia del pensamiento fantástico. La primera está más dedicada a la hechicería y, entre otras piezas, se encuentran los símbolos con que se invocaba al Diablo y otros demonios. La segunda está habitada por el espíritu del gran alquimista Edward Kelley, al menos metafóricamente, pues se asegura que en esa torre Kelly realizó algunos de sus experimentos más notables, en especial la semicreación de un homunculus, ese hombrecillo que fue el equivalente adánico de los alquimistas y cuya gestación Kelley estuvo a punto de alcanzar.

El museo abunda en maravillas de este cariz, testimonios quizá mudos pero no por ello menos expresivos de cómo aun en medio del aburrimiento y la tristeza, un hombre encontró una sutil conexión con el mundo.